CAPÍTULO 34: Familia
Los meses siguientes pasaron en un abrir y cerrar de ojos.
El salón, las flores, el vestido y el pastel… todo estaba listo o reservado y sólo restaba que Harrison me presentara a su familia antes de la cena de ensayo –que sería en unos días–.
Así que organizó un almuerzo en casa de su madre, e invitó a varios miembros de la familia Campbell. Creí que sería una reunión amistosa y en confianza, y por eso al principio no estaba nerviosa. Pero luego los conocí.
Había una clara enemistad entre parientes de sangre y políticos, y todos parecían tener su propia agenda. Era obvio que el dinero era lo que más les importaba, pero jamás había visto a una familia tratarse con tanta frialdad.
Las hermanas de Harrison me lanzaban miradas de desconfianza sin disimulo y su madre incluso preguntó por las claras si estaba con su hijo por dinero. Estuve a punto de irme en ese momento, y lo hubiese hecho, si Harrison no me hubiera defendido.
Siendo honesta, no fue una defensa muy satisfactoria. Sólo dijo: “Si estuviese tras mi dinero no me hubiese costado tanto que aceptara salir conmigo”. ¿Eso siquiera fue una defensa? ¿O fue un simple análisis de los hechos? Jamás lo sabría. Pero bastó para callar a su madre, aunque no para evitar que siguiera mirándome como se mira a una cucaracha, el resto de la reunión.
Por fortuna, alguien notó mi incomodidad, y cuando sirvieron el té en el jardín y yo me aparté un poco –con la excusa de que quería mirar las flores–, se acercó a hablarme amablemente.
—Es una familia… peculiar. ¿No crees? Para no decir horrible –dijo por lo bajo la esposa de uno de los hermanos de Harrison.
Me la habían presentado como Irene, si la memoria no me fallaba, y parecía tener casi la misma edad que Harrison.
—¿Por qué dirías eso? –pregunté, temiendo que fuera una trampa.
Pero luego la ví fruncir la nariz y contener una risa.
—De acuerdo, sí, son horribles –concedí casi al instante–. ¿A tí también te trataban así al principio?
—Querida, llevo 20 años siendo parte de esta familia y todavía me tratan así –dijo, negando con la cabeza–. Esta gente nunca nos considerará uno de ellos.
Eso era decepcionante. Aunque lo negara, en el fondo había comenzado a hacerme la idea de ser parte de una familia.
Ahora sabía que eso era imposible.
—Sólo te estoy diciendo esto para que no te lo tomes personal –continuó diciendo Irene, cuando notó mi silencio.
—Te lo agradezco. Es bueno saberlo. Sería peor pensar que es por algo que dije o algo así.
Irene rió por lo bajo.
—Exacto. ¿Sabes?, me recuerdas a una chica que conocí cuando aún era prometida de mi esposo –dijo, hablando aún más bajo–. Ella estaba casada con el hermano mayor de tu prometido y acababan de tener un bebé. Era una chica muy dulce. Pero esta familia le hizo la vida imposible y finalmente su esposo y ella se mudaron a otro estado con su pequeñito.
—Disculpa, ¿dijiste era?
—Pues sí. Fallecieron poco tiempo después.
—¡¿Los tres?! –exclamé, e Irene me shushó.
Luego miró a nuestro alrededor antes de seguir hablando.
—Esta familia no habla de eso. No sé por qué, pero creo que tiene que ver con el bebé. Sólo la pareja falleció ese día y lo único que sé es que fue en un accidente de auto. No estoy segura de lo que pasó con el bebé –dijo, volviendo a mirarme.
Yo estaba en shock. No podía ser lo que estaba pensando, ¿o sí?
Una pareja fallece en un accidente hace alrededor de 20 años, ¿y el bebé desaparece? ¿Podría tratarse de Connor?
No lo pensaría si Jake no me hubiese contado que el anterior detective que contratamos se reunió con Harrison antes de dejar de contestar nuestras llamadas. O que incluso antes de eso estuvo muy interesado en buscar registros de adopción en esta misma ciudad.
—¿Qué estás pensando? –preguntó Irene, notablemente intrigada cuando sólo me quedé callada.
Si alguien podía ayudarme a descifrar esto, era ella.
—Estoy pensando que alguien aquí es adoptado –dije sin más, mirándola con total seriedad.
—¿Cómo? ¿A qué te refieres?
—Piénsalo. La abuela no hubiese dejado que un Campbell de sangre fuera dado en adopción y criado por alguien más –respondí, no pudiendo evitar mirar de lejos a esa arpía–. El bebé tiene que haber sido adoptado por alguien de la familia. ¿Sabes algo de eso?
Irene pareció estar absorbiendo el significado de mis palabras y luego se llevó una mano a la boca.
—Sí hay alguien… –dijo.
Y luego pareció pensarlo mejor y guardó silencio.
—¿Alguien que de repente apareció con un hijo? ¿Quién? Por favor, dime –supliqué, aunque sabía que ella no entendería por qué era importante para mí.
Aún así, respondió.
—Pues… uno de los hermanos se había casado hacía poco y al parecer su esposa y él no podían tener hijos, o al menos eso creyeron. Y una navidad, aparecieron con un bebé, tendría más de 1 año. Y recuerdo pensar que era raro, porque los había visto la navidad anterior y su esposa no parecía embarazada. Las cuentas no cerraban –dijo, y sus ojos se movían como si aún tratara de hacerlas en el aire.