Nada que hacer —pensé mientras caminaba por el segundo piso de la universidad.
Era un mal año y así había que enfrentarlo.
No era ni el primero, ni el último, era más bien una extensión del año anterior, que ya había sido un año de perros.
El cuarto año de la carrera tuve que abandonar apenas empezado el primer semestre. Mi madre había perdido el trabajo y aceptado uno por la mitad del sueldo. No tuvimos para pagar el arancel. Así que salí al mundo laboral, por primera vez en mi vida. Tarde y sin experiencia, sólo me quedó conformarme con lo peor. Aseo en tiendas de comida rápida de grandes y detestables franquicias. Inventarios de 10 horas, en medio de la noche, por sueldos miserables con una comida asegurada, pero de dudosa fecha de caducidad. Limpieza de bodegas. Reponedora de tiendas. Hasta que finalmente aseguré un puesto en el pequeño local de comida rápida donde laburaba. ¡Un regalo!
En el intertanto la gente del alrededor no se quedó estática. Mis mejores amigas Paula y Lina siguieron en la carrera y en medio del proyecto final del ramo de Intervenciones, se pelearon a muerte. Ni siquiera cuando intervine, se reconciliaron, pese a mis esfuerzos. Lina se volvió a su ciudad. Paula continuó, pero se hizo de un nuevo grupo de amigas. Unas niñas de iglesia, que cuando no estaban en la universidad, asistían a la pastoral universitaria. No era mi estilo.
Con Lina continué hablando, con Paula nos saludábamos cortésmente y a veces nos preguntábamos por la salud. Nos sonreíamos por los pasillos. Se sintió extraño darme cuenta de que la amiga que creí conocer en todas sus facetas, de pronto, se había vuelto una desconocida.
Dentro de la sala 203, me sorprendí con un joven de cabello oscuro, escuchando música tras una laptop.
—¡Hey! —le saludé, sin alejarme de la puerta.
El joven se sacó los audífonos y me miró.
—¿Aquí es Análisis Cualitativo de la Estadística?
—Afuera está el horario —me explicó—. No estoy en la clase. Sólo me tomé la sala.
Asentí.
Mientras recogía sus cosas, paseó sobre mí una mirada de soslayo.
—¿Tienes Análisis con Arnau? —preguntó.
—Así parece.
—Mmm...
Lo que sea que pensara, no lo dijo de inmediato. Avanzó hasta donde yo estaba, conteniendo esa idea, en un gesto demasiado serio.
—Si quieres un consejo —apuntó por encima de su hombro—, siéntate atrás.
—Lo tendré en cuenta —susurré, pero él ya se había ido. O huido—. Como si lo persiguiera...
...el mismísimo Demonio.
Un escalofrío me recorrió la espalda, mientras acomodaba mis cosas en los pupitres de la parte trasera.
Eran las 18:30.
Me tapé con la capucha de la chaqueta y acomodé mi cabeza sobre la mesa.
Un pequeño descanso a los ojos, no le hace daño a...
No alcancé a terminar la frase, cuando la conciencia me llevó lejos; a un punto indeterminado del año anterior, un viaje en auto, un paseo...
—¡Ejem! ¡Ejem!
Alguien carraspeaba entre mis delirios. Levanté la cabeza apenas, con la mirada perdida. Le observé.
¿Quién es?
¿Dónde estoy?
Y entonces la realidad me golpeó con fuerza.
Me puse derecha y busqué con la mirada a alguien más. Aún no había llegado nadie.
¿O ya se fueron? ¡¿Cuánto dormí?!
Me froté los ojos y enfoqué la vista.
Un joven alto y castaño, envuelto en un elegante traje negro me hacía señas con la mano.
¿Será profesor?
¡¿Será Arnau?!
—¿Crees que está bien? —me preguntó y apuntó su traje—. ¿Sientes que se ve bien o se nota mucho que me queda grande?
Aún no terminaba de despertar completamente, estuve segura de eso.
—¿Eres de... Análisis?
Negó con la cabeza.
—Tengo mi primera presentación formal, en introducción a la profesión y no sé si se ve bien este traje...