CAPÍTULO 29: La mansión
La oferta de trabajo de Harrison implicó mudarnos a San Antonio, Texas. Lo cual me dolió muchísimo, porque estaba segura de que Emily aún seguía en California. Pero al día siguiente de que se la llevaran, un abogado fue a la casa a notificarme que tenía 48 horas para desalojarla, o el nieto de Emily iniciaría acciones legales en mi contra. Por lo que no tenía opción.
Llamé a Jake esa misma noche, pero jamás atendió el teléfono. Era extraño que no lo hiciera, y aún más extraño que no escribiera la mañana siguiente, para preguntar si todo estaba bien. Intentaría llamarlo de nuevo, por supuesto, pero por el momento, debía apresurarme a empacar.
Toda mi vida y la de Lili cupo en unas 9 cajas. Pero no iba a irme sólo con mis cosas. Cargué todas las pertenencias de Emily que tuvieran algún valor sentimental para ella. Álbumes de fotos, cartas que su esposo le escribió cuando eran novios, recuerdos de su hija, y cosas así. Creí poco probable que su nieto fuera a conservarlas, y Emily querría todo esto de vuelta cuando saliera. Así que en total eran unas 15 cajas, más la cuna y cochecito de Lili.
Harrison envió un camión de mudanza pequeño por nuestras cosas y Lili y yo tomamos un vuelo a San Antonio –que él ofreció pagar también–. En un principio, dijo que nos acompañaría, después de todo, le quedaban precisamente dos días para terminar sus negocios en la ciudad. Pero una emergencia familiar lo obligó a partir antes de lo previsto.
Así que cuando Lili y yo llegamos al aeropuerto, buscamos al hombre alto y de traje negro, que Harrison dijo haber enviado a buscarnos. Cuando lo encontramos –o más bien, cuando él nos encontró a nosotras–, nos presentamos y me enteré de que era su chofer. Fue entonces cuando comencé a preguntarme quién era Harrison realmente.
No sabía casi nada de él, ¿y ahora sería mi jefe? ¿En qué estaba pensando? Quizás la urgencia de la situación había nublado mi buen juicio, es decir, 48 horas para conseguir un lugar dónde dormir no era tiempo suficiente. Y mis ahorros no alcanzaban para pagar el depósito de un alquiler. ¿Pero mudarme aquí para trabajar para un hombre del que ni siquiera sabía el apellido?
Esta vez sí te confiaste, Eva. Me reproché a mi misma, mientras el chofer nos llevaba a nuestra supuesta nueva casa. Jamás pasé tantos nervios en mi vida. Lili, por fortuna, estaba bastante tranquila y sólo un poco aturdida por el avión.á
—Ya llegamos –dijo el chofer, deteniendo el auto ante un imponente portón de hierro, junto a una casilla con una ventanilla.
Un hombre lo vió desde adentro y presionó el botón que evidentemente abría la entrada.
Entonces seguimos camino, y atravesando un bellísimo parque, llegamos a una enorme mansión de tres pisos.
—Espere, ¿nos quedaremos aquí? –pregunté, no entendiendo la situación.
—Sí, me indicaron traerlas a la residencia y sé que el camión de mudanza descargará sus pertenencias aquí mañana –respondió muy amablemente.
Toda la casa de Emily hubiera cabido en la recepción de ese lugar. Era tan grande que perfectamente podría haber sido un hotel. Pero para mí, algo aquí no tenía sentido. Si Harrison tenía tanto dinero como para vivir en un lugar así, ¿no sería dueño de su propia empresa o cosa parecida? ¿Por qué viajaría tanto él mismo para hacer negocios, si podría pagarle a alguien que lo hiciera por él?
No tuve tiempo para reflexionar demasiado sobre eso, porque casi al instante, nos recibió un ama de llaves.
—Sean bienvenidas. Señorita Woods, es un placer conocerla. Mi nombre es Brenda –dijo, con el mismo tono amable que había usado el chofer.
¿Era normal que una simple asistente fuera a vivir en la casa de su jefe y recibiera tanta atención de parte del resto del personal? Algo me decía que no. No había nada normal en toda esta situación.
—Mucho gusto, Brenda. El placer es mío –respondí, con una sonrisa que debió notarse insegura.
—Deben estar exhaustas. Las llevaré a su habitación para que puedan acomodarse y descansar. Me dijeron que probablemente usted querría dormir en el mismo cuarto que su hija.
—Sí, así es.
—Entonces creo que la habitación que preparé será perfecta. Sígame, por favor –dijo, dirigiéndose hacía las escaleras.
Nuestro cuarto resultó estar en el segundo piso, y más que una habitación, parecía un apartamento equipado con todo lo necesario –a excepción de una cocina–. Además del área de dormir, completamente amoblada, tenía baño privado, un área de estar –con un televisor y un enorme sofá– y un cuarto más pequeño, anexo, en el que las cosas de Lili entrarían cómodamente. Y como si fuera poco, la habitación tenía salida a un amplio balcón, equipado con un juego de mesa y sillas, que daba al precioso jardín.
El lugar era un sueño. Y como todo sueño, temí que fuera demasiado bueno para ser verdad. Sólo esperaba que Harrison no tuviera en mente exigir algún otro tipo de servicio de mi parte como parte de pago.
—Si necesitan cualquier cosa, sólo díganme –dijo Brenda, con una sonrisa.
—Sí, muchas gracias, Brenda –respondí, devolviéndole el gesto.
* * *
Acababa de bañar y cambiar a Lili, cuando oí un ligero golpe en la puerta.