Lazos de Sangre

Capítulo 20: Cuatro voletos

Santiago

—Tú la quieres ¿Verdad? —la escuche hablar.

Mi cuerpo se tenso. Apenas y pude evitar ocultar mi rostro. ¿Acaso era tan trasparente? ¿Cómo es que hasta ella lo podía ver y Amalia no?

Quizá lo hace, pero no le importa. Piensa. Por algo lo primero que hizo fue encerrarse en la cama de su amigo. De un hombre. De otro hombre en tus narices. Hombre al que no dejo de hablar ni de reír ni de coquetear. 

No. No necesariamente tiene que ser eso. 

Por supuesto. Hay muchas cosas más que un hombre y una mujer pueden hacer en una cama. Una infinidad de posibilidades.

Esto no estaba ayudando. Quería dejar de pensarlo. Tenía que hacerlo. Aún faltaba cuatro horas para el vuelo.

Cuatro horas para que ella este en la cama de otro.

Sacudí mi cabeza mientras apretaba mis dientes. Debía dejar de pensarlo. Debía poner mi cabeza en otra cosa. Pensar lago distinto. Algo diferente.

—La quieres, esta escrito en tu rostro —hablo la mujer con un acento extraño.

Talvez hablar fuera bueno. Talvez expresar lo que siento con alguien sea lo mejor. Después de todo... vi hacia aquella puerta. Mis entrañas crujían. No podía empeorar. Volví la vista a esos ojos que demostraban compasión. Si tan solo Amalia lo mirara así. Si tan solo lo hiciera una vez.

Ella cree que yo le quite todo. Que yo la traicioné. Que yo quise esto. ¿Cómo puede pensarlo? Yo haría cualquier cosa para que ella se quedará con todo. Daría hasta la ultima agota de mi sangre para que ella fuera feliz. Me encantaría explicárselo. ¿Pero como si no puedo abrir la boca sin que me traté como... como basura? Ella jamás estará dispuesta a escucharme. Yo jamás estaré dispuesto a rendirme.

De pequeños fue la única persona que no me trató con desprecio, me ofreció su amistad y cariño. Nunca tuve eso antes de ella. Si tan solo fuera capaz de verlo en mi interior. Las ganas que tengo de abrazarla, de protegerla, de quererla como tanto lo necesita. Como tanto yo lo necesito.

Asentí con la mirada en el suelo. ¿Qué más me quedaba? ¿Qué más podía hacer? Atormentarme con todo esto no me ayudaría en nada. No cuando de regreso me esperaba algo... algo que no deseo. Algo que no quiero.

Solo accedí para traerla de regreso. Mi padre estuvo a punto de firmar una nueva temporada para Amalia en ese internado. Yo me sentía morir. Solo... solo utilice lo que tenía en mis manos para traerla de regreso.

Talvez no debí haberlo hecho. Talvez ella estaba mejor aquí. Tenía amigos y a... y a él. Aunque me reventará el hígado era cierto. Lo tenía a él. Talvez solo empeore todo.

—Sí —hable con un hilo de voz—. ¿Tú eres su amiga? —pregunté con temor a un grito, después de todo si Amalia había accedido a volver con ella, debían ser muy cercanas. Solo esperaba que ella no me tratará como Amalia—. ¿Cómo ha estado?

—Soy Navani, su amiga. Lía ha estado bien con nosotros —respondió cabizbaja.

¿Nosotros? ¿Quiénes eran nosotros? Quise preguntar pero su expresión dolida me aconsejo que no lo hiciera. Talvez era un tema complicado.

—¿Por qué escapaste? —pregunté en cambio, no podía ser tan indiferente ante su tristeza. A veces hablar ayudaba. Era una amiga de Amalia después de todo. Si a alguien podía agradecer por haber echo la estadía de Lía en aquel internado agradable, era a esta morena.

—Es una larga historia —mustió con desanimo.

—Tenemos tiempo —dije odiando cada una de mis palabras. Ojala él tiempo pasará más rápido y Amalia se detuviera en cualquier tipo cosa que estuviera haciendo.

La morena aspiro profundo y luego exhalo con lentitud.—Me escape porque me obligaban a casarme con alguien que no quiero, mi padre vendría por mí mañana.

En otras circunstancias habría echo mil preguntas. En otras circunstancias no habría estado tan poco sorprendido. En otras circunstancias mi corazón no se hubiera sentido como si lo partieran con el cuchillazo de una navaja.

—Parece que eso es más común de lo que creí —mencione mientras trataba de entretenerme con alguna cosa, contar cuantas gotas caían del grifo parecía una idea decente. Así quizá mi voz no saldría tan entrecortada o lastimera—. A mí me espera una boda cuando regrese.

—¿Por qué?

—Es por el padre de Lía, soy su hijo adoptivo y me ha estado presionando para que me case. No me malentiendas, después de todo lo que hizo por mí lo mínimo que yo puedo hacer, sería mi manera de decirle gracias.

—¿Uniendo tu vida a una mujer que no amas?

Asentí sin mucho afán. Me obligue a sonreír luego de unos segundos. No quería que sintiera pena por mí. No por orgullo, Lía decía que yo me hacia la victima. No quería que Navani pensará que era cierto.

Mis ojos se posaron en la puerta. Mi sonrisa cayo.—Sí, de todas formas, no es como si pudiera unirla a alguien que realmente ame.

—No debes hablar así, talvez Lía...

—Sabes que ella me odia —Ella no pudo refutar, era la verdad, aunque mi corazón sangrara, era la verdad. Mientras más rápido el huracán que se agitaba en mi pecho lo entendiera, sería mejor, menos doloroso. Quizá—. Es mejor que lo acepté, yo... —me obligué a sonreír, no quería dar lastima, probablemente ya me veía demasiado patético—. Yo ingenuamente tuve la esperanza que talvez ella pudo extrañarme. Fueron cinco años. Cinco tortuosos años para mí. Quizá... quizá para ella fueron mejores —respondí luchando por mantener la débil sonrisilla en mi rostro.

 

***

 

Amalia

—¿Qué? —pregunte mientras me servía agua pura en un vaso.

¿Por qué tenían la mirada puesta en mí? ¿Acaso tenía algo manchado en mi cuerpo? No. Mi piel blanca estaba limpia. 

Bueno sí. Talvez estaba usando bragas y un sujetador de un color negro que contrastaba increíble, pero no era nada que ninguno de los tres no hubieran visto. 




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