Lazos de familia: Entre amores y engaños

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 14: Una llama ardiente

—¿Caleb, hueles eso? –pregunté comenzando a entrar en pánico.

Caleb se puso serio.

—Sí, ¿de dónde viene?

Miré a nuestro alrededor y al principio no vi nada fuera de lo normal. Pero el olor se hacía más y más fuerte y lo hacía rápidamente. Agudicé la vista y entonces noté el humo filtrándose por debajo de la puerta de enfrente que daba a la recepción.

—¡Allí! –exclamé, apuntando en dirección a la entrada.

Caleb corrió hacia allí y yo lo seguí. Tomó la perilla de bronce para intentar abrir la puerta pero la retiró de inmediato, emitiendo un quejido de dolor.

—¡Caleb! ¡¿Estás bien?! –pregunté, tomando su mano para analizarla.

Claramente se había quemado. La piel de su palma estaba roja, pero por fortuna no parecía haber perdido capas de ella.

—Creí que el humo vendría de las cercanías, quizás de las escaleras, pero no. ¡Está aquí en la puerta, Eva! –dijo, claramente comenzando a asustarse también.

—Debemos buscar otro lugar para salir.

Me dirigí a la ventana de enfrente –de paneles corredizos de vidrio y una antigua celosía de madera– que de vez en cuando abríamos para ventilar la casa.

—¡Está cerrada! –exclamé luego de intentar abrirla con todas mis fuerzas.

La vieja ventana tenía las bisagras oxidadas y algo endurecidas por el desuso, pero nunca había tenido problemas para abrirla. Caleb vino corriendo y le dió otro intento.

—¿Por qué no se abre?

Yo me hacía la misma pregunta, pero no había tiempo de pensar en eso ahora. El humo comenzaba a invadir la habitación y ahora además podía oír el chirrido de la madera de las paredes, quemándose.

—¡Intentemos la puerta de atrás! –dije, apresurándome a llegar allí.

Caleb me siguió.

—Por aquí también está entrando humo –señaló Caleb, deteniéndome antes de que pudiera tomar la perilla.

—Esto es completamente intencional, Caleb. James debe haber venido antes a trabar las ventanas por fuera y ahora…

—No pudo haber trabado las del segundo piso, no por fuera –dijo Caleb, tomando mi mano. ¡Vamos arriba!

Sabía por las películas que subir nunca resultaba en nada bueno, pero en este caso era la única opción.

Al llegar arriba, recordé algo importante.

—¡Sígueme! –grité, corriendo hacia la cuarta habitación del lado derecho del pasillo.

Las ventanas de las habitaciones de ese lado, podían verse desde la calle y recordé haber visto, incontables veces, que junto a la cuarta ventana había un enorme roble. Estaba segura de que podríamos bajar por él. Pero no teníamos mucho tiempo. El fuego ya debía tomado parte del primer nivel, porque incluso a través de mis zapatos, sentía el piso caliente.

Al llegar a la habitación, corrimos hacia la ventana, y justo como Caleb había dicho, no estaba trabada.

—¡Tú primero, Eva! –exclamó, tomando mi mano para ayudarme a subir.

—De acuerdo, te ayudaré desde el otro lado –respondí, poniendo un pié en el marco y dando el envión.

Subí con ambos pies, agachando la cabeza para caber por la ventana y calculé hacia dónde saltar. Por fortuna, las ramas del roble casi tocaban la ventana así que la distancia no era mucha. Me sujeté de una de ellas y estiré un pié, mientras el otro permanecía fijo en el marco. Dí un pequeño salto y ya estaba afuera.

—¡Caleb, de prisa! –grité, viendo desde afuera que el fuego comenzaba a tomar el segundo nivel también.

A lo lejos, se oían sirenas acercándose.

Caleb subió a la ventana y saltó sin pensarlo dos veces. Pero al pisar la rama, perdió el equilibrio y casi cae al suelo. Y estábamos al menos a 3 metros de él. Por fortuna, en ese momento yo lo sujetaba de un brazo y pude ayudarlo a recobrar el balance, pero a penas lo hizo, se quejó de dolor.

—¡¿Qué sucede?! –pregunté alarmada.

—Creo que me torcí el tobillo, pero no es nada, Eva. Concentrémonos en bajar. Este árbol arderá junto con la casa.

Eso me aterró. Bajar sería todo un desafío, pero cualquier cosa era mejor que morir aquí quemados.

—Ahora tú primero, Caleb. Yo iré un poco más arriba sujetando tu mano para que no pongas tanto peso en ese pié –dije con firmeza.

Caleb conocía ese tono lo suficiente como para saber que el tema no estaba abierto a discusión. Así que sólo asintió con la cabeza y sujetándose de una rama con una mano, y de mi mano con la otra, comenzó a descender. Yo bajaba detrás de él lo mejor que podía, pero era difícil sosteniéndome sólo con un brazo.

Cuando llegamos al tronco y ya no quedaban ramas de las que sujetarnos, Caleb saltó con ambos pies y de inmediato cayó sobre el costado del pié lesionado. Yo salté segundos después y mientras lo ayudaba a incorporarse, ambos observamos con horror como el fuego consumía la vieja casona por completo.

—Ya llegó al roble –dijo Caleb, señalando las ramas que casi tocaban la ventana por la que habíamos escapado.




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