Santiago
Yo me encontraba con libro en mano junto a la ventana del primer piso. Deambulando de un lugar a otro mientras fracasaba en prestar atención a lo que estaba escrito. En parte sí quería poner mi atención en ello, en parte para persuadirme de volver a mi estudios y en otra gran parte para dejar de sentirme triste y deprimido.
Por el tema de la boda mi curso en la universidad se había detenido. Ahora lo mejor sería retomarlo. En un mes empezaría el próximo ciclo. El ultimo para recibirme de...
—¡Suéltalo! ¡Dámelo! —escuché a lo lejos una voz casi celestial que me hizo soltar el libro.
¿En verdad era su voz? ¿O podría ser solo una alucinación?
Mis pasos se detuvieron al fijar mi vista por la ventana. ¿Era ella? Mi corazón se retorció y comenzó a martillar como si no la hubiera visto en años. Una alucinación no se sentiría tan real.
Lía. Lía.
Era ella. No había. Una sonrisa involuntaria impregnó mi rostro.
Durante estos días casi era imposible verla. Nadie sabía ni cuando salía o entraba. A padre casi no parecía importarle, estaba demasiado ocupado en la empresa o tratando de desligarnos de cualquier lazo con la familia Prescott. Después del incidente eran la burla del lugar. Ni siquiera podían aparecer en ningún evento social sin que fueran marginados. A pesar de que por el bien de Ashly, y por le bien de su reputación, la habían llevado lejos de la cuidad eso no parecía haber solucionado las cosas para nada. Casi nadie sabía su verdadero paradero. Y casi nadie solía olvidar el tema y menos quien sería el posible amante de la señorita Prescott.
Lo que era terriblemente curioso, pues el susodicho no era visto desde ningún ángulo. Era como si hubiese sido planeado con antelación. Pero... ¿Quién haría semejante alboroto contra ella?
Ashly no solía meterse en problemas, es más, casi y huía de ellos a toda costa.
Por eso no era nada raro que haya aceptado irse totalmente de la cuidad. Yo... traté de contactarla. Fue inútil. Ni llamadas ni mensajes. Y cada vez que les preguntaban los señores Prescott solían cambiar de tema, claro siempre y cuando alguien fuera lo suficientemente tenaz como para acercárseles.
Yo ni siquiera podía hacerlo. A menos que estuviera dispuesto a lidiar con la furia de padre y después de la fallida boda, era casi suicida.
Por otra parte ni siquiera Navani lograba salvarse de los desplantes de Lía. En lo que respectaba a Giorgio, no mentiría, el hecho de no estar celoso todo el tiempo era un alivio, hasta gratificante si se podía decir, pero... ¿Qué tan gratificante podía ser cuando Lía se quedaba más sola cada vez?
Casi hasta estar celoso todo el tiempo sería más llevadero a verla sola como un alma en pena.
Así que el hecho que ella este aquí, en casa, después de tiempo y durante el día, casi parecía idílico.
No podía perdérmelo, mis pies no estaban dispuestos a seguir quietos así que tan pronto como me apresuré a llegar hasta la puerta mis ojos se quedaron abiertos de par en par. Sí era ella.
Lía.
Lía.
—Dámelo, Gideon —ordené al instante mientras luchaba por ocultar la sonrisa que deseaba salir.
Los enormes ojos de Lía quedaron sobre mí. Casi perpleja y casi molesta.
Por otro lado el hombre me miró con recelo por unos minutos, dudando entre si obedecer o no. Gideon era un buen empleado. Más que un empleado, la mano derecha de padre, casi no podía recordar un día en donde él no estuviera trabajando y esmerándose por cumplir su labor.
Pero en este momento, con mi padre enterrado en los negocios de las empresa, dármelo a mí era la solución más accesible.
—Mi padre volverá tarde —agregué con calma y una mirada tranquila—. Yo se lo daré —continué al verla la desesperación por obtener aquel pedazo de papel.
¿Por qué sería tan importante?
No importaba. Si era importante para ella debía dárselo. Si la ayudaba con eso talvez cambiara la mala imagen que tenía de mí. Al menos un poco.
—Hágalo en cuento llegue, joven White —pronunció el hombre entregándomelo antes de mandarle una mirada curiosa a Amalia e irse a paso veloz.
Se veía un poco... diferente. Inquieto y nervioso.
Yo sabía que ni Amalia ni Gideon se llevaban bien. Es más tenía dificultades para recordar una ocasión en que ambos hayan cruzado palabra. Sin embargo, esta vez Gideon se veía, ligeramente extraño.
—Ja —la escuché decir al colocar mi vista en ella—. ¿Por qué te metes en lo que no te importa? —chilló a todo pulmón con los ojos un poco húmedos.
Amalia
—Ja —solté si poder evitarlo.
No puede ser. Era mil veces más preferible que aquel lame botas lo tuviera que... que él. De seguro iría de chismoso con mi padre. De seguro ahora que lo había defraudado con la boda haría lo que sea para ganar puntos con él. Era tan despreciable. ¿Cómo pude ser tan tonta y venir aquí?
Debía ir con alguien experto en el tema. Alguien que me dijera si este documento era valido o solo era una invención de aquella mujer. ¿Pero quien? ¿Un abogado? ¿Un notario? ¿Un contador?
Idiota.
¿Cómo ni siquiera podía saber con quien debía ir para verificar el documento? Estaba cerca a cumplir los veintitrés años- ¿Cómo ni siquiera sabía hacer un tramite legal. Ineota. Era una real inepta.
Idiota.
Eso es lo que era.
Una real idiota.
—¿Por qué te metes en lo que no te importa? —chille tratando de reprimir las lagrimas que querían salir. Mi voz demasiado fuerte y demasiada frágil a la vez. La impotencia rebosante en cada una de mis palabras.
Rayos.
Era tan patética que ni siquiera podía controlar mi llanto.
Ahora el ba... ahora él lo tenía en sus manos. Se lo entregaría a mi padre y todo sería...
—Toma —aviso con el documento en mano y extendiéndolo hacia mí.
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Editado: 14.03.2024