Lazos de Sangre

Capítulo 30: ¿No?

Santiago

—El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso. No es grosero ni egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal. No guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. El verdadero amor nunca se extingue.

Aquellas palabras fueron como un puñal en mi pecho. Trague grueso tratando de disimular el sentimiento amargo y feo que nacía en mi estomago. Apenas y pude pasar saliva con el enorme montículo que se encontraba en mi garganta. Debía ignorarlo. Tenía que hacerlo.

¿A quién trataba de engañar?  Demonios. ¿Cómo había llegado hasta este punto? Debí decirle a Ashly lo que pensaba de esto. Debí decírselo. Pero, ¿Cómo? Esta aquí a mi lado con una sonrisa brillante y resplandeciente. SI tan solo provocara algo en mí.

Mis ojos no se clavaron en aquella vela que estaba encendida al lado de la sagrada palabra que sostenía el sacerdote. Si aquella vela se callera, si aquella flama se arrastrara hasta las cortinas, si aquellas llamas de fuego subieran con prontitud hasta quemar todo el lugar. Tendría tiempo suficiente para salir. Para escapar. Para librarme de esto.

Sacudí mis pensamientos. No estaba bien. No podía hacerle eso. Pero. ¿Qué hay de mí? ¿Acaso yo podía hacerme esto? También merecía ser feliz. Con ella no lo sería. ¿Qué hacía parado aquí?

Si tan solo Lía hubiera dicho algo más que "vete". Yo sentí la necesidad en sus labios. Sentí sus ansias crecer. Sentí sus caricias. Sentía las ganas con las que...

No. Esto solo me hacía daño. Me lastimaba. Me estaba engañando. Respire profundo. Mis manos estaban sudadas. Estiraba las palmas de mis manos como podía. La corbata me estaba matando. Trague grueso. Solo tendría que decir "Acepto" y todo acabaría.

Todo Acabaría.

El sacerdote no dejaba de hablar y de dar su típico sermón. Con cada segundo que pasaba estaba menos seguro que en el segundo anterior. ¿Decir "Acepto"? ¿Comprometerme a amarla? ¿Sería capaz de eso? No. No podía. No desde a noche, no desde que la sentí en mi piel. No desde que saboreé su cuerpo. No desde que supe que podía ser más adicto a ella. La amaba. Maldición. La amaba. Cada gota de mis sangre le pertenecía a ella. No podía prometer amar a alguien que... que nunca estaría en mi corazón. A alguien que no sería Amalia. Alguien que no era Lía. Mi Lía. Era mía. Mía.

—Antes de que se unan en matrimonio en mi presencia y en presencia de sus familiares, sus amigos y testigos. Debo recordarles el carácter solemne y duradero de la relación en la que están a punto de empezar —el sacerdote intercalo la mirada intercalada entre ambos.

Sabía lo que venía. Lo habíamos ensayado más de diez veces en los últimos tres días. Sabía que la pregunta estaba más cerca. Responder. Ni siquiera recordé como había podido contestar en los ensayos. Recitar mis votos. Prometer amarla y serle fiel. ¿Cómo? En mis pensamientos siempre estaría Amalia. ¿Cómo serle fiel a Ashly?

—¿Santiago White —comenzó el padre con la voz clara y firme. Trague grueso rogando que la tierra se abriera y me tragara. No quería contestar. No podría hacerlo. No sin sentirme como el mayor tipo de escoria del mundo—, aceptas a Ashly Prescott como tu legítima esposa y prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, amarla y respetarla todos los días de tu vida hasta que la muerte los separe?

¿Hasta que la muerte lo separé? Mis pies luchaban para mantenerse quitos. Quería correr. Quería irme. Sería tan fácil. Tan cobarde. Dejarla en el altar. ¿Qué mayor ofensa que esa? ¿Los chismes que circularían? ¿Los rumores que no la dejarían en paz? ¿Las estrepitosas risas que la atormentarían? Ella será la más afectada. Recibir el rechazo frente a todos. Frente a Dios y...

No actúes como sino fueras a recibir parte de la culpa.

No se compararía. Sobre mí no caerían los reproches y miradas desdeñosas.

¿Te preocupas tanto? Aprende a preocuparte por ti. Nadie vendrá y lo hará por ti. Toda tu vida hiciste lo que te ordenaron. ¿Ahora unirás tu vida a alguien que no amas solo por no defraudar a alguien que ni siquiera es tu padre?

Se comporto como tal. Le debo todo lo que soy.

¿Tu libertad? ¿También le debes eso? Responde.

—¿Santiago? —preguntó el sacerdote con un tono de advertencia.

La mirada de Ashly no se apartaba de mí. Estaba nerviosa. Podía sentirlo. El ramo se le resbalaba por las manos.

—Santiago —murmuró Ashly apenas audible.

Ni siquiera podía mirarla, menos pronunciar palabra. ¿Qué podría decirle?

Los cuchicheos y murmullos ya llegaban. No eran nada sutiles. Susurros. Críticas y más criticas. Ella se convertiría en la comidilla de la sociedad.

—Quizá deba hacer la pregunta de nuevo —mencionó el sacerdote con una seguridad que no tenía mientras trataba de callar a las voces emergentes—. Son los nervios. Es más normal de lo que creen.

¿Normal? Esta situación no tenía nada de normal. Una palabra. Una palabra de Lía bastaría. Bastaría para detener esta farsa.

Lía, Lía, Lía. ¿Dónde esta tu determinación? No dices que la amas. ¿Por qué arruinar tu vida al lado de alguien que no sea ella? ¿Acaso no la amas? ¿Acaso no la deseas con cada parte de tu cuerpo? ¿Acaso no estarías a hacer cualquier sacrificio por ella? 

Por supuesto. La amaba más que a nada. Cualquier cosa que ella me lo pidiera estaría dispuesta a dárselo. Por una sonrisa. Por un beso. Por una palabra de afecto.

Entonces. ¿Qué haces parado aquí a punto de perderla para siempre? Ella no rehúso al beso. La sentiste. ¿Qué puta cosa necesitas para reaccionar? Hace años hubieras renunciado a todo por menos. ¿Qué te sucede? ¿Qué estas haciendo parado en frente de tanta gente?




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