La mansión Amaral brillaba con el resplandor de miles de luces y el murmullo de la alta sociedad. La cena de compromiso de Paula y Orlando era el evento de la temporada, un despliegue de lujo y elegancia que reflejaba el estatus y la influencia de ambas familias. Las mesas, adornadas con arreglos florales exquisitos y cubiertas de manteles de seda, esperaban a los invitados mientras el aire se llenaba del aroma de la comida gourmet y los perfumes caros.
Octavio y Eloísa, radiantes de orgullo, recibían a los invitados, sus sonrisas amplias y sus gestos hospitalarios. Mateo y Selma, junto a su hijo Helio, se unieron a la celebración, un contraste de discreción y elegancia entre la ostentación general.
—¡Mateo! ¡Selma! Qué bueno verlos— saludó Octavio con efusividad. —Gracias por venir a celebrar con nosotros—
—No podíamos faltar— respondió Mateo, con una sonrisa genuina. —Estamos muy felices por ustedes y por Paula. Es una ocasión muy especial—
Helio, un joven observador, miraba a su alrededor con curiosidad, absorbiendo la atmósfera de opulencia.
Más tarde, durante la cena, Orlando se levantó, su copa en alto. Un silencio expectante se cernió sobre los comensales.
—Queridos amigos, familiares— comenzó Orlando, su voz resonando con confianza. —Hoy nos reunimos para celebrar el amor y la unión de dos almas. Paula— se giró hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad casi posesiva, —mi querida Paula. Desde que te conocí, supe que eras la mujer con la que quería compartir mi vida. Tu belleza, tu inteligencia, tu espíritu... me cautivaron por completo—
Paula, con el rostro ligeramente sonrojado, le dedicó una sonrisa radiante.
—Por eso— continuó Orlando, sacando un pequeño estuche de terciopelo de su bolsillo, —ante todos ustedes, mi familia, tus padres, nuestros amigos... quiero pedirte formalmente tu mano—. Abrió el estuche, revelando un deslumbrante anillo de diamantes que capturó la luz de las lámparas. —Paula Amaral, ¿quieres ser mi esposa?—
Un jadeo colectivo recorrió la sala. Paula, conmovida y visiblemente emocionada, asintió con fervor. —¡Sí, Orlando! ¡Sí, quiero!—
La multitud estalló en aplausos y vítores. Orlando deslizó el anillo en el dedo de Paula, y se besaron apasionadamente. Eloísa y Octavio se abrazaron, las lágrimas de felicidad corriendo por sus mejillas. Mateo y Selma se miraron, compartiendo una sonrisa de complicidad.
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Al día siguiente, en un ambiente más íntimo pero igualmente cargado de ambición, Paula se reunió con Bia, su manager y mejor amiga, y Julio, su asesor de imagen y relaciones públicas. El tema central de la conversación era la próxima gran pasarela en la que Paula participaría.
—La campaña de moda para la próxima temporada es crucial, Paula— dijo Bia, repasando unos documentos. —Tenemos que asegurarnos de que tu imagen sea impecable. Y el evento principal...—
—Tengo una idea— interrumpió Paula, su voz llena de una chispa de determinación. —Quiero que la próxima pasarela sea un escaparate para Amaral. La marca de mi madre. Ha trabajado muy duro, y creo que es el momento perfecto para que muestre al mundo el potencial que tiene. Sería un gran impulso para ella... y para mí, claro—
Julio frunció el ceño ligeramente. —Paula, Amaral es una marca conocida, pero el mercado internacional es muy competitivo. ¿Estás segura de que quieres asociar tu imagen a una marca que, aunque exitosa, aún no tiene el alcance de las grandes casas de moda?—
—Estoy segura— afirmó Paula con firmeza. —Mi madre tiene un talento increíble, y yo quiero ser parte de su éxito. Además, seré yo quien lleve sus diseños a la cima. Imagina, las portadas de las revistas, los desfiles internacionales : AMARAL se convertirá en una marca de talla mundial—
Bia, siempre práctica, asintió con entusiasmo. —Es una idea audaz, Paula. Y podría funcionar. El público adora las historias de familia y éxito. Podemos enfocarlo como una colaboración madre-hija—
La idea de Paula, aunque impulsada por un deseo de ayudar a su madre, también estaba teñida de su propia ambición. Ver su rostro asociado a la marca de Eloísa, elevar AMARAL a la élite, era una forma de solidificar su propio estatus y demostrar su poder de influencia.
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Mientras tanto, en la tranquila y elegante residencia de Luz , una tormenta se gestaba. Luz, al revisar las cuentas bancarias de Sofía, notó una serie de cargos exorbitantes. Compras de lujo, viajes impulsivos, gastos que excedían con creces cualquier asignación razonable. La paciencia de Luz, puesta a prueba por la creciente ambición de su hija, llegó a su límite.
—¡Sofía!— la llamó Luz, su voz tensa, sosteniendo las facturas en la mano. —Tenemos que hablar—
Sofía entró en la sala, una expresión de falsa inocencia en su rostro. —¿Qué pasa, mamá? ¿Algo malo?—
—¿Algo malo?— replicó Luz, su voz elevándose. —He revisado tus gastos y son astronómicos. ¿En qué estabas pensando? He decidido que, como medida disciplinaria, cancelaré tus tarjetas de crédito—
El rostro de Sofía se contrajo de inmediato, la máscara de inocencia cayendo para revelar una furia contenida. —¡¿Qué?! ¡No puedes hacer eso, mamá! ¡Eso es mío! ¡Tú tienes millones!—
—Ese dinero es el fruto de mi trabajo, de mi esfuerzo— respondió Luz con firmeza, aunque el dolor la atravesaba. —Y tú no estás aprendiendo el valor del dinero, ni el valor del esfuerzo. Estás desperdiciando todo—
—¡No entiendes nada!— gritó Sofía, sus ojos desorbitados por la rabia. —¡Yo tengo que vivir a tu sombra! ¡Quiero mi propia vida, mi propio dinero!—
—Tu propia vida la construirás con tus propios méritos, no dilapidando lo que otros han ganado con sacrificio— replicó Luz, su voz temblando de emoción. —Y mientras vivas bajo mi techo, seguirás mis reglas—.
La discusión se intensificó, las palabras hirientes volando como flechas envenenadas. La brecha entre madre e hija, alimentada por la ambición desmedida de Sofía y la firmeza de Luz, se ensanchaba, amenazando con romper el delicado tejido de su relación...