Layan: "Primer amor, primer caos"

35. Donde hay desquite...

Narrador omnisciente

Nolan llegó a casa desencajado, preocupado, y con unas terribles ganas de abrazar a su hija y demostrarle que estaba con ella. Lo primero que hizo su esposa al verlo fue preguntar si los niños estaban bien. Respiró aliviada cuando supo que no les había pasado nada, pero ese gesto de alivio se borró en cuanto escuchó la cruel broma que Alison le había jugado a su hija mayor.

Se dejó caer en el sofá, imaginando la vergüenza y el dolor que Layan debió haber sentido.

—Ahora entiendo por qué me decía que no era el momento para hablar. Estaba sufriendo —dijo, dirigiendo la mirada a Nolan—. A esa edad, todo se magnifica. No puedo creer que Alison se haya atrevido a tanto.

—Lo sé, mi amor. Pero una cosa no justifica la otra. Fue grosera, y eso no se puede permitir. Debemos estar claros en eso. Se lo voy a dejar muy claro.

Sabik bajó la voz.

—Hay algo que debes saber…

—¿Qué? —preguntó Nolan, con gesto de preocupación.

—Vino Omar... y ella le pidió que la llevara con él.

—¿Omar se llevó a mi hija?

—Sí, mi amor. Pero antes de que te enojes, creo que fue lo mejor. En este momento, nos ve como sus enemigos. Estar con Omar podría hacerle bien.

Nolan empezó a caminar por la sala, con las manos sobre la nuca, sin decir nada. Por un momento, reinó el silencio.

—Quizá tengas razón... pero en la noche iré por ella. Esta es su casa, y aquí es donde tiene que estar.

Sabik asintió. En ese instante, Nolan recibió una llamada del trabajo y se alejó para atenderla. Las actividades en casa continuaron como de costumbre, aunque aún se sentía tensión.

Hasta que los niños llegaron del colegio.

Dorian y Hallie se sorprendieron al ver que quien les abría la puerta era su padre. Nolan tenía una sospecha. Y en cuanto los vio, buscó en sus gestos y miradas alguna señal que se la confirmara.

Pero no encontró nada, salvo cierto nerviosismo y unas miradas cómplices que no pasaron desapercibidas.

—Necesito hablar con ustedes. Vayan a la sala —ordenó con firmeza.

Los niños, con actitud culpable, caminaron detrás de él. Sabik, como siempre amorosa, los recibió con una sonrisa, aunque también se mantenía expectante.

—¿Qué sucede, papi? ¿Por qué Layan no vino con nosotros? Hugo no nos quiso decir nada —preguntó Dorian.

—Porque yo fui por ella, en la mañana.

—¿Se sintió mal papi? —indagó Hallie.

—Seguro fue por lo que pasó ayer —habló el menor haciendo un mal gesto.

Nolan aprovechó el momento para topar el tema que quería hablar con ellos.

—Ustedes saben lo que le hicieron a su hermana.

—Uy, papi... todo el colegio lo vio —comentó Dorian, con tono incómodo.

—Y eso no fue todo —interrumpió Hallie—. La tonta de Alison se sentó detrás de nosotros y le dijo cosas feas a Layan mientras todos se burlaban.

—Un momento —intervino Nolan, entrecerrando los ojos—. ¿Ustedes estaban con Layan?

—Sí, papi. Como había mucha gente, Dorian tuvo miedo —dijo Hallie.

—¡No tuve miedo! —protestó él. Luego, al ver la mirada de su madre, corrigió—. Bueno… un poco.

—Él le pidió a Layan ver el partido juntos, y ella aceptó. Estábamos juntos los tres. Todo estaba bien hasta que vimos las imágenes en la pantalla. Yo sentí muy feo por mi hermana… y le dije sus verdades a la descerebrada esa —agregó Hallie, con orgullo.

—Pobre mi niña —musitó Sabik, imaginando la humillación de su hija.

—Yo también la defendí. Porque yo soy hombre, y debo proteger a las mujeres de mi casa. Por eso...

Se calló de golpe al ver los ojos de su hermana abrirse como platos.

—Chicos —intervino Nolan—. Entiendo. Está bien que se defiendan entre hermanos, sobre todo ante un ataque tan bajo como el que sufrió su hermana.

—Sí, papá. Fue muy feo. Por eso yo quería desayunar con ella… pero se me regó el yogur, y me gritó horrible —dijo el pequeño, bajando la voz.

—Sí, mi amor, pero le vamos a disculpar. Tu hermana está pasando por momentos difíciles.

—¿Y dónde está? ¡Quiero contarle algo! —exclamó el menor, emocionado.

—No está aquí. Se fue con el tío Omar.

—¡Qué mal! —dijo con un puchero.

Nolan los miró con seriedad.

—Tengo una pregunta, y quiero que me contesten con la verdad. Hoy fui al colegio…

Los niños se miraron, tensos.

—Y vi algo que me pareció espantoso —continuó Nolan—. Vi a Alison, en pleno patio central, completamente bañada en pintura roja. Estaba histérica, llorando, maldiciendo. Y todos los demás grabándola, riéndose. Una vergüenza total.

Los ojos de Sabik se abrieron en demasía. Miró a sus hijos, claramente nerviosos.

—Cuando salí de la dirección, me encontré con Milán en el estacionamiento. Lo saludé, y noté que la manga de su suéter tenía manchas de pintura roja —agregó Nolan, esperando que hablaran.




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