La noticia de la inminente boda de Luz con Mateo Castro había calado hondo en el seno de la familia Pimentel, y no de la manera que todos esperaban. Katia, a pesar de haber expresado su apoyo a su hija, no lograba conciliar su profunda aversión hacia los Castro con la realidad del enlace. Decidió que debía hablar con su esposo, Antonio , para hacerle saber su descontento y la gravedad de sus reservas.
Se encontró con él en su estudio, un espacio dominado por estanterías de cuero, mapas antiguos y el olor a tabaco añejo. Antonio revisaba unos documentos con la concentración habitual, su rostro impasible.
—Antonio— comenzó Katia, su voz teñida de una preocupación que intentaba disimular. —Tenemos que hablar sobre Luz y Mateo—
Antonio levantó la vista, su mirada interrogante. —¿Qué hay que hablar, Katia? Ya lo hemos decidido. Tregua. Por los hijos—
—Una tregua no significa que me guste— replicó Katia, su voz adquiriendo un tono más firme. —No puedo olvidar lo que los Castro nos han hecho. Y que Luz, nuestra hija, se case con uno de ellos... No es algo que pueda aceptar fácilmente—
Antonio dejó los papeles a un lado, su expresión volviéndose seria. —Katia, entiendo tu dolor. Yo también lo siento. Pero he visto a Luz. Y he visto a Mateo. Están enamorados, y son testarudos. Si nos oponemos abiertamente, solo los empujaremos más el uno contra el otro, y la ruptura será aún mayor. Esta tregua es necesaria para ellos—
—¿Pero a qué costo, Antonio? ¿Estás seguro de que esta unión no nos traerá más problemas de los que ya tenemos? ¿Y si Mateo no es quien dice ser? Los hombres de esa familia son calculadores, ambiciosos...— Las palabras de Katia se perdieron en un suspiro de frustración. —Simplemente, no estoy de acuerdo con esto. Me preocupa el futuro de Luz. Mucho—
Antonio se acercó a ella, tomándola suavemente de los hombros. —Sé que te preocupa. Y yo también tengo mis dudas. Pero confío en mi hija. Y creo que, por primera vez en mucho tiempo, tenemos la oportunidad de cerrar un capítulo de odio. Quizás esto sea el inicio de algo nuevo. Si nuestros hijos son felices, es nuestro deber apoyarlos, aunque nos cueste. Pero te prometo, Katia, que estaré vigilante. Y si algo sale mal, seré el primero en actuar—
Katia asintió, aún con el peso de la duda en su pecho, pero con la seguridad de que su esposo, a su manera, estaba comprometido con el bienestar de su hija.
🎀
Mientras tanto, en la mansión Castro, la noticia de la tregua y los preparativos de la boda llegaba a oídos de Gezael, el hermano mayor de Mateo. Con una ambición que rivalizaba con la de su padre, veía el romance de su hermano como una debilidad inaceptable.
Se encontró con Mateo en el salón de billar, un lugar donde solían debatir de negocios, no de sentimientos. El ambiente estaba cargado de la formalidad habitual entre ellos.
—Mateo— comenzó Gezael, su voz carente de calor. —te vas a casar con una Pimentel— Su tono era de incredulidad y desdén.
Mateo, quien estaba practicando unos tiros, se detuvo. —Así es, Gezael. Me caso con Luz—
Gezael dejó caer su taco de billar con un suave golpe. —No puedo creerlo. ¿En qué estás pensando, hermano? ¿Te das cuenta de lo que esto significa? Una alianza con nuestros peores enemigos. Es una debilidad, Mateo. Una ridícula muestra de sentimentalisbo que solo te perjudicará en los negocios—
—No se trata de negocios, Gezael. Se trata de mi vida, de mi felicidad— respondió Mateo, su voz firme pero tranquila.
—¿Felicidad? ¿Qué sabes tú de felicidad? La felicidad no te dará poder, ni te hará respetar. Te estás dejando manipular por una mujer. Te estás volviendo débil. ¿Crees que esto fortalecerá a nuestra familia? ¡Todo lo contrario! Estás jugando con nuestro legado— Gezael se acercó a Mateo, su mirada implacable. —Te considero débil, hermano. Y eso, en este mundo, es un error que no te puedes permitir—
Mateo se enderezó, su mirada desafiante. —Mi decisión está tomada, Gezael. Y no me arrepiento. Si crees que me debilita, es tu problema. Yo sé lo que quiero. Y lo que quiero es a Luz. Y defenderé nuestro amor hasta el final—
Gezael soltó una risa seca y carente de humor. —Ya veremos cuánto dura esa 'determinación'. No esperes mi apoyo en esto, Mateo. Considero que estás cometiendo un grave error— Se dio la vuelta y salió del salón, dejando a Mateo solo con sus pensamientos y la determinación férrea de seguir adelante.
🎀
El día de la boda amaneció radiante, pero lleno de una expectativa palpable. El sol brillaba sobre las colinas, iluminando la ermita elegida para la ceremonia, un lugar que simbolizaba la unión y la esperanza.
En la hacienda de los Pimentel, la atmósfera era una mezcla de nerviosismo, emoción y una tensión subyacente. Luz, en su habitación, se encontraba rodeada de sus damas de honor y de su hermana Eurice. El vestido de novia, un diseño exquisito de seda y encaje que había sido creado con esmero, esperaba pacientemente.
Eurice la ayudaba a ajustarse el velo, sus ojos brillando de orgullo y felicidad. —Estás hermosa, Luz. Tan hermosa como siempre soñé que estarías en tu gran día—
Luz se miró en el espejo. Su rostro reflejaba una mezcla de alegría y una profunda emoción. Veía en su reflejo la culminación de un amor que había desafiado barreras, y el inicio de un futuro incierto pero prometedor.
—No puedo creer que este día haya llegado, Eurice— dijo Luz, su voz teñida de la solemnidad del momento. —Ha sido un camino difícil—
—Pero lo lograste, hermana— respondió Eurice, abrazándola con fuerza. —Y ahora, Mateo te espera. Y Paula estará encantada de tener a un tío tan maravilloso—
Katia entró en la habitación, su rostro aún con un rastro de preocupación, pero con una sonrisa forzada. Se acercó a Luz y la abrazó. —Hija mía, que seas muy feliz. Aunque mi corazón aún dude, mi amor por ti es lo más importante—