Cuando la profesora empezó un largo discurso sobre lo importante que era aprender, en esta instancia, a trabajar con personas que no conocemos, Sole aún seguía sentada en su mesa, al final de la sala.
Maggie estaba pálida y yo no podía poner atención.
Rememoraba palabra por palabra, lo que Sole nos había dicho antes de entrar a la sala, como se deshacía en explicaciones.
Hubiera deseado mil veces, estar yo en su lugar. Todo se sentía visceralmente injusto.
En algún minuto —mientras la señora Lemus advertía sobre los niveles de estrés a los que estaríamos sometidos a fin de año y cómo valoraríamos ese compañero extra—, Sole se levantó, tomó su silla y se sentó junto al semi círculo.
No parecía enojada, ni triste. Se veía perpleja, quizás herida.
No gritó, ni los increpó. Maggie lo habría hecho. Maggie se habría levantado y les habría gritado, habría escupido lo que le molestaba. Pero Maggie jamás estaría en esa situación, porque nunca habrían trabajado juntos.
Yo seguiría sentada atrás, comiéndome la rabia y planeando mi venganza. Yo era más así. Vicente me había enseñado. Yo había aprendido por él a vengarme. O quizás siempre fui así y con él aprendí a no sentirme culpable por hacerlo.
Sé que en la media hora que estuvimos en esa reunión espontánea, conté que Maggie y yo no conocíamos mucha gente, porque éramos estudiantes de dos jornadas con ramos atrasados. La docente nos explicó, que eso no calificaba en "excepción". Lo sabíamos.
Durante unos minutos, los —ahora— ex compañeros de Sole, nos contaron que tenían un ritmo de trabajo rápido y la mayoría de sus compañeros, tenían demasiadas ocupaciones, para dedicarse exclusivamente al trabajo de tesis, que ellos tenían planeado presentar.
Alumnos trabajadores, madres y padres, a eso se referían con ocupaciones.
Maggie sostenía con fuerza la manga de mi polerón. Era su forma de fingir, que yo la detenía de hacer algo que, podría traerle más que problemas.
Cuando la profesora decidió quedarse con aquellos que no tenían compañero, Maggie y yo, salimos de la sala en total silencio.
Avanzamos por el pasillo, hasta la altura de los laboratorios, sin cruzar una sola palabra.
—No puedo creerlo.
—¿Y ahora? —me preguntó.
¿Y ahora?
—¡Tenemos que volver, tonta!
Y antes de que terminara mi frase, Maggie y yo corríamos sobre nuestros pasos.
Tocamos la puerta al mismo tiempo. Maggie metió la mitad del cuerpo adentro.
—Profe, ¿podemos robarle a Soledad un ratito?
—Claro, claro.
Sole salió de la sala y apoyó su espalda en la puerta. Estaba pálida.
—¡Ay, chicas! ¡No entiendo nada!
Y se desarmó en llanto.
Maggie la consoló. Le sobó la espalda mientras lloraba y la calmó con palabras muy dulces.
Yo estaba fuera de mi zona de confort, pero asentía y repetía todo lo que Maggie decía; que tenía un grupo, que eso no era un problema, que eso pasaba porque era una buena persona, pero que ser buena persona no era malo. Durante un segundo, hasta yo me sentí reconfortada, como si todas esas cosas que decía Maggie tuvieran la capacidad de sanar cualquier herida, incluso las lejanas. Y me alegré de ser su amiga.
Fuimos a la cafetería. Nos tomamos un chocolate caliente grande y nos sentamos a planear el tema de la tesis.
Durante la tarde no tenía turno en el quincho, por un problema con la matriz de agua, así que las tres, nos tomamos todo el tiempo necesario, para discutir los detalles. Incluso el horario obligatorio, para trabajar en tesis.
Cerca de las 12, Maggie nos pidió que la acompañáramos al patio de fumadores.
En cuánto encendió el cigarrillo, los ex compañeros de Sole aparecieron.
El de lentes se acercó y le pidió fuego. Maggie le aproximó el encendedor reticente y con cara de "pocos amigos". Él no pareció darse por enterado. Se dedicó a hablar de lo intransigente de la profesora y del sinsentido de las reglas.
Sole sonreía y asentía.
¡Dioses! ¡Qué buena era Sole!
Maggie hacía caras. Yo lo ignoraba, mirando el celu.
Su amiga también se había acercado, pero a diferencia de él, no nos hablaba. Se dedicaba a fumar un vapstick.
Se había sacado las gafas de sol y se le veía un perfecto delineado negro. Lo sabía, porque no paraba de mirarme.
Esas miradas que pone la gente cuando siente que te conoce de algún lado, pero no sabe determinar de dónde.
—Eres Dana, ¿cierto?
Su frase. Con un tono que no supe distinguir si cortante o despectivo, silenció hasta la perorata de su amigo.
Maggie y Sole me miraron a un tiempo.