Santiago
No. No podía hacerlo. Este no era yo. Pero tampoco quería lastimarla. Pero... Un suspiró salió desde lo más hondo de mi pecho.
No sería justo con ella. Ella no se merecería esto. Ella era buena y gentil. Merecería a alguien que la amará. A alguien que quisiera estar con ella en cuerpo y alma. Yo no podía. No puedo. No la amo. Y desde a noche ya ni siquiera puedo convencerme de que algún día lo haré.
Yo se lo que siento. Sé lo que ella sintió. Por más que lo niegue, ella siente algo por mí. Yo lo vi, la escuche, la sentí. Jamás saldría de mi mente. Si antes sabía que la amaba como un loco. Ahora sabía que estaba dispuesto a entregar mi vida por ella.
Lía me quería. Aunque no lo quisiera aceptar lo hacía. Los niños y los borrachos no mienten. Ella me quiere. Me quiere. No puedo. No puedo hacer esto. No puedo hacerle esto a Ashly. No puedo hacérmelo a mí. Menos sabiendo que de intentar algo como Lía no es un rotundo no.
Trague grueso al verme al espejo.
Vestido con un terno azul eléctrico, mi cabello peinado, una camisa blanca, una corbata. Cerré mis ojos. Dolía verme así. Dolía que las cosas llegaran hasta este punto. No. Odiaba lo que estaba a punto de pasar. Odiaría no hacer nada al respecto. Pero. ¿Qué podría hacer exactamente?
Si al menos esto hubiera ocurrido hace un mes, no sería tan desastroso. Si al menos esto hubiera ocurrido hace una semana, quizá la familia de Ashly pudo haber inventado un rumor que los librarán del escandalo. Pero no, esta autentica epifanía tuvo que ocurrirme una hora antes que la boda. Una hora. ¿Qué haría en una hora?
Poco faltaba para que la limosina llegara y me llevara a la iglesia. Poco faltaba para verla entrar con un vestido blanco. Poco faltaba para que el sacerdote pronunciará los votos. Poco faltaba para que pusieran el anillo y mi vida terminará ahí. La esperanza de una vida junto a la mujer que amaba terminaba con mi boda.
No, no podía. Sacudí mi cabeza. Algo debíamos poder hacer. Algo. Cualquier cosa.
—Hijo —escuche tras leves golpes en la puerta.
Mi padre. Don Benjamín. Mi corazón cayo al suelo. Mi determinación tan frágil como la nieve frente al sol. No podía hacerle esto. Él le medio un techo. Me dio cariño. Me dio un hogar. Me dio alimento. Me dio protección. Me dio estudios. Me hizo conocer a la persona que se robaría mi corazón, Lía.
Lía.
Si al menos podría tener su firmeza y terquedad. Si al menos mi determinación no menguara con el paso de los segundos. Lía. No podía casarme. No podía. No quería hacerlo.
El señor White me dio una vida. Una vida a la que no hubiera podido aspirar de no haber sido adoptado por él. Pero... Apreté mis puños con fuerza. Un gran nudo creciendo en mi garganta. Mi estomago endureciéndose, crujiendo mis entrañas. Ceder ante esto. Perder la oportunidad de pelear por ella. Ahora al menos sé que sí siente algo por mí.
Al menos tengo una esperanza. Pero... ¿De que sirve si hoy es mi boda? Casarme con alguien a quien nunca amaré. Solo la haré miserable, de la misma forma que ella me lo hará a mí. Al final terminaré odiándola. La terminaré culpando. No. Ella no merece eso. Yo no merezco esto.
—Hijo ¿Te encuentras bien?
De nuevo esa voz. Si tan solo pudiera tener el ímpetu de Lía.
Dejarla plantada sería fatal. Sería una burla para los padres de Ashly, para ella misma. Sería una burla para la familia White. Lo s haría quedar como gente sin honor, sin palabra. Yo no podía hacer eso.
Mis dientes apretados tan fuerte que era doloroso. ¿Qué más podía hacer? Resignarme a ver a la noche anterior como un dulce sueño. Un bello regalo que... que no puedo conservar.
No. No quiero. No quiero. Toda mi vida hice lo que mi padre quiso. Traté de esforzarme por cumplir con sus expectativas. Hacerme digno de portar el apellido White. Ser más que un recogido. Quise probárselo a Lía. Nunca quise opacarla, solo quise ser digno de formar parte de su familia. Ser digno de ella. Ser digno de ser un White. Esforzarme para enorgullecer al hombre que me adoptó. Hacerle ver que no se equivocó con su elección.
Pero ahora. Decir no frente al sacerdote sonaba tan atractivo. Tan correcto. Como una salida. La única salida que veía.
—¿Hijo? Abre la puerta —la tercera vez fue toco con más insistencia.
Me vi obligado a abrir y ocultar la duda en mis ojos.
—Padre —mencione alejándome de la puerta mientras fingía arreglar mi corbata.
Si tan solo pudiera quitarme este traje. Negarme. Rehusarme a hacerlo.
Fueron meses de planeación. Los invitados, el banquete, los músicos, el sacerdote. Tu vida. Tu vida es más importante. Tu vida te pertenece. Un profundo murmullo, casi un susurró bajo, débil, pero...
—Hiciste una buena elección Santiago —hablo mi padre con orgullo—. Ella será una buena esposa, es gentil, hermosa y lo más importante, es dócil. Te hará feliz.
Mordí mi lengua para no decir nada y solo asentir. Rogaba que pasará pro alto mi comportamiento. Deseaba no darle tantas vueltas y decidir por algo. No podía. Estaba perdido. Si al menos Lía me dijera algo, si ella era mi luz, eso bastaría para...
—Señor Benjamín —hablo una voz femenina desde la puerta.
Navani. Mi vista se fijo en ella. Se veía contrariada y algo nerviosa. Su vestido era de una tonalidad naranja. Su cabello recogido en un moño. Una dama de honor. Me desagradaba verla así. Empezaba a desagradarme todo este asunto.
—¿Qué quieres? —hablo mi padre en un tono tajante.
—Lo están llamando, su asistente dice que es urgente.
Mi padre salió a regañadientes con una expresión seria y desdeñosa. En menos de lo que pude girarme, Navani se coloco en frente mío tras cerrar la puerta con seguro.
—No lo hagas —pidió tomando mis manos con las suyas—, te vas a arrepentir —aseguró con convicción.
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Editado: 14.03.2024