Layan
Hoy es mi último día aquí. No tenía la obligación de venir, pero quise hacerlo para despedirme de mis compañeros y amigos.
El timbre del recreo suena. Em es requerida en el laboratorio de química, así que quedamos de vernos en la cafetería.
Agarro mi cuaderno de dibujo, me pongo los audífonos, busco música, la pongo a todo volumen y empiezo a caminar lentamente por los pasillos.
En este lugar tengo tantos recuerdos. Estoy aquí desde los 6 años: risas, llanto, peleas, juegos. Miro hacia el acceso 3.
La bulla de fondo va desapareciendo cuando mi mente recuerda que al final de ese pasillo papá siempre me esperaba. Cada vez que lo veía salía corriendo hacia él sin importarme dejar tiradas mi mochila y lonchera. Disfrutaba tanto que viniera por mí. Cuando lo hacía, siempre me llevaba por un helado y me pedía que no le dijera a mamá. Era nuestro secreto.
Sonrío y sigo mi camino, pero de inmediato me detengo y busco dónde meterme, escondiéndome de la mirada de Kaylee, que pasa junto con su grupo.
Llevaban varios días sin venir; por lo visto regresaron. Se detienen en el medio patio para conversar. Se ven felices, radiantes. Cualquiera que las ve las miraría como un ejemplo a seguir, y en realidad no son ejemplo de nada.
Recuerdo cómo vi a Kaylee en aquella fiesta y me lleno de impotencia y vergüenza ajena.
Me pongo la capota de mi suéter y paso por el lado de ellas desapercibida. La música en mis oídos hace su efecto. La guitarra y los acordes de una canción me hacen sonreír, y empiezo a tararearla, sintiéndome una gran artista, como si estuviera viviendo la canción:
Si no tiene más que un par de dedos de frente
Y descubres que no se lava bien los dientes
Si te quita los pocos centavos que tienes
Y luego te deja solo, tal como quieres
Se que volverás el día en que ella te haga trizas
Sin almohadas para llorar...
Llego a la cafetería, la música continúa. Tomo asiento y sigo terminando el dibujo. Es el rostro de mi mamá; quiero terminarlo antes de irme. Solo le doy los últimos toques y queda listo.
Mi concentración se activa y la música sigue.
De repente sucede algo que no esperaba. Retiran la silla; me asusto y levanto la mirada hacia quien interrumpió mi concentración. Paso saliva y me pongo nerviosa. Claro, era lógico: si las animadoras están aquí, el equipo de básquet también.
—Hola —dice mirándome a los ojos y sonríe.
—Hola, Andrés —saludo intentando disimular los estragos que causa en mí volver a verlo. Llevaba días sin saber de él. Me escribió, pero no le respondí.
Escondo la mirada, mientras me quito los audífonos.
—¿Quiero hablar contigo, tienes tiempo?
—Sí, claro.
—Qué lindo —esboza una mueca de admiración—. Eres buena —dice sin dejar de mirar el dibujo—. ¿Es la señora Sabik?
—Mi mamá. —Cierro el cuaderno.
—Sí, claro —expresa, sentándose junto a mí—. Supe que ayer te fuiste al cine. ¿Con qué amigo te fuiste? —pregunta con un tono serio; incluso su expresión cambió.
Junto las cejas al oírlo. Soy yo quien lo interpreta mal o ¿es que está celoso?
—No lo conoces. Es un compañero.
—¿Cómo se llama?
—Matías.
—Ah. Sí, sé quién es. Nunca se te despega —confiesa, y me quedo con la boca abierta preguntándome cómo sabe eso.
—Sí, él me invitó porque... —decido callar y no hablar del tema.
—No tienes por qué darme explicaciones —toma aire y luego retoma—. Te escribí, pero no me respondiste. Y hoy, que nos enteramos de que entrenamos aquí, pues... te busqué.
—No te respondí porque... —lo miro a los ojos—. Es lo mejor, es decir, es mejor mantener distancia. No quiero perjudicarte ni perjudicarme.
—Layan —busca mi mirada—. Sé que has hecho cosas que no debías por mí, y te lo agradezco, pero tienes razón. No quisiera que por mi culpa siguieras teniendo más problemas con tus papás o que te sigas poniendo en peligro.
—¡Ey! —lo detengo—. Te equivocas. Los problemas que me he buscado no solo han sido por ti —se me corta la voz, y entonces lo veo arrastrar sus manos por encima de la mesa y agarra las mías. Los ojos se me abren en demasía; me pongo nerviosa, todo mi cuerpo tiembla ante este contacto.
—Me habría encantado conocerte en otra época de mi vida, pero... —confiesa entre susurros, es la primera vez que me dice algo así y siento como si algo dentro de mí despertara. Nunca había sentido algo así—. Sé que sientes algo por mí y eso es bonito, no obstante, no es...
—Andrés —lo interrumpo y me armo de valor—. Lo entiendo y sí, me enamoré de ti, me enamoré sola, porque es evidente que tú de mí no. —Sin querer, se me llenan los ojos de lágrimas. Me siento tonta, pero hablar con la verdad es lo correcto y hasta siento que me libero de esto que tengo apretado en mi garganta desde hace mucho.
Lo veo cerrar los ojos y hasta puedo jurar que se le nublan. A nuestro alrededor hay varios estudiantes metidos en sus propias conversaciones; sin embargo, desaparecen y solo estamos los dos, frente a frente, hablando de un sentimiento que nació y que nunca se cristalizó.