Layan
La emoción flota en el aire. Los pasillos están llenos de voces, colores y banderas; todo se siente más vivo que nunca. Nos dirigimos al coliseo, pero la voz de Alison me detiene.
—Supongo que vas a ver el partido junto a las animadoras, como la vez pasada —dice con ese tono venenoso tan suyo.
—Eso no te interesa —respondo sin ganas de entrar en conflicto.
—Yo que tú no lo haría. Esta vez Kaylee sí va a estar presente, apoyando a su novio —añade, como si alguien le hubiera preguntado. Ruedo los ojos.
—Ya, Alison. ¿No te cansas de molestar? Nadie te toma en serio. Déjanos en paz.
—Esto no es contigo, gorda. Pero tienes razón. Y ya que estamos hablando, te aviso que después de este partido, tú y yo quedamos en paz, Layan Collins —dice al pasar junto a mí, golpeándome el hombro como si fuera por accidente.
—¿Qué quiso decir? —pregunto a Emma, confundida.
—Ya sabes cómo es. No le hagas caso... aunque ojalá cumpla su palabra. Vamos.
Salimos al patio y nos encontramos con mis hermanos. El coliseo está repleto. Del techo cuelgan pantallas LED que nos dejan a todos boquiabiertos. La multitud no estorba; al contrario, contagia emoción. Las porristas, impecables y sonrientes, repasan su rutina. Los camarógrafos buscan los mejores ángulos.
Nos acomodamos lo mejor que podemos. Aunque me prometí tomar distancia de Andrés, no puedo evitar sentirme emocionada.
El partido está por comenzar. Mis hermanos discuten como si fueran expertos, hablando de puntos, estrategias y posibles ganadores.
De repente, Alison aparece. Se sienta cerca, me lanza una mirada burlona que no alcanzo a descifrar. La ignoro.
Antes del inicio, las animadoras presentan su coreografía. Y ahí está Kaylee, liderando al equipo. Es hermosa, de eso no hay duda. Con volteretas sincronizadas y saltos impecables, dejan al público sin aliento. Estallan los aplausos.
El partido va a empezar. Entonces lo veo: Andrés, serio y concentrado. Se ve tan lindo, uniformado que sonrío sin querer.
En ese momento, noto por el rabillo del ojo, que Alison se pone de pie y hace unas señas.
De pronto, suena música de suspenso.
—¡Qué miedo! —chilla Dorian, agarrándome del brazo.
—No pasa nada —le digo, intentando tranquilizarlo.
—Layan... eres tú —susurra Hallie, sin apartar la vista de las pantallas. Miro hacia arriba.
Y sí. Soy yo.
Mi mente se nubla. No entiendo por qué estoy ahí, por qué mi rostro aparece en todas las pantallas del coliseo.
“Layan Collins, alumna de décimo grado del prestigioso colegio Léman Manhattan, está obsesionada con el capitán del equipo de baloncesto de la Universidad de Columbia. Lo sigue. Lo persigue. Se arriesga, se expone, atraviesa la ciudad a escondidas... todo por estar cerca de él.”
Una voz desconocida retumba en los altavoces.
Siento la sangre hervirme. El rostro me arde. Miles de ojos se clavan en mí, inquisitivos, morbosos. Un silencio pesado se apodera del coliseo, incluso mis hermanos se quedan callados.
Pero eso no es todo.
“Ella sabe que Andrés Smith tiene novia. Y aun así, no le importa. Está decidida a conquistarlo. Lo admira. Lo idealiza. Le escribe. Le dibuja...”
Y entonces aparece en la pantalla, enorme: mi dibujo. El que juraba perdido.
Mi corazón se detiene por un segundo. Lo reconozco al instante. Ella me lo robó. Me robó para exponerme. Mis ojos se llenan de lágrimas, pero me niego a llorar frente a todos. Emma me sujeta del brazo. Matías solo me mira. Intento respirar, pero no puedo.
Giro la cabeza con furia. Alison me observa. Triunfante. Y ahora entiendo sus palabras.
Y lo inevitable sucede: mi rostro, gigante, invadiendo todas las pantallas. Mi imagen se repite como si fuera un escándalo nacional.
Todos lo saben. Todos hablan. Y yo...
Solo quiero desaparecer.
—¿Por qué me haces esto? —le digo a Alison, esperando una respuesta.
No dice nada. Solo sonríe, satisfecha. Entonces, no puedo más. El llanto me rompe desde adentro. Emma me abraza, fuerte. El murmullo de la gente no se hace esperar.
—Eres una tonta. Mala persona. Qué bueno que ya no eres amiga de mi hermana. Así no tengo que ver tu cara de hipócrita en mi casa. ¡Descerebrada! —escupe Hallie, por el tono de su voz, sé que está furiosa.
—Mira, quién habla: la niña a la que le va mal en matemáticas. Inteligente no eres. Así que no opines, moco.
—¡Pero lo mío se arregla estudiando! En cambio, lo tuyo no, porque hasta donde sé, no existen los trasplantes de cerebro. ¡Boba!
—Mejor vámonos —dice Emma, con tono urgente.
—¡Alison! —escuchamos la voz de Dorian. Todos volteamos. Le hace una seña con los dedos. —¡Cuídate! ¡Te la tengo jurada! —grita y sale corriendo hacia nosotros.