La Dana de dos años atrás no era la misma del último año de la carrera. Al menos esa era la certeza que quería tener, por esos días. No es que me avergonzara de la que había sido, pero definitivamente no tenía intenciones de afrontar la vida adulta a través de las herramientas de esa Dana frívola y despreocupada del pasado. Sin embargo, ahí estaba, porque a veces las intenciones y las acciones no se ponen de acuerdo y resulta más difícil escapar de las viejas costumbres de lo que uno quisiera.
—¿Vas a contestar?
Asentí y lo hice casi por inercia.
—Mer, por favor... —rogué, porque estaba agotada.
—Dana para el show.
¡Q-qué yo...!
Mer lanzó un par de acusaciones mezcladas con palabras bastante fuertes, llenas de esa certeza que tiene la gente cuando cree ser el estándar de la rectitud.
Santiago me miraba confundido y pese a que estoy segura de que no escuchaba, tenía la impresión de que mi rostro transmitía la sensación de vergüenza que me embargaba.
La actitud de ella me hacía sentir tan incómoda, tan enojada, que lo siguiente que ocurrió es que corté la llamada y el teléfono se deslizó con rabia, desde mi mano, a través de la mesa.
Alcanzó a estar menos de un centímetro en el aire, antes de que un sorprendido Santiago Arnau lo sostuviera. Justo al mismo tiempo, yo me percaté de lo que acababa de hacer.
—¿Todo bien?
—Sí. No. O sea, no sé.
Debía tener esa conversación en algún minuto, pero no necesariamente ese día. Sin embargo, por alguna razón que escapaba a mi entendimiento, le estaba permitiendo que me torturara.
El teléfono volvió a sonar y el rostro de Santiago se tornó serio y duro.
No preguntó y yo tampoco lo impedí, sólo contestó.
La voz de Mer, se escuchó hasta el otro lado de la mesa, pero sus palabras eran indistinguibles. Aun así, me imaginaba el contenido.
—¿América? —preguntó él de pronto.
La voz enmudeció y, por un segundo o dos, pensé que había cortado. Luego él contestó:
—Soy Santiago, cuánto tiempo.
Su tono sonó molesto.
Otro segundo de silencio.
—Así he oído que me dicen —respondió.
—(...)
—No, no te equivocaste de número. Es el teléfono de Dana Benavente.
—(...)
—Hasta un segundo atrás, pasando un buen rato.
La sensación de liberarme de eso, me inundó completamente. Y por primera vez, en toda la noche, me sentí profundamente agradecida de haber aceptado la invitación.
—Escucha América, no sé cuál es el problema con tu novio y en este punto, poco me interesa dónde o con quién anda, pero tus problemas me interrumpen y tu sabes que no me gusta que me interrumpan.
—(...)
—Pues dile a Vicente, que deje de preocuparse por el asunto del auto...
—(...)
—Pregúntale tú, América.
Santiago cortó la llamada y me devolvió el celular.
El asunto del auto...
¿Ese asunto del auto? ¿Cómo sabía sobre el "asunto del auto"?
Santiago tomó su propio celular y buscó algo en él, completamente ajeno a mis dudas.
—¿Qué fue eso?
—¿Qué cosa?
Había una pequeña mueca de sonrisa escapando de sus labios. ¡Por supuesto que sabía de qué hablaba! pero disfrutaba de la circunstancia en que estábamos.
—Lo del "asunto del auto" con Vicente ¿Cómo lo sabes? ¿Fue Matías? —deduje —¿Él te contó?
Escribía algo en el celular y pese a que mi tono se elevó lo suficiente como para que una joven, que tomaba pedido en el cuarto círculo, se girara, él no despegó la mirada de la pantalla.
—Esta es una ciudad chica —respondió en cambio —y la gente cuenta cosas.
—¡Santiago! —le reclamé.
Ante la alusión levantó la vista hacia mí, reposó su rostro sobre su mano derecha y sonrió.
—Estoy decidiendo si quiero que pienses que Matías no es de confianza o prefiero que te enteres de que se vio en la obligación de contármelo.
No necesitaba decir nada más. Cuando empezaba a pensar que era un ser humano ético, él se encargaba de recordarme que no le decían El Demonio, en vano.
—No creo que insista.
Le miré confundida.
—América —aclaró.
—Aaah...
Sólo hasta ese minuto recordé la conversación en el autobús.
—Tú y ella son amigos, entonces.
Santiago tomó un sorbo de su vaso. Daba la impresión de que meditaba sobre su respuesta. Su actitud me dio la tranquilidad de no ser la única prudente con lo que hacía o decía.