Lazos de sangre

Capitulo I: "La luna y el lobo"

Holanda, Ámsterdam

16 de julio de 1920

Esta no es la vida que quiero para mí.

Mi condición de hembra me había condenado a ser solo un peón insignificante y sin derecho a un pensamiento propio en un aborrecible juego burgués y machista. Desde mi más tierna edad, había sido educada de tal forma que, una vez llegado el momento de ser presentada en sociedad pudiera ser uno de los trozos de carne joven, fresca y con cada cualidad esperada por parte de una dama ejecutada de una forma tan eficaz, que cada soltero codiciado no tuviera que pensar dos veces en una propuesta de matrimonio hacia mí. Una dama con todas las letras, una hija con la que cualquier padre sueña.

Pero no quería ser una dama, porque eso significaba amoldarse a todo aquello que era políticamente correcto. Quería correr por el bosque mientras la lluvia caía violentamente y dejar que mi falda se manchara al hacer contacto con la mezcla de tierra y agua, deseaba poder decir lo que pensaba sin que los presente se horrorizaran ante semejante acto de insolencia, deseaba que mis padres comprendieran que los tiempos habían cambiado, que las mentes deben ser explotadas cuando se tiene la oportunidad y que hay un sinfín de posibilidades, que tan solo hay que permitirse adentrarse en cada una de ellas. Sabía en lo profundo de mí ser, que no estaba destinada a ser el accesorio de ningún hombre, a guardar silencio mientras se hablaban sobre cuestiones de las cuales tenía mucho que decir, no deseaba bajar la cabeza ante ninguno de ellos, no deseaba ser la clase de mujer sumisa que se reverencia ante la presencia de un hombre, jamás me arrodillaría ante un hombre, jamás permitiría ser tratada como un ser inferior cuando somos iguales en todo sentido de la palabra.

¿Por qué debíamos aceptar que personas ajenas a nosotros decidieran sobre nuestras vidas? Cada ser humano es dueño de sí mismo, responsable de sus decisiones y condenado por estas mismas, esclavo de cada una de sus palabras y prisionero de sus acciones. Dejar que otra persona decida sobre nuestro cuerpo, nuestra mente e incluso nuestro corazón debería ser considerado un accionar nefasto e inmoral. Mi vida era el timón de un barco que me había sido asignado, y nadie más que yo, seria capitán de este.

Mis padres habían estado consumidos por los preparativos de un inmenso baile al cual nuestra familia había sido invitada. Mi madre no había evitado en ningún momento gritarle a sus criados cuan incompetentes resultaban al momento de realizar sus tareas, mientras que mi padre por otro lado, se había encerrado en escritorio con la intención de terminar con el trabajo pendiente de la semana y posteriormente entablar importantes conversaciones sobre trabajo con amigos y colegas suyos; en cuanto a mi persona, solo deseaba dar un paseo por los jardines con un buen libro como compañía, sin tener que preocuparme por no lucir lo suficientemente hermosa, como mi madre se encargaba de recordarme, para que algún muchacho adinerado se fijara en mí. No comprendería jamás su retorcida obsesión por casarme con un desconocido, si deseaba deshacerse de mi podría simplemente dejarme a mi merced o permitirme viajar por el mundo, conocer algo más que estas viejas tierras que me han visto crecer durante diecisiete largos años.

Señorita, su madre me pidió que le dijera que debía comenzar a alistarse para el baile.

Mi madre era una mujer obstinada, su palabra era la única que contaba con valides y esta misma debía ser seguida con rigor. Había enviado a su criada para evitar posibles intercambios de opinión que pudieran desencadenar fuertes discusiones entre ambas, una sabía decisión. Me encontraba lista hacia unos cuantos minutos atrás, pero no para asistir al baile si no, para finalmente tomar las riendas de mi vida y tomar mis propias decisiones.

Abrí sigilosamente la ventana de mi recamara y con cuidado procure hacer los movimientos correctos para no herirme. Una vez aterrice en el jardín de casa, comencé a correr sin siquiera voltear a ver detrás, a ver todo lo que estaba dejando, el costo de mi libertad constaba de abandonar toda vida que había conocido. Corrí tan rápido como mis piernas me lo permitieron, mientras mi corazón, completamente acelerado debido al miedo mezclado con la adrenalina de enfrentar un futuro desconocido, amenazaba con salir de mi pecho en cualquier instante, ¿así se sentía la libertad?, era maravillosa.

Luego de un buen rato caminando por el espeso bosque que desembocaba en un lugar que desconocía, todos sus sentidos y órganos vitales imploraron que les diera un respiro, nadie estaba detrás de ella, nadie estaba buscándola desesperadamente, y ya nadie lograría encontrarla. Una brisa fría recorrió cada rincón de su cuerpo, terminando en su columna vertebral y se sintió como si de repente, el invierno hubiese tomado protagonismo en el paisaje, despojando a la primavera de su papel; el miedo comenzó a inundarla lentamente, se sentía observada, sentía que algo estaba esperando ansiosamente a que hiciera un mal movimiento y así atacarle. Entre los enormes arbustos oyó extraños ruidos que intento explicar en su mente, los movimientos comenzaron a tornarse bruscos y por lo lejos, mientras comenzaba a retroceder sin quitar su mirada de ese matorral diviso lo que era un gruñido, un gruñido animal, feroz.




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