Lazos de familia: Entre amores y engaños

CAPÍTULO 27

CAPÍTULO 27: Harrison

—¿Cómo está tu hija? ¿Aún extraña a ese sujeto con el que salías? –preguntó Harrison, desde su lugar habitual en la barra.

—Veo que regresó –respondí con una sonrisa–. ¿Le sirvo lo de siempre?

—Por supuesto. Soy un hombre de hábitos. Y no cambio de parecer tan fácilmente como un joven de 20.

—El chico con el que salía no cambió de parecer. Se fue por un asunto familiar.

Harrison sonrió de lado.

—O tal vez sólo no tuvo lo que se necesita para cuidar a una mujer.

—Pues no necesito que me cuiden –refuté, terminando de preparar su cóctel.

Harrison lo tomó y me agradeció con un gesto de la cabeza.

Se había hospedado en este hotel al menos 5 veces desde que comencé a trabajar en el bar. Nunca explicaba con exactitud qué lo traía a la ciudad, sólo decía que venía por negocios. Pero más que hablar sobre él, a Harrison parecía gustarle escuchar todo sobre mi vida. Me había buscado conversación desde el primer día y siempre recordaba cada cosa que le decía.

Era un hombre mayor que yo por 20 años, así que tal vez el saber escuchar era propio de su generación. También eran así los jóvenes en mi pueblo, pero al llegar a la ciudad me había encontrado con que la gente de mi edad rara vez despegaba la vista de su celular. Harrison, en cambio, solía olvidar su celular en la habitación, lo cual era extraño para un hombre de negocios como él, pero significaba que toda su atención estaba puesta en la persona con la que hablaba.

Sabía de mis padres, de Caleb, de Emily, de Jake y por supuesto de Lili. Pero yo sólo sabía que se llamaba Harrison, que tenía 40 años y un trabajo que le requería viajar mucho.

—Una mujer siempre quiere sentir que su pareja la cuida, aunque no lo necesite. Es como recibir flores –dijo, haciendo una pequeña pausa antes de continuar para probar su trago–. Tampoco las necesitan, pero es un lindo gesto.

Eso me hizo reír.

—Parece saber mucho sobre mujeres, pero no veo anillo en su dedo –comenté, queriendo saber más sobre él también.

No era justo que supiera todo de mi vida y yo casi nada de la suya.

—Por favor, no me trates de usted, me haces sentir un anciano, Evangeline.

—Dejaré de hacerlo si contesta mi pregunta.

—No has preguntado nada –respondió, con otra sonrisa de lado.

—De acuerdo, aquí está mi pregunta. Si sabe tanto de mujeres, ¿por qué no está casado? Sé que los hombres de su generación se casaban antes de los 30, o 40 como mucho.

—Tienes razón, y no soy la excepción a la regla. Me casé a los 20, soy viudo desde hace 8 años.

Eso me dejó helada. Harrison no era un hombre viejo, su esposa debió fallecer de muy joven.

—Lo siento muchísimo, no debí preguntarle.

Él sólo sonrió.

—Recuerda, prometiste tratarme de tú –fue todo lo que dijo.

—De acuerdo, no debí… preguntarte –me corregí, aunque no tratar a un cliente de usted me resultaba raro.

—No te preocupes. Fue hace bastantes años y aprendí a vivir con ello. A decir verdad, creo que es tiempo de volver a tener citas, ya sabes, mis hijos han crecido, no veo por qué no.

—¿Tienes hijos? –pregunté sorprendida.

Extrañamente, hoy estaba revelando más de su vida privada que en los últimos 6 meses.

—Sí, sí tengo. Y te diré algo, los problemas no terminan cuando se van de la casa. Pero al menos tengo más tiempo para mi vida amorosa. ¿Qué dices, Evangeline? ¿Te gustaría tener una cita conmigo?

La pregunta me tomó por sorpresa. Harrison siempre había flirteado conmigo, eso era un hecho. Pero nunca creí que siendo 20 años mayor y un hombre exitoso, obviamente con la vida resuelta, se interesaría en mí.

—Lo siento, Harrison. Pero mi hija aún no se va de la casa. No tengo mucho tiempo para citas –fue lo único que se me ocurrió responder para declinar cortésmente su oferta.

—Te entiendo perfectamente. Pero quién sabe, quizás la próxima vez que venga hayas cambiado de opinión –dijo con una sonrisa, terminando su cóctel.

Se despidió amablemente y aunque acababa de ser rechazado, de alguna manera parecía que había obtenido lo que quería. Si eso era mi atención, definitivamente ahora la tenía.

* * *

—No me agrada ese hombre, Eva –dijo Emily mientras me ayudaba en la cocina–. No te ofendas, sé que eres muy madura para tu edad, pero que un hombre de 40 ande buscando a una jovencita de 20.

—Hoy en día la edad es sólo un número, Emily –dije sonriendo, porque en realidad yo pensaba lo mismo que ella.

Era un poco extraño.

—Pues sí, pero debe tener hijos de tu misma edad. ¿Eso qué te dice?

—No lo sé. Creo que a veces los hombres se sienten más jóvenes si saben que pueden llamar la atención de chicas jóvenes. Igual dije que no.

Emily pareció tranquilizarse.




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