Nolan
Pido hablar con el director, pero me dicen que está en una reunión. No tengo tiempo para esperar. Así que hablo con el coordinador académico. Seguramente, al ver mi semblante, entiende que no estoy para rodeos y accede a lo que le pido.
Consigo el permiso para sacarla de clases.
La espero en el parqueadero. Me apoyo contra el auto con los brazos cruzados. La veo llegar cabizbaja.
—Papá… —dice, desconcertada. Tiene los ojos hinchados.
—Súbete.
—¿Por qué? Tengo clases.
—Para lo que te importa estar o no en clase… ¡Súbete! —elevo la voz.
—Claro. Ya hablaste con tu mujer —suelta.
Me acerco a ella con paso firme. No me hace falta decir nada. Con solo ver mi cara, sube al auto. Se queda callada. La tensión entre nosotros se siente.
Se pone seria, estoy seguro de que ya sabe que es lo que le espera al llegar a casa. A los pocos minutos llegamos. Estaciono y, antes de que baje, le ordeno:
—A mi estudio.
Ella me mira con molestia, rueda los ojos, pero no dice nada.
Nancy cruza por el pasillo, nos observa en silencio. Sabik también está allí. Mira a Layan de reojo, preocupada, pero no interviene.
Antes de reunirme con ella subo al segundo piso y voy a su habitación para agarrar la caja de condones que encontré en su mochila. La tengo en la mano mientras bajo. Siento que la sangre me hierve.
—No quiero que nos interrumpan —sentenció a Nancy y Sabik que demuestran preocupación.
Cuando entro al estudio, ella está de pie, mirando su celular.
—Supongo que ya imaginas por qué te saqué del colegio —cierro la puerta y ella guarda su teléfono en su bolsillo.
Se gira, y me enfrenta.
—Supongo que tu esposa ya te fue con el chisme —responde, con el mismo tono que yo.
—Tu madre. Te guste o no, es tu madre —corrijo—. Y no, no me fue con el chisme. Sabik tiene toda la obligación de contarme lo que pasa contigo.
—Una madre que pega a sus hijos —habla dolida—. Me pegó. Me puso las manos encima.
—No debió darte una sola cachetada —acepto la acción.
—¿Entonces estás de acuerdo? ¿Apruebas lo que hizo? —grita y azota los brazos contra los costados.
—Sí —se lo confirmo—. Explícame —golpeo el escritorio con la palma abierta— dónde carajos te estás metiendo. ¿Por qué no estás entrando a clases?
Ella se sobresalta, pero no dice nada.
—¡Habla! —insisto.
—No te voy a decir nada. No me vas a entender.
—No me vengas con excusas tontas. Habla. ¡Quiero escucharte!
Se queda callada. Me está sacando de quicio. Juro que quiero entenderla, pero sencillamente ella no colabora.
—Layan.
—Solo le pedí a Sabik hablar después porque no me sentía bien —dice, por fin—. Y empezó a atacarme. Igual que tú. ¿También me vas a golpear? —me desafía.
—¿Que no te sentías bien? ¿Desde hace cuánto vienes con eso? Hemos sido pacientes, condescendientes, hemos intentado entenderte, amarte. Pero contigo nada es suficiente. Y me cansé. No te paso una más.
—Claro. Por eso me vas a mandar a un internado, ¿no? Te vas a deshacer de mí.
Abro los ojos. Me doy cuenta de que su madre ya le dijo lo que he pensado en hacer. reconozco que no quise que se enterara así.
—Sí. Con lo que hiciste, te vas a Inglaterra. Vas a estudiar en un internado.
Baja la mirada. Habla más bajo, casi para sí:
—Les estorbo verdad. Ahora te vas a poner de su parte y te vas a deshacer de mí —habla bajito como si estuviera procesando la información
—No es así.
—Sí lo es. Así lo entiendo. De ella no me sorprende, pero de ti... creí que me amabas — su voz se quiebra. Solloza y no sabe el dolor que me causa verla llorar, pero no pienso flaquear.
—Te amamos. Solo queremos lo mejor para ti.
—Mentira. No me aman. ¿Cómo podrían? No soy hija de ustedes. Les estorbo por eso se quieren deshacer de mí.
Doy tres pasos largos y ya estoy frente a ella.
—Vuelve a repetir eso —le digo entre dientes.
—Es la verdad. Ella no es mi mamá. Y tú no eres mi papá —me lo grita a la cara.
Levanto la mano, pero me detengo. Aprieto el puño. Y entonces todas nuestras peleas discusiones se me pasan por la mente. Me duele lo que dice, que ponga en duda mi amor, el amor de Sabik que no ha hecho otra cosa que cuidarla, amarla sin hacer distinciones entre los tres.
—Anda pégame. Es lo único que falta, pero eso no va a cambiar la situación.
—¿Cómo puedes decir eso? Me tienes harto con el mismo tema. ¿Qué quieres? Largarte con tu papá biológico. Perfecto ve con él. A ver si soportas un mes vivir a su lado, a ver si él puede darte la vida a la que estás acostumbrada, si puede pagarte un mes de colegiatura, comprarte la ropita de marca que usas, los insumos para tus hobbies que bastante costosos son, pero lo más importante a ver si él te va a dar el amor que aquí te hemos dado.