Benjamín
Al menos con su llegada podría calmarme. Uno de los inversionistas de la empresa me había recomendado a su abogada predilecta. Dijo que era una joya. Que no habría nada a lo que no le encontrará arreglo.
También dijo que era puntual. Técnicamente aún no eran las cuatro de tarde. Aún faltaban unos tres minutos, se hacían eternos. Había buscado en varias fuentes, y no había maneras legales de hacer esto.
Una llamada me distrajo por un momento.
—Dígame Ilda ¿Qué quieres?
—Buenas tardes señor, la señorita Paterson ha llegado —comunico del otro lado de la línea.
—Hágala pasar —ordené mientras vi el reloj de mi muñeca.
Cuatro en punto. Si era puntual después de todo.
—El señor Monroy me aviso que usted solicito mis servicios —aviso la mujer con una mirada fría.
—Exacto, tome asiento —pedí con falsa cortesía. Lo ultimo que se me venía la mente era ser cortes, pero si quería buenos resultados no podría ser tan hosco como me gustaría—. Tengo un...
—No será necesario —interrumpió con la mirada fija en algunos libros que se encontraban en la parte trasera de mi oficina.
—Como deseé —expresé cogiendo un documento.
Para el caso era irrelevante sino apreciaba un gesto de cortesía. Lo único que me importaba era avanzar con el asunto.
Me demoré treinta minutos en exponer mi conjetura. Treinta minutos en donde ella no interrumpió. Treinta minutos en donde ella ni siquiera demostró interés. Treinta minutos en donde solo se limito a asentir sin aportar nada más. Más valía que esto no tratará de ninguna broma del señor Monroy.
A pesar del aura seria y principalmente apática que esta persona daba, había algo que no encajaba. Algo no concordaba. Parecía una persona joven. ¿Por qué demostraría tanta indiferencia?
—¿Hay alguna forma de cambiarlo? —pregunte por fin, haber si después de todo había puesto alguna de sus neuronas en marcha—. He estado revisando varios documentos, pero nada parece ambiguo. Cada apalabra parece firmemente planeada para que no haya de que agarrarse —mencioné con rabia.
Mi escritorio era un chiquero. Más ahora con la cancelación del bendito matrimonio. Cuando esa mocosa llegará a los veinticuatro años todo esto pasaría a sus manos. No tenía duda que no me dejaría nada. No recibiría nada aunque me lo diese. Esa mocosa era la encarnación de lo que su madre hizo. Esa mocosa no me dejaría vivir tranquilo por el resto de mi existencia y menos al robarse todo por lo que trabaje. No me partí el lomo por años para que en cuestión de segundos todo se valla a la basura.
—Sí —habló la abogada cogiendo el testamento en sus manos. Lo leía con la mirada, sus ojos posándose en cada línea con gran detenimiento y un poco de fascinación. Una emoción. Eso era más de lo que había expresado en todo mi monologo—. Conozco este tipo de trabajo —pronuncio con una mirada extraña que recaía en la firma del abogado, justo en la orilla del documento.
¿Sabría quien hizo este documento? Yo traté de comunicarme con él. Fue mi primera opción de hecho. Pero nada parecía dar resultado. Lo ultimo que supe fue que estaba retirado. Pero nadie sabia donde estaba.
—¿Y? ¿Qué puedo hacer? —pregunte con la mano en mi frente. Este lío me había tenido sin cerrar el ojo por varios días. O semanas si es que me dejaba decir.
Si al menos la mentada boda no habría sido un fracaso, algo de provecho pude sacar de ello. Si al menos Santiago no hubiera declinado. Aunque ciertamente nos salvamos de un escandalo. ¿Quién diría que aquella niña resultaría ser una puta barata? Por lo menos no fue una real perdida, por lo menos. Pero... Que más da si era una puta o no. Una puta con dinero vale más que una puta barata de cualquier esquina. Maldición. Debí presionarlo más.
—Ninguna treta servirá sobre este testamento —hablo la mujer con calma como si no supiera que toda mi fortuna estaba en juego.
—¡¿Y lo dice tan tranquila?! ¡Un amigo me hablo de usted! ¡Dijo que podría resolver mi problema! ¡Y ahora dice que no puede hacer nada! ¡¿Qué clase de mequetrefe es usted?! —estalle con la sangre al borde, mi anterior abogado no pudo hacer nada. No me contuve al despedirlo, creí que esta mujer podría hacer algo mejor, pero no, sin duda el mundo estaba lleno de incompetentes.
La mirada de la mujer se endureció. Su rostro seguía pétreo como si mis palabras no le afectaran en lo absoluto.
—Jamás dije que no podía hacer nada —hablo con calma colocando el documento sobre el regadío de papeles que era mi escritorio—. Pero sobre este documento no se puede hacer gran cosa realmente. La solución es sencilla.
—¡¿Y cual es?! —la encaré. Esto no tenía nada de sencillo.
La mujer no hablo por un momento. Su mirada viajaba por el resto del despacho. Como si buscara algo.
—Obtenga su firma —respondió con monotonía como si esto fuera algo de todos los días, aunque con el expediente de mi amigo, talvez lo fuera.
—Es más difícil de lo que propone. Esa mocosa hará preguntas. Es demasiado impulsiva como para darme su real firma. ¿Una falsificación servirá? —pregunté con mi teléfono en la mano, tenía varios expertos en esto. Solo necesitaría un par de llamadas.
—No —hablo con rotundidad—. No, si es que no tiene intención de acabar en una celda por falsificación de documentos.
Guarde el teléfono. No me gustaba el aire de autosuficiencia que rodeaba a esta mujer. Me hacía sentir como si nadie estuviera su altura. Como si ella era más inteligente que los demás. Era difícil decir porque daba esa vibra. Pero aquel rostro impasible y la manera de hablar, parecían ser unos leves indicadores de ello.
—¿Usted que propone exactamente? —interrogue tratando de emanar calma.
—¿Qué tan desesperado esta por ese testamento? —Comenzó a caminar por el despacho. Ni una vez titubeó en ninguno de sus pasos. Ni una vez reparó en algo en particular—. Yo podría conseguirle aquella firma y arreglar todo por un preció justo —avisó mirándome por primera vez.
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Editado: 14.03.2024