Layan: "Primer amor, primer caos"

44. La felicidad de mi hija.

Nolan

Tengo un mal sabor de boca con el viaje de mi princesa; siento que con ella se me va la vida. Una parte de mí se marchará también.

Debo reconocerlo: esta vez me ganó en astucia. Creí que con negarle la admisión en el colegio de Inglaterra todo quedaría en calma, pero no. Supo estar un paso adelante. Movió sus fichas con precisión. No cabe duda: es una Collins.

Miro la fotografía sobre mi escritorio. En ella la cargo en mis brazos; apenas tenía tres años. Ahora la veo y ya no es aquella niña que se acurrucaba en mi pecho: mi negrita, mi niña de chocolate, se me creció.

—Me vas a hacer tanta falta, Layan… —murmuro mientras dos lágrimas resbalan por mis mejillas.

—¿Qué te sucede? —pregunta Omar avanzando hacia mí.

—Nada —quito de mi rostro evidencia alguna de haber llorado.

—La ida de mi princesa te está matando.

—No sé cómo voy a hacer. No voy a vivir tranquilo con ella lejos.

—Nolan, yo también estaba destrozado con la noticia; sin embargo, entendí que eso le hará bien. Además, no es la primera señorita que va a un internado.

—Sí, lo sé, pero no es cualquier señorita, es mi hija. No sabes cómo me arrepiento de haberle dicho que la mandaría lejos. Lo bueno es que estará en su ciudad. Bien o mal, estará rodeada de gente que conocemos. Tenemos nuestra casa, empleados, la empresa.

—Eso es bueno. Aunque no va a necesitar nada, va a estar interna. Si lo ves desde otra perspectiva, este cambio a mi muñeca le hará madurar.

Vuelvo a mi asiento y él se sienta frente a mí.

—Sí, lo sé —le doy la razón—, pero eso también me inquieta. Saber que mi princesa dejará de ser una niña para convertirse en una mujer. Eso me espanta.

—Te entiendo.

—¿Te acuerdas? La podíamos sostener sin problema en nuestros brazos y ahora... —suelto un suspiro largo y sonrío al recordarla. —En los últimos meses, se estiró. Ya mide 1.69.

—Tiene de dónde. Samara es alta y Tyler también —comenta y su comentario no me hace gracia aunque es cierto.

—No me menciones a esa desgraciada —digo.

—¿Qué pasó?

—La muy maldita se salió con la suya. ¿Te acuerdas que te conté lo del video que le envió a Layan?

—Sí, claro —se acomoda sobre la silla.

—Le conté a mis abogados para que buscaran una sanción, que le pusieran más años. Sin embargo, al parecer eso va a estar difícil.

—¿Por qué?, según la legislación española eso no está permitido. Es una falta y tiene sanción.

—Sí, siempre y cuando el reo tenga en su poder el dispositivo o el video indique las instalaciones de la prisión. Pero la desgraciada, junto con el tramposo de su abogado, se valieron de un permiso especial aduciendo que la señora necesitaba comunicarse con su hija. ¡Hazme el favor! —me indigno.

—Pero debes hacer algo.

—Obvio. Aunque...

—¿Qué? —muestra interés.

—Sabes que junto con Layan estamos teniendo sesiones psicológicas.

—Sí.

—Mi decisión de enviar a Layan a ese colegio también fue por sugerencia de la psicóloga. Y ella me dijo que Layan debe enfrentarse a Samara porque es parte de su vida, de su identidad y que ella debe decidir si la tiene en su presente o corta todo vínculo con ella.

—¿Y qué dijo mi princesa?

—Por ahora no quiere verla, quizá cambie de pensamiento después —susurro con malestar.

Veo cómo Omar se encoge de hombros.

—Sea lo que sea que decida hay que respetar su decisión —concluye. —Oye, cambiando de tema. Cuéntame, supe que invitaron a mi princesa al cine —sonríe con descaro.

Realizo una mueca y paso saliva con amargura.

—Apareció un compañero del colegio con un enorme ramo de rosas. Con el pretexto de la despedida, y me pidió permiso.

—¿Y qué tal? Mi princesa estaba emocionada.

—Más emocionado estaba él.

—¿Cómo se llama?

—Matías. Es hijo de un empresario español, sobrino del rector del colegio. Es barcelonés. Ya te imaginarás el acento catalán que se carga.

Eleva las cejas aguantando una carcajada.

—Pues el hecho de que haya llevado rosas, eso habla bien de él.

—Vi a Layan a gusto y eso me gusta. Además, el chico es de su edad.

—Vamos, Nolan, mi princesa solo tiene ojos para una persona: Andrés Smith. Quien se puso blanco cuando supo que mi muñeca se iba con este amiguito al cine.

—¿En serio? —pregunto incrédulo.

—Sí, justo estaba con él cuando la llamé. Escuchó y noté que se puso pálido. Digamos que se incomodó.

—No tendría por qué.

—Primo, no te hagas. Andrés la quiere y ella también. Que no puedan estar juntos por ahora es comprensible, pero eso no quiere decir que no se quieran.




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