CAPÍTULO 19: Emily
—¿Eva? –preguntó una voz de mujer a mi derecha, mientras caminaba de regreso a la pensión una tarde.
Volteé a ver de quién se trataba y me sorprendí al ver un rostro que reconocí de inmediato.
—¿Doctora Hills? –pregunté, sonriendo a pesar de mi cansancio.
Acababa de recorrer media ciudad ese día, en busca de trabajo, y volvía a casa con nada más que los pies hinchados y un agudo dolor de cabeza.
—Sí, ¿cómo has estado? ¿Quieres que nos sentemos un minuto? –propuso amablemente, probablemente viéndome exhausta.
—La verdad no me vendría nada mal –dije, sintiéndome avergonzada.
* * *
—No tenía idea de que estabas viviendo en California. ¿Tienes familia aquí? –preguntó, una vez que conseguimos sentarnos en un café que estaba a media cuadra de dónde nos habíamos encontrado.
Yo, por supuesto, ordené sólo un té.
—No, en realidad. Sólo me pareció un buen lugar para comenzar de nuevo. Ya sabe, la gente juzga menos que en otras partes del país, supongo.
Ella me miró con simpatía.
—Eso es verdad, pero, ¿tus padres o alguien más te ayudó a establecerte aquí?
La idea me sacó una amarga sonrisa. ¿Ayudarme? Tuve suerte de que al menos me dejaran subir a mi habitación a empacar algunas de mis cosas.
—Eva, ¿tus padres te echaron de casa? –preguntó la doctora, al parecer leyendo mi mente.
Quizás la sonrisa me había delatado.
—Le comenté cómo eran. Y al parecer nunca decepcionan. Hicieron exactamente lo que creí que harían. Pero ahora estoy mejor, ¿sabe?
—¿Conseguiste un departamento?
—Una pensión. Comparto el baño y la cocina.
—¿Y un empleo?
—Los conseguía antes, cuando no notaban que estaba embarazada. Ahora sólo conseguí uno como modelo artística.
La doctora se agarró la frente.
—¿Al menos te alcanza con lo que ganas? –preguntó con tono de preocupación.
Me encogí de hombros.
—Son muy pocas horas por semana. Pero creo que llego a la renta.
—Ay, Eva –dijo sacando su celular del bolso–. Escucha, creo que puedo ayudarte. La amiga que vine a visitar se irá del país y está buscando a alguien de confianza para cubrirla en su empleo.
—¿Qué tipo de trabajo hace?
—Cuida de personas mayores. Pero no es enfermera, sólo les hace compañía y está siempre atenta para llamar a una enfermera o doctor a domicilio, si en alguna ocasión hiciera falta. En este momento, acompaña a una mujer de unos 80 años que se quedó sin familia, su nombre es Emily.
—Lo lamento mucho por ella –dije, honestamente sintiéndome mal por esa señora.
Si alguien sabía lo duro que era no tener familia, esa era yo. Pero que te sucediera a su edad, debía ser mil veces peor.
—Tuve la oportunidad de conocerla justo ayer, cuando pasé a saludar a mi amiga a su casa, y te aseguro que es una señora muy amable y gentil. No te dará ningún tipo de problema. Y la mejor parte es que ofrece casa y comida a la chica que la acompañe.
Eso me sorprendió. ¿De verdad no tenía inconveniente en dejar vivir a alguien en su casa y comer su comida?
—Además, el salario es excelente, pero de eso mi amiga puede darte más detalles. ¿Te interesaría el trabajo?
—¡Por supuesto, sí! –respondí sin pensarlo–. ¿Pero cree que estoy capacitada? No quiero poner el bienestar de la señora Emily en riesgo.
—Tienes todo lo que se necesita, Eva. Escucha, conservaste a este bebé a pesar de lo que tendrías que sacrificar, y te encargaste de que creciera sano y fuerte, ¿no es así? –preguntó, tomando mi mano en la mesa.
—Así es. Será una niña y los doctores dicen que está en perfecto estado de salud –respondí con orgullo.
La doctora sonrió gentilmente.
—¿Lo ves? Eso es una muestra de tu carácter, Eva. Eres una cuidadora nata. Estoy segura de que mi amiga te amará y estará emocionada por darte su puesto.
* * *
Y al parecer, la doctora tenía razón. Su amiga, quién ahora sabía que se llamaba Sarah, dijo que no estaría tranquila dejando a Emily en otras manos que no fueran las mías. Así que sólo restaba conocer a la señora Davies –su apellido de soltera, el cual usaba desde que se había separado de su esposo, según me contaron, luego de la muerte de su hija–.
Sarah me dijo que la historia de Emily era muy triste, pero que preferiría que fuera ella quién la compartiera conmigo, ya que al parecer era una mujer bastante tímida.
Y así, llegó el día de conocer a mi futura empleadora. Si todo iba bien hoy y Emily daba su aprobación, podría mudarme a su casa mañana mismo.
* * *
—Emily, ella es Evangeline Woods. La chica de la que le hablé –dijo Sarah, haciéndome subir a la hermosa galería de la casa.
Emily se encontraba sentada en un bello sillón blanco de mimbre, parte de un juego de jardín que incluía una mesita petisa, en la que al parecer, había dispuesto algo para tomar. Tenía el cabello completamente blanco y ojos de un azul extremadamente claro. Me recordaban mucho a los de ese estudiante que había llamado mi atención, Jake.