Layan: "Primer amor, primer caos"

24. Castigo.

Nolan

Paso por el pasillo y lo veo esperándome. Mi secretaria me saluda y él hace lo mismo.

—Pasa a mi oficina, Andrés, por favor —digo, y me adelanto. Viene detrás de mí. Cuando cierra la puerta, lo miro a la cara. Está desencajado; noto preocupación en su rostro.

—¿Pasa algo, arquitecto?

—¡Siéntate! —le ordeno.

—Estoy bien así —responde, todo tieso, con las manos en los bolsillos.

—Perfecto. Seré breve. Sé que tienes clases y no quiero demorarte. —Me paro frente a él, y me mira a los ojos. Eso es bueno.

—Dígame, ¿qué sucede?

—Sé que Layan estuvo presente en tu partido —inicio, y lo veo tensarse. Aquí está pasando algo, y de eso no hay duda—. También sé que los dos simpatizan. —Su expresión corporal cambia por completo; deja de mirarme a la cara—. Pero hay algo que está mal y que se debe cortar de raíz. Por eso te voy a preguntar algo, y quiero que me respondas con sinceridad. ¿Te gusta mi hija?

Lo veo ponerse pálido.

—Arquitecto, yo...

—Simple: sí o no.

Levanta la mirada y me mira a los ojos. Está nervioso, lo percibo. Se toma unos segundos.

—Layan es una niña muy linda, inteligente, pero...

—Sí o no —repito acorralándolo.

—Sí. Pero yo le aseguro que no le he dado motivos a su hija para que piense que podemos tener algo. Nunca le he hablado de manera indebida. Sé perfectamente que entre los dos no puede haber nada. No he cruzado esa línea —confiesa. Y entonces todo a mi alrededor se queda en silencio absoluto. Solo la voz de mi conciencia hace eco.

Dijo que sí. Reconoce que mi niña le gusta. Me quedo en blanco. Claro que también sabe que no puede cruzar la línea, y eso habla bien de él.

Paso las manos por mi rostro.

—Te agradezco que seas honesto —digo al fin—. Y que entiendas los límites. Eso habla bien de ti —tomo aire antes de continuar—. Sé cómo es Layan cuando quiere algo. Insiste. Es determinada. Y ahora está en una edad complicada. Siente cosas, se confunde. Quiere parecer mayor —revelo con sinceridad, pensando en lo fácil que sería que alguien mayor se aproveche de ella.

—Yo entiendo. Sé que ella tiene quince y yo diecinueve, que aquí el adulto soy yo y que, como tal, debo responder.

—Así es. Bien que lo tengas claro. Tú eres el adulto aquí. El que debe poner el límite. El que tiene que cuidar lo que está en juego. Y si realmente la respetas, como dices, entonces sabrás lo que te corresponde hacer.

Andrés asiente con un leve movimiento de cabeza.

—Lo sé, arquitecto —lo veo relajarse un poco, como si entrara en confianza.

—Quiero que lo entiendas bien: si de verdad te importa Layan, aléjate —sentencio. Es lo mejor para todos, sobre todo para él. Le doy unos segundos para procesarlo—. No te estoy acusando. Pero tampoco te voy a permitir convertirte en una posibilidad para ella. No ahora. Sé que va a sufrir, pero es mejor así.

—Sí, entiendo.

Me acerco a la puerta y la abro.

—Puedes retirarte, Andrés. Y gracias por no mentirme —le digo. Respira aliviado y se marcha.

Detrás de él salgo yo, directo a casa. Hugo y Sabik me tienen que dar explicaciones.

Cuando llego, me encuentro en el jardín a Dorian jugando con Hugo, pateando una pelota. Los dos se sorprenden al verme. Estaciono el auto y rápidamente desciendo. El niño corre hacia mí.

—¡Papi, llegaste temprano!

—Hola, campeón —lo alzo en brazos—. Buenas tardes, Hugo —me dirijo hacia él con seriedad. Me saluda—. Después quiero hablar contigo —le digo, y lo veo hacer una mueca.

Ingreso con Dorian en los brazos por la puerta de la cocina, y ahí me encuentro con Sabik y las empleadas.

—Mi amor —me habla con sorpresa y se acerca para darme un beso en la boca—. No te esperábamos, pero... —me mira a los ojos dándose cuenta de mi estado—. ¿Qué te sucede?, ¿pasa algo?

—Dorian, ve a seguir jugando —ordeno. Le doy un beso en la frente y lo pongo en el piso.

—Está bien. Papi, ya sé que van a hablar cosas de adultos —menciona y desaparece.

—Por tu cara entiendo que es serio —musita Sabik.

—Tú sabías que Layan el martes pasado abandonó el colegio para largarse a ver un partido de baloncesto en la UNY, ayudada por el inservible de Tyler.

Sus ojos se abren de par en par, su boca dibuja una ‘o’ y luego desvía la mirada.

—¡Lo sabías! —la enfrento al ver su reacción.

—No, yo no sabía eso. Solo... —se queda pensando—. Ahora entiendo...

—¿Qué? ¿Qué Hugo la recogió fuera del colegio? —me adelanto—. Sabías eso.

—Sí. Hugo me lo comentó.

La miro con desilusión. Desde que nos casamos decidimos que todo lo que tenga que ver con nuestros hijos lo íbamos a hablar y decidir entre los dos.

Respiro profundo y miro hacia el techo. Nancy y Emilia abandonan la cocina oportunamente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.