Layan: "Primer amor, primer caos"

29. Desencanto.

Layan

Llegamos a casa. Ni papá ni Sabik están en la propiedad, y eso lo agradezco. No quiero que nadie me hable, no quiero estar cerca de nadie. Solo quiero estar sola.

—Buenas tardes, mis niños adorados.

—Hola, Nancy. Tengo mucha hambre, ¿qué hay de comer? —pregunta Hallie.

—Pues hice un delicioso pollo al horno con patatas gratinadas y ensalada —responde Nancy, dándole un beso—. Vayan a lavarse las manos. Dorian, tú también lávate la cara, que vienes todo sudado.

—Yo voy a mi habitación —digo, esperando a que mis hermanos me dejen el camino libre.

Nancy me detiene con suavidad.

—¿Qué le pasa a mi niña grande? —dice Nancy, mientras sigue organizando meticulosamente los cubiertos.

—Nada. Y no tengo hambre.

—Mmm, entonces la cosa es seria. Pero tranquila, no te voy a obligar a comer. Eso sí, cuando te dé hambre, bajas, te calientas la comida y te sirves tú. Porque aunque hay empleadas, aquí hay horarios.

Ruedo los ojos al escucharla y me encierro en mi habitación. Dejo mi mochila en el suelo, con esa imagen que no puedo sacarme de la cabeza: Andrés y Kaylee.

—No es su novia, pero como se besan... —reniego, y sin pensarlo, pateo la mochila.

Me lanzo sobre la cama, agarro una almohada, hundo la cara y suelto un grito que me sale del alma.

—¿Por qué? ¿Por qué...? —murmuro, golpeando el colchón con impotencia.

El teléfono suena. Me limpio la cara con la manga de la blusa, respiro hondo y me levanto. Rebusco en la mochila hasta encontrar el celular.

—Hola, Em —respondo con voz apagada.

—Layan, ¿qué te pasó? ¿Estás bien?

—Sí... estoy bien.

—Te envié al correo la clase y la tarea de química y sociales. Pero dime, ¿por qué no entraste a clases?

—No me sentía bien.

—Pero si te dejé bien esta mañana. ¿Qué pasó? ¿Peleaste con Alison?

—¿Alison? —repito, confundida—. No, ni siquiera la vi.

—Entonces...

—Em, no me lo tomes a mal, pero no quiero seguir hablando. Te veo mañana. Adiós.

Cuelgo. Tengo coraje, rabia, celos. Andrés nunca se va a fijar en mí. Nunca.

La puerta de mi habitación se abre de golpe. Instintivamente me paso las manos por la cara para borrar cualquier rastro de lágrimas. Me doy vuelta, molesta por la interrupción.

—¿Por qué no tocas?

—Vaya, estamos de mal humor —responde mi mamá, entrando sin pedir permiso.

—¡Solo quiero estar sola! —grito.

—Me dijo Nancy que no has almorzado. Y ahora te veo así... ¿qué te pasa, mi amor?

—¡Nada! Solo quiero que me dejen en paz.

—¡Ey! —exclama, alzando la voz—. Cuida cómo me hablas. Soy tu mamá, no una amiga del colegio.

—¡No me grites! —la enfrento.

—¿Qué te sucede? ¿Por qué actúas así? —se lleva las manos al cabello, frustrada. Luego vuelve a mirarme—. Layan, no soy tu enemiga.

—Pero tampoco eres mi amiga, me lo acabas de decir —respondo, volviendo a la cama.

—Soy tu mamá. Y me tienes que tener confianza. Siempre hemos hablado de todo. Pero ahora has levantado un muro entre nosotras, y no me gusta.

Se acerca y me abraza sin decir más. Me sorprende, pero no me aparto. Me quedo ahí, quieta. Ese abrazo... se siente tan bien. Lo necesitaba.

—Te amo. Y siempre que me necesites, estaré para ti —susurra.

No digo nada. Solo cierro los ojos y me quedo en su pecho, volviéndome a sentir una niña. Y, por primera vez en todo el día, me siento amada.

*****

La clase de natación terminó más temprano de lo normal. Em y yo decidimos pasar por la cafetería; siempre salimos muertas de hambre.

Mientras caminamos por los pasillos de la zona húmeda, nos enteramos de que el próximo partido de baloncesto de los chicos de Columbia será en dos días, en nuestro coliseo. No me sorprende. Ellos usan nuestras instalaciones como si fueran suyas, así que era lógico que en algún momento jugaran aquí.

—¿No dices nada? —pregunta Emma.

—No —respondo, sin detener el paso.

Y entonces lo veo. Andrés aparece con sus amigos, riéndose a carcajadas. En cuanto lo veo, la imagen de él besando a Kaylee me atraviesa como un cuchillo. Siento rabia… pero también orgullo.

—Ahí viene Andrés —dice Em, en voz baja.

—Sí, ya lo vi —respondo. Estoy segura de que él también nos vio. Se puso serio de inmediato. Le voy a ahorrar el mal momento.

Agarro del brazo a Em y la jalo, cambiando abruptamente de dirección hacia otro pasillo.

—¿Qué te pasa? —protesta, sorprendida—. Creí que querías saludarlo.

—No. Ya no.

Me mira desconcertada, y guarda silencio unos segundos antes de hablar de nuevo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.