Nolan
Los Ángeles, California
Mi reunión terminó satisfactoriamente. En la tarde tengo que ir a ver el avance de la obra, y si no se presenta ningún contratiempo, espero volver a casa hoy mismo. No me gusta dejar a Sabik sola con los niños, aunque, según nuestra última llamada, todo estaba en orden, incluso con mi princesa mayor.
—Mi Layan —sonrío al ver pasar por mi lado a una niña pequeña, muy parecida a mi princesa de chocolate cuando tenía su edad. Su padre la ayuda a sentarse, y observo con atención la escena. Llega una mujer muy atractiva y los saluda muy atenta. Por la forma en que lo mira a él, asumo que es su pareja.
No dejo de sonreír.
—¿Cómo estás, pequeña? Yo soy amiga de tu papá —dice aquella mujer, y entonces, de la nada, un recuerdo viene a mi mente.
Mis ojos captaron a Carol azotando la servilleta de tela sobre la mesa. Layan se sobresaltó, y entonces ella, sin el menor reparo, le sujetó la muñeca con fuerza.
Recuerdo que di tres pasos grandes hacia la mesa, con la cara ardiéndome de rabia.
—¿Qué te pasa? —le reclamé, alzando la voz sin poder evitarlo. Los comensales se quedaron en silencio. Carol le soltó la mano de inmediato—. ¿Cómo te atreves a maltratar a mi hija? ¿Quién te crees tú para hacerlo?
—Nolan, yo… —balbuceó, nerviosa, mientras miraba a todos lados. Las mejillas se le pusieron rojas.
—Papi, me aplastó la manito porque no quise decirte que te fueras con ella y me dejaras en la casa. Por eso se enojó… y me dijo que soy iverente —me dijo Layan, con los ojos cristalinos, a punto de romper en llanto.
Sentí una furia ciega crecer en mi pecho.
—Escúchame bien, Carol. Mientras yo viva, nadie va a lastimar a mi hija. ¿Me oíste? ¡Nadie! —le grité, sin poder contenerme.
—De verdad, Layan… lo siento, mi niña —se disculpó ella, sin saber qué más decir.
—Yo no soy tu niña —le respondió Layan, sacándole la lengua.
Fue uno de esos momentos en los que el corazón te grita antes de que la mente procese lo que estás viendo... Sigo mirándolos y, de corazón, deseo que sean felices. Así como yo, Dios tenía algo mejor para mí.
Termino mi café, pago la cuenta y me marcho al hotel.
Apenas entro en mi habitación, lo primero que hago es llamar a casa. Por la hora, asumo que mis pequeños terremotos ya están en casa. El teléfono suena, pero nadie me contesta. Creí que el primero en contestarme sería Dorian, pero no.
—¡Qué extraño! —Vuelvo a intentar, pero ya no al teléfono de la casa, sino al celular de mi esposa, y obtengo la misma respuesta. Esto no me gusta. Vuelvo a intentarlo, pero nada. Así que espero unos minutos antes de volver a llamar.
Marco y por fin tengo respuesta.
—Mi amor, ¿qué sucede? ¿Por qué no me contestabas? ¿Pasa algo?
—No, mi amor. Eh... estábamos en el jardín y no escuchamos el teléfono...
—Sabik —la interrumpo—, ¿todo está bien? Te escucho alterada, nerviosa... ¿Qué pasa? ¿Están bien los niños? ¿Mi Layan?
—Todo está bien, es solo que te extraño —se le corta la voz y, por más que trata de modularla, sé que está ahogando el llanto. La conozco.
—Mi amor... ya me preocupaste. Tú no estás bien.
—No, no. Es solo que estoy sensible, nada más. ¿Vuelves hoy, verdad?
—Sí, mis planes son esos. Cualquier novedad te la estaré comentando. ¿Cómo están nuestros hijos? No los escucho gritar de fondo.
—Están en sus habitaciones haciendo la tarea.
—¿Y Layan? ¿Cómo está? —pregunto, y su silencio me responde antes que ella.
—Bien, está en... con Nancy.
—Qué bueno que todo está en orden —finjo que le creo.
—Sí.
—Hablamos más tarde. Te amo —le digo antes de colgar.
Me quedo preocupado. Ella no sabe mentir. Y sé que lo está haciendo.
¡Mierda! ¿Qué será ahora?
Manhattan, Nueva York.
Lastimosamente no pude viajar anoche como lo tenía previsto, pero ya estoy en la ciudad y con muchas ganas de saber qué es lo que Sabik me está ocultando. Anoche quise comunicarme con mis hijos, pero ya estaban dormidos. Le marqué a Layan, pero nunca me respondió. Algo está pasando y por eso decidí no decirles la hora en que iba a llegar. Quiero aparecer en la casa de sorpresa.
Miro mi reloj. Por la hora, ya deben estar saliendo rumbo al colegio. Cuando entro, encuentro a Hugo.
—Arquitecto, buenos días.
—Hola, Hugo. ¿Aún no los llevas al colegio?
—Los estoy esperando.
Asiento y decido entrar por la puerta de la cocina.
—¡Eres un tonto, mira lo que hiciste! —chilla histérica.
—¡Layan! ¿Qué sucede aquí? —digo, tanto Layan como Dorian y las empleadas se sorprenden al verme. Me saludan. —Hice una pregunta. ¿Qué sucede?