Bajo el mensaje se alzaba imponente el 11:45 y yo tenía la certeza de que había enviado ese mensaje, hace al menos un día y medio. Y desde entonces, lo había revisado tantas veces que había perdido la cuenta.
Me sentí grande, inmensa al enviarlo, pero en ese minuto, sin ninguna respuesta, me sentía tonta y pequeña.
Impotente.
—¿Y qué te respondió?
Nada.
—No sé, no me importa —solté con desdén.
Y arrojé un par de poleras y un pantalón al piso, que pagaron sin culpa, mi rabia.
Lina contuvo una risita al otro lado del celular.
—¡Debe estar comiéndose su propia bilis! —Parecía saborear una victoria, que yo no sentía ni de cerca.
Me tiré sobre la cama, junto al celular.
—Sí, puede ser.
Ya no quería seguir con la conversación. Era agotador fingir ser alguien que no era. Fingir que no me importaba no haber recibido respuesta. Fingir que quería que fuera feliz con su nueva novia. Fingir que podíamos ser amigos. Fingir que no lo odiaba. Fingir que no me importaba.
—Mmm...
—¿"Mmm" qué? —pregunté a la defensiva.
—Espero, que no estés pensando en volver con él, porque de verdad Dani, no-
—Eso no va a pasar...
Y no iba a ocurrir porque él ya había elegido y yo había sido desplazada a ser segundo plato. Porque cuando me contó que estaba pensando declararse, sonreí y le deseé suerte, pese a que sabía que en el fondo él quería que le rogara. Y cuando insinuó, con maliciosa complicidad, que yo sería feliz porque podría volver a mi vida de "fácil", no se lo negué.
Porque quedamos como amigos y me regocijé cuando lo propuse. Me sentí ganadora, cuando se giró con el rostro descompuesto, se alejó en medio de la lluvia nocturna y yo no moví ni un paso, hacia él.
Y celebré mi malicia, con Lina, al teléfono mientras caminaba sola hacia mi casa, tiritando de frío, pero llena de mí misma.
—Así espero.
No respondí. Me levanté de la cama y recogí las poleras y el pantalón.
—¿Cómo has estado tú, Lina?
La pregunta la tomó desprevenida.
No solíamos hablar mucho de ella. Lina evadía sus propias preocupaciones hablando de mí, de mis estupideces, de mis neurosis y de mi colección de desamores.
—Aaah, sí... mejor, supongo. No sé.
Me senté sobre la punta de la cama y calculé mentalmente.
—¿7 meses ya?
—La otra semana.
—¿Y...?
Suspiró.
—El otro día tuve una duda sobre algo y pensé en preguntarle —rio con tristeza—. Fue algo de un segundo, nada más, pero me dio mucha pena. Durante un segundo me olvidé, que ya no estaba.
Lina se quedó callada de pronto. No sabía si sollozaba o no. Al principio lloraba mucho, ahora había prolongados silencios.
Durante unos minutos no quedamos en completo silencio.
Conocí a su papá el primer año de la universidad, en esas largas jornadas nocturnas haciendo trabajos o estudiando en casa de Lina. Había cruzado dos regiones, para llegar hasta aquí a acompañar a su única hija, a su única familia. Era un hombre largo y enjuto, que se había hecho a sí mismo. Tenía una sonrisa y una historia para cada ocasión. Era el padre que me hubiera gustado tener.
—Al principio me pasaba mucho —soltó de pronto— me olvidaba que ya no estaba. Últimamente me pasa menos... uff y eso me da más pena.
Lo entiendo.
No lo dije. No sentí la necesidad de decirlo, para que ella lo supiera.
Lina y yo, nos sentíamos muy parecidas. Hijas únicas con una familia pequeña y monoparental. Ella con su padre y yo con mi madre. Haciéndole frente a todo, juntos.
A inicios de nuestro cuarto año, cuando se terminó la faena en la que trabajaba, su padre se devolvió a su ciudad de origen. Su jefe anterior, le ofreció algo mejor. Lina podría dedicarse exclusivamente a estudiar y él podría pagarlo todo. Lo celebramos con pizza y cerveza. Fue la última vez que lo vi.
No recuerdo si fue una o dos semanas antes de la Prueba Integral de Conocimientos, pero recuerdo que estaba en mi descanso, que el sol pegaba fuerte y que tenía tanta hambre que no miré mi celular, en todo el horario de almuerzo. Cuando lo hice, tenía 6 llamadas perdidas de Paula y un mensaje: "Llama a Angelina".
No necesité más, para saber que algo andaba mal.
—¿Quién es?
—¿"Quién es" quién?
—"¿Quién es quién?" —me remedó—. ¿Crees que no te escucho revolver la ropa?
—No es nadie, tonta —me reí—. Voy con una compañera a ver una banda tributo.
—Aaah... así que ya me reemplazaste, así de fácil.
—Ridícula.
—¿Entonces...? —me preguntó insinuante.
—Es un pichón, que conocimos en la cafetería.
—¡Ajajaja, lo sabía! Uuuy, no sabía que te gustaban los bebés.