CAPÍTULO 17: Los invitados
De todas las sorpresas que pensé que Harrison podría darme para nuestra boda –que no eran muchas– jamás esperé esta.
—¿Qué están haciendo aquí? –dije, al entrar al salón y ver, nada más y nada menos, que a mis padres.
Mi madre pareció dolida por mi pregunta, pero tuvo la decencia de tratar de disimularlo. Mi padre, en cambio, me lanzaba la misma mirada de desaprobación que la última vez que nos vimos, hace ya cinco años.
—Hola, hija. Harrison nos invitó. Ni siquiera sabíamos que aún vivías en Alabama –dijo mi madre, tratando de hablar por lo bajo.
Los demás invitados ya nos miraban como buitres esperando la primera fatalidad de esta pequeña reunión, que nunca debió ocurrir en primer lugar.
—No “aún”, mamá. Estuve viviendo en California 4 años, pero ni siquiera les interesó saber eso.
—Yo la traje de vuelta –agregó Harrison, desubicadamente.
En ese momento –y en realidad desde hace meses– no era mi persona favorita. ¿Cómo se le ocurrió traer a mis padres aquí, y de regreso a mi vida, después de lo que le había contado que hicieron? Jake jamás hubiera sido tan desconsiderado. Pero no tenía derecho alguno a compararlos.
—Me da gusto que así fuera, señor Campbell. Si fuera por nuestra hija, la hubiéramos visto de nuevo desde el cielo en la lectura del testamento.
Eso me hizo reír.
—¿Sigues creyendo que irás al cielo, papá? Debe ser lindo tener esa capacidad de autoengaño.
—¡Evangeline! –exclamó por lo bajo Harrison, como regañandome.
Odiaba que hiciera eso. El hecho de que fuera 22 años mayor que yo, no lo hacía mi padre. Gracias a Dios.
—Eva, no queremos molestarte en tu día especial, pero quizás este podría ser el primer paso para recomponer nuestra relación.
—No hay nada que recomponer mamá. Pero pueden quedarse a la cena, y para mañana, antes de la boda, espero que se hayan ido.
A estas alturas, ya se oían los murmullos de los invitados, pero no me molestaba en lo más mínimo, es más, ni siquiera me interesaba.
Lo que sí me molestaba era que Harrison hubiera traído a mis padres aquí y además tuviera la audacia de sentarlos en nuestra mesa. Conociéndolo, todo esto era sólo por las apariencias. Probablemente no quería que sus parientes creyeran que ocultábamos a mi familia por algún motivo.
Por fortuna, Jake también había sido puesto en nuestra mesa. Y aunque tenerlo tan cerca, en presencia de Harrison, me ponía incómoda, era bueno tener al menos a alguien de mi lado allí presente.
Las vieiras ahumadas no me pasaban por la garganta, ni tampoco el champagne. ¿Por qué no sólo me iba? Estaba pensando en una buena excusa para el resto de los invitados, así Harrison no podría decir que lo había avergonzado ante su familia, cuando de repente, la voz de mi madre cortó el silencio.
—Harrison nos habló de Lilith –dijo, hablando bajo, claramente para que nadie más escuchara que sus abuelos no sabían nada de ella.
—No debió hacerlo –respondí, dejando el tenedor en la mesa–. Mi hija no es asunto de ustedes.
Mi padre dejó de comer, para regañarme con la mirada.
—¿O acaso me equivoco? Creo que sus exactas palabras fueron: “aborta a esa criatura o sal por esa puerta”.
Jake cerró los ojos y por supuesto dejó de comer también. De todos los aquí presentes, era el único que la amaba tanto como yo.
—No vinimos a revolver viejos asuntos, Eva. Pero en estos cinco años, realmente nunca dejamos de pensar en tí y en esa niña. Bueno… ni siquiera sabíamos que era niña. Pero hemos pensado mucho en ustedes dos.
—Pues jamás intentaron contactarme ese primer año después de que me echaran de casa.
—Lo entenderías si tu hija creciera para ignorar los valores que pasaste años inculcándole –dijo papá, levantando el tono.
Harrison no intervino pero miró discretamente hacia las demás mesas.
—Lo siento, Señor Campbell –se disculpó mi padre, notando su preocupación–. No quiero arruinar la bella celebración que planeó para su familia. Así que no diré más.
Pero las disculpas me las debía a mí. No a esta familia con la que se mostraba tan obsecuente, quizás por su dinero, o quizás por el prestigio de su apellido.
—¡No hice nada malo, papá! Tenía 18 y si se hubiesen tomado la molestia de enseñarme a cuidarme…
—¡Eva! –exclamó Harrison, levantando la voz, como era más propio de él.
—¡Tú los invitaste Harrison! Después de que te conté que me pidieron abortar a Lili, ¡a quién dijiste que tratarías como tu propia hija! Ellos me echaron a la calle con menos de un mes de embarazo, ¿y tú los invitas a nuestra boda?
Realmente había tenido suficiente de esta gente. De todos ellos. Así que me levanté, y sin dar ningún tipo de excusa, o si quiera saludar, me fuí del salón.
Aún no salía de la recepción, cuando escuché unos pasos apresurados venir detrás de mí. Me juré que si llegaba a ser alguno de mis padres, o incluso Harrison, abofetearía a esa persona sin importar quién me viera.