Sarah Lemus era la profesora que dirigía metodología de la investigación, los jueves por la mañana. El único día que tenía una clase en el horario diurno. Había tenido la dicha de ser su estudiante en Introducción a la Profesión y sabía que, si algo en esta vida compensaba al Demonio que me hacía clases en el vespertino, era esa adorable señora.
Hay una verdad de la que no te enteras hasta entrar a la Universidad y es que cada minuto cuenta, cuando se trata de sobrevivir el año. Para mí, que había sido un estudiante mediocre en la secundaria, con un interés pobre por los estudios y que se conformaba con sobrevivir el año, esta verdad me golpeó duro. Dos ramos reprobados en mi año de pichona y un montón de lágrimas, fueron el precio que tuve que pagar, antes de entenderlo.
En último año sabía que cada minuto libre, era un minuto ocupado. Por eso, pese a que mi clase empezaba a las 10 de la mañana, llevaba ya hora y media sentada en el casino, aplicándole al teclado de la laptop. Arnau había dejado un trabajo larguísimo de cálculo de estadísticas y análisis de resultados de un grupo de 45 estudiantes de una escuela x. Teníamos que basarnos en los datos escritos en una planilla y en la bitácora de observación.
—Es un psicópata. No hay otra explicación.
—¿Quién?
Desde detrás de la laptop un joven de ojos claros y risueños, me observó con verdadera curiosidad. Vestía una polera y jeans. Su cabello castaño, que se extendía casi tocando los hombros, estaba ordenado detrás de las orejas y permitía ver con propiedad su barbilla bien definida.
¿Te conozco?
—Lo siento, estabas tan concentrada que no quise molestarte. Necesitaba cargar mi celu y resulta que tienes una zapatilla de extensión, conectada al único enchufe de la cafetería —apuntó.
—Aaaah, claro.
Frente a la respuesta, el desconocido sonrió y en la mejilla izquierda se le marcó un perfecto hoyuelo.
—Es una tarea de Santiago, ¿cierto? —preguntó, mirando por encima de mi computador.
¡Cuánta cercanía!
—Sí, ¿Cómo...?
—No hay tantos "psicópatas" en la Universidad —rio.
No quiero sonar cortante, pero...
—¿Nos conocemos?
—Sí, claro...bueno, más o menos.
—¡Oh! Yo...
No lo recordaba y dándole una mirada sincera, no parecía alguien olvidable.
—El lunes, en la noche -me explicó- estabas esperando Análisis en la 200 y... algo, arriba —indicó.
Y entonces lo recordé: ¡El chico del traje!
Ante mi reacción pareció dispuesto a continuar con la conversación.
—¡Qué bueno! —le corté y volví a mi tarea.
No pareció entender mi indirecta.
—Sabes que te dejaron una flor sobre la mesa ¿cierto?
Le miré de vuelta, tenía una pequeña flor morada entre sus dedos.
—Hace rato, unos chicos pasaron dejando flores. Los habían enviado desde docencia a dar la bienvenida. Un comité, según me dijeron. Estaba ocupada así que la dejaron ahí.
—Es una Centaurea cyanus, más conocida como Aciano —me dijo y levantó sus cejas como insinuando algo.
No entendí.
—¡Vamos! —exclamó extrañado —¿El lenguaje de las flores?
Negué con la cabeza, con absoluta incomprensión.
—¿Cómo no vas a saber nada sobre el lenguaje de las flores? —insistió— ¿En dónde has estado todo este tiempo?
—En la universidad, supongo —respondió un tercero.
Maggie nos miraba desde el otro extremo de la mesa. Apenas nos habíamos conocido el lunes, pero me trataba con cierta familiaridad, desde el incidente con Arnau.
—¿En qué estamos?
—Bueno... eeeh... —No sabía su nombre—. El joven aquí, me explicaba sobre el Lenguaje de las flores.
—Tú debes saber algo —se dirigió a Maggie.
Ella negó con una sonrisa en el rostro.
—¿Es en serio?, quién no sabe sobre eso. Es de conocimiento popular. ¿Qué han hecho todos estos años en la universidad?
Las dos nos miramos y reímos.
—Estudiar, principalmente —le rebatió Maggie—. Debes entender que muchas estudiamos y tenemos hijos o padres que cuidar.
—¿Tienes un hijo? —preguntó él, con más curiosidad de la esperable.
Primera noticia que tenía al respecto.
—No —respondió escueta.
El joven y yo nos miramos confundidos. Creo que esperaba que le explicara sobre mi "amiga". Pero en este punto, yo sabía tanto de ella, como él.
—Pero podría —continuó—. ¿Saben que la mayor razón de deserción de la mujer en la universidad, es la labor de cuidado?