Layan
Días después.
Abro los ojos. Estoy en mi habitación. Me acomodo sobre el colchón y quedo de costado derecho. Hace días que no dormía tan bien, que no disfrutaba tanto de estar aquí. Hace muchísimo que no agradecía por todo lo que tengo. Me paso una mano por los ojos y, de la nada, sonrío.
Miro hacia el velador y veo la hora. Me asombro: son casi las diez de la mañana.
Hemos tenido días intensos, y eso que ni siquiera he ido al colegio. Nuestros días han pasado entre las declaraciones en la policía, hablar con el abogado, lidiar con la prensa que se muere por publicar lo ocurrido con mi papá, y la tristeza de no tenerlo con nosotros como siempre… todo por mi culpa.
Es increíble cómo una decisión puede alterar la vida tranquila de una familia. Ahora entiendo cuando nos dicen: “piensa bien lo que vas a hacer”. Toda mi vida y la de los míos cambió. Cuán importante es medir nuestros alcances y no creer que sabemos más que nuestros padres o mayores. Nos falta experiencia, y por eso nos ahogamos en un vaso de agua.
Entiendo que no se trata de no tomar decisiones, sino de hacerlo pensando en las consecuencias y en cómo afectarán a nosotros y a quienes queremos.
Hace mucho leí una frase del orador Denis Waitley: “La juventud es el tiempo de desafiarse a uno mismo, de aprender de los errores y crecer con cada experiencia”. Ahora entiendo bien su mensaje.
No se trata de esconderme tras mis errores, sino de dar la cara, asumirlos y demostrar que aprendí. Por suerte tengo unos padres que me adoran y que siempre estarán para mí. Ellos se merecen la mejor versión de su hija. No solo es cuestión de portarme bien y obedecer, sino de no apartarlos de mi vida, de permitir que sigan siendo mi guía, mi soporte.
Quiero volver a hacer las cosas que me apasionan. Quiero apartarme de lo que no me suma. Lo que viví en esa fiesta me demostró que no quiero, ni necesito, formar parte del montón ni del deterioro de la sociedad.
—Solo quiero ser feliz y estar tranquila, y para eso no necesito apresurarme a vivir lo que llegará a su tiempo —susurro. En ese momento noto que la puerta se entreabre.
—¿Puedo pasar, mi niña? —pregunta Nancy desde el umbral.
—Claro que sí —respondo, sentándome. Ella camina hacia mi cama con una enorme sonrisa.
—Buenos días, dormilona.
—Hola, Nancy. ¿Ya se despertó el resto de la familia?
—Sí. Y el primero fue tu papá, ya ordenó que sirviera el desayuno. Así que date prisa —dice, y yo le sonrío agradecida.
—Nancy...
—Dime, mi niña.
—Gracias —susurro. Me lanzo a sus brazos, haciéndola tambalear. La abrazo con fuerza, colgándome de su cuello—. No siempre te lo digo, pero gracias por quererme y cuidarme. Desde que tengo uso de razón siempre has estado conmigo.
—Ay, mi niña, mi niña de chocolate —susurra, apretándome fuerte contra ella. Luego me mira a los ojos, me acomoda el cabello y sonríe—. Te quiero mucho y siempre serás mi niña, aunque crezcas. Siempre te recordaré parlanchina, haciendo preguntas incómodas, correteando por la casa con Mechas, y hablando de lo guapo que era tu papá. Hasta tus berrinches siempre los atesoraré en mi mente.
—Nancy... sabes, después de mi papá, creo que tú eres quien mejor me conoce.
Nos abrazamos otra vez. Me da un beso en la frente y me recuerda que me dé prisa. Le hago caso. Voy al baño, me ducho y me arreglo. Hoy tengo algo importante que decirle a todos.
Bajo al comedor. Mis hermanos ya están sentados. Los miro y sonrío. Amo a esos dos traviesos. Papá y mamá llegan, viéndose muy enamorados, nos saludan y se sientan.
—¿Cómo te sientes, papi? ¿Te gustó tu fiesta de bienvenida? —pregunta Dorian.
—Sí, me gustó. Es lindo saber que tengo una familia que me quiere tanto… pero ya vi que alguien estuvo jugando con una de mis maquetas —responde papá, poniéndose serio y mirando a Dorian.
—¡Fueron Dorian y Milan! —acusa Hallie.
Me preparo para otra discusión entre ellos. Eso es normal, esta es mi familia.
—No empiecen —interviene mamá—. Ya saben que no pueden entrar al estudio de su papá ni tocar sus proyectos.
—Lo siento. Milan quería ver el edificio y se nos ocurrió…
—No lo vuelvas a hacer, mi amor —lo reprende mamá.
—Está bien… —responde, un poco avergonzado.
Papá suspira y luego sonríe.
—Esto es estar en casa —me mira con ternura—. ¿Cómo van las clases? Supongo que mañana ya te reintegras, mi amor.
—Sí, papi, ya no hay motivos para faltar, pero…
—Eso significa que la sangrona también volverá —me interrumpe Dorian, con cara de susto.
—No —contesto—. Hay algo que no saben —digo, dejando los cubiertos sobre el plato. Los miro a todos—. Alison ya no irá más al colegio. La expulsaron por la broma que me hizo.
—¡Bien! —chilla Dorian, emocionado.
—Se lo merecía —acota Hallie.