El aire en la imponente mansión de los Castro era denso, cargado de una tensión que se palpaba en cada rincón. Mateo, con la mandíbula apretada y una determinación forjada en el fuego de sus sentimientos, se plantó frente a su padre, Don Raymundo. Las palabras, cuidadosamente elegidas pero cargadas de una fuerza que sorprendió al patriarca, salieron de su boca como proyectiles.
–Padre– comenzó Mateo, su voz resonando con una seguridad que rara vez exhibía ante él, –he tomado una decisión. Me voy a casar con Luz–
Raymundo alzó una ceja, su expresión pasando de la sorpresa a una gélida desaprobación. –¿Con Luz? ¿De los Pimentel? Mateo, ¿has perdido la cabeza? Sabes perfectamente que esa unión es imposible. Son nuestros rivales, nuestra historia está manchada por la discordia entre nuestras familias–.
–No me importa la historia, padre. Me importa lo que siento. Y siento que mi vida no tiene sentido si no es al lado de Luz– replicó Mateo, su mirada fija en la de su padre, sin ceder un ápice. –La amo. Y ella me ama a mí. Y no voy a renunciar a eso por viejas rencillas que no he creado yo–
Raymundo se levantó de su sillón de cuero, su figura imponente enmarcada por la luz tenue de la chimenea. –El amor no paga deudas, Mateo. El amor no reconcilia fortunas perdidas. Este matrimonio no te traerá nada bueno. Te traerá más problemas de los que ya tenemos. Te estoy hablando como tu padre, pensando en tu futuro–
–Mi futuro está con Luz– insistió Mateo, su voz firme. –Y si para tenerlo tengo que luchar, lo haré. No voy a permitir que usted, ni nadie, nos separe. He hablado con ella. Ella también está dispuesta a enfrentar lo que sea. Y hoy mismo, voy a su hacienda para pedir su mano. Con o sin su aprobación–
La mención de la hacienda de los Pimentel pareció encender la furia en Raymundo. –¡Estás loco! Si te presentas allí, será un insulto. No respondo por las consecuencias–
–Yo tampoco– sentenció Mateo, dando media vuelta para salir de la sala, dejando a su padre sumido en una furia contenida.
🎀
Mientras tanto, en la opulenta, pero a menudo tensa, hacienda de los Pimentel, Luz se encontraba en una situación similar. Su padre, Don Antonio, un hombre de negocios implacable y celoso de su reputación, la había confrontado sobre los rumores que circulaban sobre su relación con Mateo Castro.
–Luz, esto tiene que parar– dijo Antonio , su tono autoritario. –He oído cosas. Cosas que me preocupan profundamente. ¿Estás viendo a ese Castro ? ¿A ese mocoso que se cree un abogado de renombre?–
Luz, con la dignidad de su linaje y la fuerza de sus convicciones, se irguió ante su padre. –Padre, no es un mocoso. Es el hombre al que amo–
La declaración de Luz tomó a Antonio por sorpresa. Su rostro, usualmente curtido por el poder, se contrajo en una mueca de incredulidad y enfado. –¿Amor? ¿Qué sabes tú de amor, hija? ¿Sabes la historia entre nuestras familias? ¿Sabes todo lo que han hecho los Castro para perjudicarnos? ¿Y tú vienes a mí con palabras de amor por uno de ellos?–
–Sí, padre. Lo sé. Pero yo no soy ellos. Y Mateo tampoco es su padre. Nos amamos, y eso es lo único que importa. No voy a dejar que las rencillas del pasado dicten mi presente y mi futuro– La voz de Luz tembló ligeramente, pero su mirada era firme. –He decidido casarme con Mateo–
Antonio dio un paso adelante, su voz grave. –¡Estás equivocada, Luz! Es un error que pagarás caro. Una Pimentel no se une a un Castro. Nuestra familia no puede permitirse una humillación así. Te prohíbo terminantemente que sigas adelante con esta locura–
–No me prohíbe nada, padre. Porque no hay nada que me detenga. Si tengo que irme, me iré. Pero me iré con Mateo. Él está viniendo hoy mismo a pedir mi mano. Y si usted no me da su bendición, la tomaré igualmente– Luz, con lágrimas en los ojos pero con el corazón latiendo con valentía, enfrentó la ira de su padre. –Lo amo, padre. Y estoy dispuesta a defender nuestro amor–
Antonio, incapaz de contener su ira, la miró con desprecio. –Que así sea. Pero cuando esto se convierta en un desastre, no digas que tu padre no te lo advirtió–
🎀
Las horas siguientes transcurrieron en un torbellino de emociones. Mateo, con el corazón latiendo desbocado y una rosa roja en la mano, conducía hacia la hacienda de los Pimentel. Cada kilómetro recorrido era un paso hacia la confirmación de su amor y un desafío a las tradiciones y enemistades que amenazaban con separarlos.
Al llegar, fue recibido por una atmósfera cargada de expectación y resentimiento. Los sirvientes, acostumbrados a la tensión entre ambas familias, lo miraban con cautela. El aire olía a jazmines y a una amenaza latente.
Mateo descendió del coche, su porte seguro y su mirada decidida. Se dirigió directamente a la sala principal, donde sabía que encontraría a Luz, y probablemente a su padre.
Al entrar, la visión de Luz le cortó la respiración. Estaba deslumbrante, vestida con un elegante traje que realzaba su belleza, aunque sus ojos reflejaban la angustia de la confrontación con su padre. Don Antonio estaba sentado en su sillón, su rostro una máscara de desaprobación, observando a Mateo con una intensidad que quemaba.
–Don Antonio– dijo Mateo, su voz clara y firme, ignorando la mirada hostil del padre de Luz. Se acercó a ella y tomó su mano, sintiendo el temblor leve que la recorría. –He venido a hablar con usted. Y con contigo Luz.–
Luz apretó la mano de Mateo, sintiendo un torrente de coraje al sentir su apoyo.
Mateo se giró para mirar a Don Antonio, su mirada ahora directa y llena de una sinceridad inquebrantable. –Sé que no soy el candidato que usted esperaría para su hija. Sé que nuestras familias tienen una historia de enemistad. Pero hoy, vengo a usted no como Mateo Castro, el heredero de una fortuna rival, sino como un hombre que ama profundamente a su hija–