Lazos de Ambición

Capítulo 9

El polvo del almacén aún se arremolinaba en el aire viciado, un testimonio silencioso de la violencia que acababa de tener lugar. Gezael, con la frialdad que lo caracterizaba regresando a su semblante, observó el cuerpo inerte de Eurice. La urgencia de su huida y la necesidad de asegurar su propia posición lo impulsaron a tomar una decisión fría y calculadora. No podía dejar cabos sueltos, y mucho menos una niña como testigo.

Con la eficiencia de un hombre acostumbrado a lidiar con situaciones desagradables, Gezael localizó a un conductor de los camiones de la hacienda que se preparaba para un reparto nocturno. Le ofreció una suma considerable de dinero, asegurándole que se trataba de un envío urgente y discreto.

Necesito que te lleves esta caja— le dijo a un hombre de rostro curtido y mirada escéptica, señalando el cajón donde Paula se encontraba escondida. —Es para una familia en el pueblo vecino. Asegúrate de que llegue a su destino. Y no hagas preguntas—

El conductor, tentado por la generosa recompensa y la discreción de Gezael, aceptó sin dudarlo. Con cierta dificultad, levantaron el cajón y lo colocaron con cuidado en la parte trasera del camión, camuflándolo entre otros enseres. Mientras el conductor arrancaba el motor y se alejaba en la noche, Gezael sintió un fugaz instante de alivio. Un problema menos.

Sin detenerse a reflexionar sobre el destino de la niña, Gezael regresó al lugar de la tragedia. La ermita era un escenario desolador, el suelo manchado de sangre, los restos de la ceremonia esparcidos como cenizas de un sueño roto. El cuerpo de su padre yacía inerte, y el de Antonio Pimentel a pocos metros. Pero su prioridad era su hermano.

Con la ayuda de algunos sirvientes leales y aterrados, que habían sido reunidos bajo la amenaza velada de Gezael, encontró a Mateo. Aún con vida, aunque en estado crítico, su hermano era su única conexión con el legado familiar que ahora amenazaba con desmoronarse. Con una fuerza sorprendente, ayudó a subir a Mateo a un coche privado, dispuesto para su escape. La urgencia de poner a salvo a su hermano, y de distanciarse del epicentro del desastre, era su principal objetivo.

🎀

Mientras tanto, Luz, aún conmocionada y con el alma desgarrada, vagaba por la carretera, el maletín de su madre en el asiento del copiloto. Las imágenes de la masacre se repetían en su mente, una y otra vez. El rostro de Mateo, sus votos, la sangre... Pero, en medio del torbellino de dolor, un nombre comenzó a resonar en su conciencia: Eurice. Su hermana. Su pequeña sobrina Paula. Había huido, sí, pero ¿dónde? ¿Y si algo le había sucedido a ella también? La preocupación por su familia, por los lazos que aún le quedaban, comenzó a pesar más que su propio dolor.

Con una determinación nacida de la desesperación, Luz dio la vuelta al coche, su rumbo cambiando drásticamente. Ya no huía del pueblo, sino que regresaba a él, a los restos de lo que una vez fue su hogar. Condujo de vuelta a la hacienda Pimentel, el corazón latiendo con una mezcla de esperanza y temor.

Al llegar, el silencio era sepulcral. Los sirvientes, si es que quedaban, se habían escondido. La hacienda, que antes rebosaba de vida, ahora parecía un fantasma. Luz se dirigió al almacén. El aire estaba cargado de un olor a aceite y a algo más... algo rancio y desagradable.

Con pasos vacilantes, entró en el almacén. La escena la golpeó como un puño en el estómago. Allí, tirada en el suelo, yacía Eurice. Su rostro estaba pálido, sus ojos abiertos en un último grito de terror, y una herida oscura manchaba su cabeza. A su alrededor, el caos de los sacos de grano desparramados.

Luz se arrodilló junto a su hermana, el grito ahogado en su garganta. ¡Eurice! ¡Su hermana, su confidente, su cómplice en los preparativos de la boda! El dolor que sentía era insoportable, una agonía que se sumaba a la pérdida de Mateo y de su padre. Miró a su alrededor frenéticamente, buscando a Paula.

—¡Paula! ¡Paula!— llamó, su voz quebrándose. Buscó en los rincones, entre los sacos, pero no había rastro de la niña. La pequeña había desaparecido. El peso de la tragedia se tornó insoportable. Su hermana, muerta. Su sobrina, desaparecida. Su amor, perdido para siempre.

La determinación que la había hecho regresar se desvaneció, reemplazada por una profunda y abrumadora desolación. No había nada para ella en ese pueblo, nada que la atara. Su familia estaba destruida, su amor extinguido. El lugar que una vez había sido su hogar, ahora solo albergaba dolor y muerte.

Regresó al coche, esta vez con una finalidad sombría. Puso el motor en marcha, sus manos temblorosas sobre el volante. Miró hacia atrás una vez más, a la hacienda Pimentel, a la ermita donde sus sueños se habían hecho añicos. Y luego, con un último suspiro de dolor y resignación, aceleró, alejándose del pueblo, esta vez de forma definitiva. El camino por delante era incierto, un lienzo en blanco manchado por la tragedia, pero ahora vacío de todo lo que una vez amó...



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En el texto hay: amor, ambicion, optimismo

Editado: 14.10.2025

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