Lazos de Ambición

Capítulo 12

Los días en la pensión "El Rincón de la Calma" transcurrían con una monotonía apacible para Luz. El trabajo en la boutique le ofrecía una distracción bienvenida, un espacio donde podía canalizar su creatividad y sus emociones. Sin embargo, en las últimas semanas, una extraña sensación de malestar la había invadido. Náuseas matutinas, un cansancio inusual que ninguna cantidad de descanso parecía aliviar, y una sensibilidad que la hacía reaccionar a olores y sabores que antes ignoraba.

Una mañana, mientras se preparaba para ir a la boutique, el mareo la golpeó con tal fuerza que tuvo que aferrarse al borde de la mesa para no caer. Berta, que estaba en la cocina preparando el desayuno, escuchó el sonido y acudió de inmediato.

—¡Hija! ¿Qué te pasa?— exclamó Berta, el rostro surcado por la preocupación. Vio la palidez de Luz, el sudor frío que perlaba su frente. —Estás pálida como un fantasma. Esto no es normal—

Luz intentó restarle importancia, atribuyéndolo al estrés, a la falta de sueño. Pero Berta, con la sabiduría que le daban los años y la experiencia, insistió. —Nada de tonterías, Luz. Esto no es solo cansancio. Te veo y algo no va bien. Vamos al médico, ahora mismo—

A pesar de las protestas de Luz, Berta la acompañó a una clínica cercana. La doctora, una mujer amable y profesional, escuchó atentamente los síntomas de Luz y, tras un breve examen, solicitó una serie de pruebas. El tiempo de espera, mientras las pruebas se realizaban, se convirtió en una eternidad para Luz, cada minuto cargado de una ansiedad creciente.

Cuando la doctora regresó, su rostro mostraba una expresión que Luz no supo interpretar. La doctora la miró con una mezcla de seriedad y una sonrisa contenida.

—Luz— comenzó la doctora, —Tengo buenas noticias. Estás embarazada—

La noticia cayó sobre Luz como un rayo. Embarazada. El mundo se detuvo por un instante. Embarazada. En medio de todo el caos, de la pérdida, de la huida, un nuevo ser crecía en su interior. Las lágrimas brotaron de sus ojos, pero esta vez no eran de dolor, sino de una complejidad de emociones que no podía describir: shock, miedo, pero también, en el fondo, una pequeña y tenue chispa de esperanza.

Berta, al escuchar la noticia, se llevó las manos a la boca, una sonrisa radiante iluminando su rostro. —¡Oh, hija mía! ¡Qué maravilla! ¡Vas a ser madre!— Abrazó a Luz con fuerza, compartiendo su emoción.

—Pero... ¿cómo?— murmuró Luz, aún tratando de asimilarlo todo. El recuerdo de Mateo, de su última noche juntos, de la promesa de un futuro que nunca llegó, inundó su mente. El embarazo era una prueba tangible de ese amor perdido, pero también una responsabilidad inmensa en medio de su precaria situación.

La doctora, percibiendo su agitación, intervino. —Es natural que te sientas abrumada. Pero tienes que cuidarte ahora más que nunca. Empezaremos un seguimiento prenatal de inmediato. Y recuerda, Luz, este es un nuevo comienzo—

🎀

Por otra parte, en la quietud del hospital de la capital, la consciencia regresaba lentamente a Mateo. Durante semanas, su mente había vagado en la oscuridad de un coma, un purgatorio físico y mental. Los susurros, las voces distantes, los olores extraños, todo se filtraba gradualmente en su conciencia.

Finalmente, sus párpados se movieron, revelando un mundo borroso y desorientador. Abrió la boca para hablar, pero solo un gemido ronco escapó de sus labios. Una enfermera, con una sonrisa amable, se acercó a su cama.

—Hola, Mateo. Poco a poco. Estás a salvo—

La doctora Selma, la misma que había estado monitoreando su progreso, entró en la habitación. Su mirada era cálida y compasiva. —Bienvenido de vuelta, Mateo. Has pasado por mucho—

Mateo intentó moverse, pero un dolor agudo y una extraña sensación de vacío lo detuvieron. Intentó levantar las piernas, pero estas no respondieron. El pánico comenzó a apoderarse de él.

—¿Qué... qué me pasa?— logró decir, su voz débil. —¿Por qué no siento mis piernas?—

La doctora Selma se sentó a su lado, su voz suave pero firme. —Mateo, durante el ataque, la bala causó un daño significativo en tu médula espinal. Desafortunadamente, hay una parálisis permanente—

Las palabras de Selma cayeron como un martillo sobre Mateo. Parálisis. La idea era inconcebible. Él, que había sido tan fuerte, tan activo, ahora estaba condenado a la inmovilidad. El futuro que había soñado con Luz, la vida que imaginaba construir, todo se desmoronaba ante sus ojos.

—No... no puede ser— susurró, las lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos. —No puede ser verdad—

La doctora Selma observó su desesperación, su dolor. —Lo sé, Mateo. Sé que esto es devastador. Pero no estás solo. Haremos todo lo posible para ayudarte. Hay avances, terapias. Te ayudaremos a adaptarte, a encontrar una nueva forma de vivir. No te rindas—

Las palabras de Selma resonaron en el vacío de la habitación, una promesa de esperanza en medio de la desolación. Mateo miró a la doctora, su mirada llena de una profunda tristeza, pero también, quizás, de un tenue rescoldo de determinación. La lucha por su vida había terminado, pero la lucha por una nueva vida, una vida diferente, acababa de comenzar...



#1166 en Novela contemporánea
#4994 en Novela romántica

En el texto hay: amor, ambicion, optimismo

Editado: 14.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.