CAPÍTULO 18: Un nuevo comienzo
—Lo lamento, el trabajo es muy pesado para alguien en tu condición. ¿De cuántos meses estás?
–De siete. Pero le aseguro que no será un problema.
El gerente del restaurante no parecía convencido.
—Estarías de pié de ocho a nueve horas, dependiendo del día. Los sábados podrían ser diez. Si te descompensaras o algo pasara, tendríamos problemas. Lo lamento, no puedo contratarte.
Era el cuarto lugar al que entraba a pedir trabajo esta semana. Ya estaba acostumbrada a esta respuesta y sabía que sería inútil seguir insistiendo. Así que sólo me despedí amablemente y continué camino.
La vida por mi cuenta no había sido sencilla en estos meses. Me fuí de Alabama ni bien mis padres me echaron de casa, y llegué hasta California haciendo autoestop. Aquí conseguí varios trabajos de temporada que pagaban por semana y así pude pagar una pensión para tener dónde dormir. Pero definitivamente me estaba siendo más difícil conseguir empleo desde que mi vientre comenzó a notarse.
Había trabajado como lavaplatos, camarera, ayudante de cocina y en limpieza, y aunque las náuseas y vómitos del primer trimestre, habían sido bastante incómodas, no había tenido mayores problemas para trabajar –ni para conseguir trabajo–. Pero desde que había alcanzado el séptimo mes de embarazo, todo se había vuelto más difícil.
Al parecer, nadie quería problemas legales si algo me sucedía a mí o a mi bebé, mientras trabajaba para ellos. Pero yo necesitaba dinero y me estaba quedando sin opciones.
—¡Disculpa! –dijo una voz de hombre detrás mío, cuando estaba saliendo del restaurante.
Volteé y ví que se trataba de un sujeto de unos cuarenta y tantos, quizás, de camisa y corbata y con gafas.
—¿Si? –le pregunté al extraño.
—Lo siento, pero estaba en la barra y no pude evitar oír que buscas empleo. Te está costando trabajo conseguir uno, ¿no es así?
No sabía por qué lo preguntaba, pero responder no me haría ningún daño.
—Pues sí, al parecer nadie quiere contratar a una mujer con siete meses de embarazo.
El hombre pareció emocionarse.
—Entonces creo que podríamos ayudarnos mutuamente, porque ando en busca precisamente de una mujer embarazada y la paga es muy buena.
—No estoy interesada, lo siento –dije, dándome la vuelta y continuando mi camino.
No era el primero que se me acercaba para proponerme algo indecente. Al parecer, algunos hombres tenían una especie de fetiche por las embarazadas.
—No, espere, quizás me malinterpretó.
—Escuche, no trabajaré de acompañante o para la industria de películas para adultos.
—¿Qué? No, no, mire –dijo, sacando una identificación de su bolsillo–. Soy profesor en el instituto privado de artes Hemingway.
Tomé la pequeña tarjeta para verla mejor.
—¿Y bien? –pregunté con escepticismo, devolviéndole la identificación.
—Verá, soy profesor de dibujo y pintura en el primer año del instituto, y requiero modelos reales para algunas de mis clases. El tema de este semestre sería la maternidad, pero la modelo que habíamos contratado tuvo un percance. Me preguntaba si a usted le interesaría el puesto.
La propuesta parecía caída del cielo, pero, ¿sería real?
—¿Y qué debería hacer? ¿Sólo ir y quedarme quieta para que me dibujen? –pregunté, realmente no teniendo mucha idea del asunto.
—Exactamente sí. La clase se dicta una vez por semana y su duración es de tres horas. Ofrecemos 50 dólares la hora y te pagaríamos en el día.
Eso era al menos el triple de lo que había ganado por hora en cualquiera de mis trabajos, pero como la cantidad de horas por semana no era mucha, debería buscar algo más para cubrir mis gastos. De todos modos, por el momento era la única oferta que tenía.
—De acuerdo, me interesa el trabajo.
—El único detalle es que posarías sin ropa –agregó con cautela el hombre, o mejor dicho, el profesor Neil según su identificación, como si temiera mi reacción.
—Pero las clases serían en el instituto, ¿verdad? No en ningún otro lugar.
—Eso es correcto sí.
Me daba muchísima vergüenza el sólo pensar en desnudarme frente a un montón de chicos recién graduados de secundaria, pero no tenía opción. Si no conseguía otro trabajo, esto al menos pagaría la pensión en la que me quedaba.
—De acuerdo, me gustaría el empleo, señor Neil.
El profesor sonrió como aliviado.
—Gracias a Dios, me salvas de un aprieto. La clase es mañana a las 8. ¿Intercambiamos contactos?
* * *
Esa noche, cuando me acosté en la vieja y dura cama de la pensión, no pude evitar pensar en Caleb. La única persona que me había visto desnuda –sin contar cuando era bebé– había sido él.
Esa noche había sido tan especial, pero ahora la recordaba como si fuera una película. Algo que ví y memoricé a la perfección, pero sacado de la vida de alguien más. Esa chica ingenua y soñadora, ya no era yo, pero la pequeña niña creciendo dentro mío, era la prueba de que alguna vez lo había sido.