CAPÍTULO 31: Una nueva vida
Ser asistente de Harrison no era un trabajo sencillo.
Organizar su agenda era como jugar al tetris con reuniones de negocios, partidos de golf, viajes y eventos sociales.
Resultó que Harrison tenía una empresa de servicios financieros, cuya principal actividad era captar dinero de inversores, para financiar a empresas startup o “salvar” empresas al borde de la quiebra. Básicamente su empresa tomaba algo que valía relativamente “poco” y lo convertía en una mina de oro.
Yo no entendía demasiado de economía, pero Harrison se encargó de explicarme lo básico, porque una de mis tareas como su asistente, era revisar decenas de mails que la compañía recibía a diario, de empresas nuevas o en riesgo de quiebra que querían ser salvadas por nosotros, y descartar las que no aplicaban por condiciones básicas –como antigüedad de la empresa, denuncias por fraude y cosas así–.
Luego Harrison y su equipo financiero analizaban la situación particular de cada empresa que pasaba esa primera revisión y su potencial. Y elegían unas pocas al mes en las cuales apoyarían económicamente.
Siempre había mucho trabajo, pero Harrison me permitía hacer una buena parte del mío desde casa, para que no pasara demasiadas horas sin Lili. Por lo general, trabajaba medio tiempo en la oficina –recibiendo sus llamadas y organizando su agenda– y medio tiempo desde casa –revisando los mails–. Era perfecto porque podía estar con Lili toda la tarde y sólo la dejaba con una niñera por la mañana.
Pero a veces, como hoy, debía ir a la oficina fuera de mi horario habitual, si algo surgía. En este caso, se trataba de una junta con unos inversionistas japoneses.
Tuvieron que cancelar su viaje a Estados Unidos porque se superponía con otros compromisos, pero no querían postergar la reunión. Así que la mejor opción era una videollamada. Era de día para ellos, pero para nosotros de noche.
Harrison tuvo la gentileza de enviar a todos a casa a su horario normal, pero yo debí quedarme para tomar notas de la reunión, como siempre hacía. Así que cuando la videollamada terminó, ambos estábamos completamente sólos en el edificio, salvo por el guardia de seguridad de la recepción.
Eso me ponía algo nerviosa, porque los intentos de Harrison por conquistarme, eran cada vez más y más obvios y el estar sólos era siempre una oportunidad perfecta para él.
Habían pasado dos años desde que terminé con Jake y ahora sólo lo veía en las cenas de navidad, el cumpleaños de Harrison y el de Lili –siempre buscaba una excusa para venir a casa en esa fecha, sin que fuera evidente que era por ella–. Pero lo peor era que casi no hablábamos.
Jake parecía arrepentido de haber dicho lo que dijo esa noche, pero nunca lo puso en palabras. Sólo venía, cumplía con el compromiso de cenar o almorzar con su padre para esas únicas fechas, y luego se iba.
Al principio pensé en ser yo quien diera el primer paso, y casi me decido a hablarle, ¿pero por qué debería hacerlo? Él era quien me había insultado y si no quería hablarme tal vez era porque en realidad no tenía nada que decirme.
Pero comenzaba a sentirme muy sóla. Y Harrison no había hecho más que ser gentil y bueno conmigo. Nos había ayudado muchísimo, a mí y a mi hija, al darme un trabajo y un lugar dónde vivir. Y cuando intentaba conquistarme, siempre lo hacía de forma respetuosa y se detenía con sólo una palabra mía.
Era 20 años mayor que yo, pero tal vez eso era exactamente lo que necesitaba en este punto de mi vida. Un hombre que no anduviera con indecisiones y estuviera dispuesto a cuidar de mí si lo necesitara.
—Te ves pensativa esta noche. ¿Fue demasiado trabajo? –preguntó desde su silla, cuando me acerqué a su escritorio para retirar la notebook.
La compañía tenía una sala de conferencias con una pantalla enorme para este tipo de juntas por videollamada. Pero Harrison había enviado a quién se encargaba de preparar esa sala a casa, así que hoy la notebook debió bastar.
—No. Sólo estoy meditando sobre algunas cuestiones. A veces hago eso –respondí con una sonrisa.
Harrison sonrió de lado y rozó mi mano con el dorso de la suya.
—¿Será que hoy meditas acerca de nosotros? ¿O estoy muy equivocado? –preguntó, y su toque era mínimo pero sugestivo, como era propio de él.
Sin embargo, esta vez no retiré mi mano.
Entonces giró su silla hacia mí y acomodó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Dejó su mano en mi mejilla un momento y en realidad disfruté el contacto.
No había estado con nadie íntimamente desde Caleb, porque jamás había llegado a hacerlo con Jake. Y si bien no extrañaba el acto en sí –o al menos no creía que así fuera–, sí extrañaba sentir esa cercanía y conexión física con alguien. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que sentí eso y Harrison parecía la solución obvia.
Así que, víctima de mi propia soledad y necesidad de compañía, me incliné hacia adelante y lo besé.
Harrison no tardó en partir sus labios y dominar el beso como todo un experto. No era tierno y delicado –que era como tanto Caleb como Jake besaban y a lo que estaba acostumbrada–, sino posesivo e incluso demandante.