Lazos de familia: Entre amores y engaños

CAPÍTULO 10

Capítulo 10: La venganza de James

—¡Tienes que hablar de nuevo con James y arreglar esto, Abby! –dijo Rebeca, levantando la voz. Le está diciendo al pueblo entero que te acuestas con todo el mundo.

Abby no pareció afectada por sus palabras o tono.

—Pues que diga lo que quiera. No me importa.

—A ninguna de nosotras nos importa lo que diga o deje decir, ¿pero qué hay de tus padres? –pregunté, tratando de hacerla entrar en razón.

—Es verdad, Abby, sabes que los rumores vuelan en este pueblo –agregó Janelle.

—¿Pero qué puedo hacer yo al respecto? Si mis padres me preguntan diré que es mentira.

Lea pareció pensarlo bastante antes de dar su opinión.

—Creo que no será tan fácil negarlo, Abby. Otras personas además de James lo están diciendo. Parece que te han visto con algunos chicos.

Abby revoleó los ojos.

—Tampoco he estado con tantos. Luego de James fue Ian y luego Brendan.

—¿Y John? –preguntó Rebeca.

—Aún no lo he hecho con John. Apenas llegamos a tercera base.

Yo ni siquiera sabía lo que eso significaba pero no quise preguntar.

—Y también besaste a Matt –comentó Janell, sonando ofendida.

—Ese sí fue un error, lo siento Janelle. Había tomado de más esa noche.

Todas nos miramos pero fue Rebeca quién se animó a decir algo al respecto.

—Debes parar con la bebida también, Abby. Ya no sabes medirte.

Abby se puso seria.

—De acuerdo, admito que últimamente me he descontrolado un poco, y prometo beber de forma moderada. Pero no voy a dejar de verme con chicos. Lo siento, pero disfruto mi nueva vida sexual y no voy a parar por ese idiota de James.

Y ese fue el final de la discusión.

* * *

Abby parecía no tener miedo de que sus padres se enteraran de lo que hacía y se volvió cada vez más audaz. Supimos que unos días después de nuestra conversación, sí se acostó con John, y que incluso alguien la sorprendió besándose con uno de los chicos del coro en la propia iglesia.

Janelle, por su parte, se enteró de que a Matt ahora le gustaba Abby, y cortó todo tipo de relación con él. El problema fue que tampoco pudo perdonar a Abby por besarlo, así que terminó por separarse del grupo. No mucho después, Lea la siguió. Ambas eran mejores amigas y viendo que Abby no intentó enmendar las cosas, decidió cortar relación con ella.

Sin ellas, y con Abby llevando cada tanto chicos distintos, yo decidí dejar de reunirme en la vieja casona cuando los demás iban, y en lugar de eso, comenzamos a citarnos allí con Caleb los sábados por la tarde.

* * *

Lejos de todos los problemas del grupo, Caleb y yo podíamos enfocarnos en nuestra relación y finalmente comenzar a imaginar cómo sería nuestro futuro juntos. Hablamos de cómo continuaría lo nuestro cuando ambos fuéramos a la universidad en unos meses, de cuándo le diríamos a nuestros padres, y qué haríamos cuando nos graduáramos. Hablamos de casarnos y tener hijos, pero sólo cuando ambos consiguiéramos trabajo en la ciudad y una casa en un buen lugar para criar niños. Caleb quería tres hijos y yo sólo dos, pero ambos estábamos dispuestos a ceder.

Por supuesto, durante esos encuentros, a veces las palabras sobraban. Mi deseo por Caleb crecía cada vez que nuestros labios se unían y sus manos recorrían mi cuerpo. Con la práctica, Caleb se había vuelto un experto en volverme loca con sus caricias. Y cuando además su boca hallaba mi cuello, era la gloria. Pero yo no me quedaba atrás. Mis manos acariciaban sus piernas de la rodilla al muslo de manera sugestiva, mientras mi propia boca encontraba el lóbulo de una oreja –lo cual por alguna razón parecía gustarle incluso más que los besos en la boca–.

Pasaron tres semanas desde que habíamos comenzado con estos encuentros, y en ese tiempo, la pasión se había intensificado tanto que era casi insoportable. Aunque nunca lo dijo en voz alta, podía notar que Caleb había ganado confianza en sí mismo y ya no parecía temerle a la idea del sexo. Y yo estaba lista para eso casi desde el comienzo de nuestra relación, así que era sólo cuestión de tiempo.

Regresaba a casa de uno de nuestros encuentros más apasionados hasta el momento, pensando exactamente en eso, cuando crucé la puerta de entrada y me encontré con un ambiente que sólo podía describir como sombrío.

—Hija, ¿dónde estabas? –preguntó mamá, incorporándose del sillón.

Papá, que estaba sentado junto a ella, no movió un músculo.

—Estaba en casa de Abby, como les había dicho –respondí, conteniendo la respiración.

Ella sabía que tenía que cubrirme los sábados, pero si se cruzaba con mis padres por accidente –en la calle o algo así– debía escribirme para que cambiara mi historia, y no lo había hecho. Así que no podía ser eso.

—Cierto, lo olvidé –dijo mamá para mi tranquilidad.

—Precisamente de ese asunto tenemos que hablarte. Siéntate, hija –ordenó papá con tono firme.

Realmente no sabía qué esperar.




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