Le dicen El Demonio

Capítulo 23: Junio, tercer jueves

Si algo puede salir mal, saldrá mal y de la peor manera.

La nieve fue inesperada. Antes de las 5 de la tarde, nadie habría adelantado que la primera nevada caería ese día. Aunque si lo pensaba con tranquilidad, las nubes y la sensación de frío, podrían haberlo avizorado.

En fin, fue un mal día para aceptar alargar el turno.

—Dana, ¡¿Cuánto te falta?!

El tono de urgencia de Maggie, al otro lado de la llamada, no me tranquilizaba, precisamente.

—No sé cuánto más pueda detener a Arnau acá —me explicó—. Ha sido nuestra conversación más larga, y le he preguntado las cosas más insulsas que se me han ocurrido.

—¿Y ahora qué está haciendo?

—Sole está conteniéndolo, pero no parece muy interesado en lo que ella le cuenta.

—Necesito 10 minutos más y estoy allá. Detenlo, por favor —le rogué.

—Dana, Arnau parece realmente molesto con esto.

Quería llorar. Esa era la sensación primaria que tenía, sobre un montón de sensaciones. Tenía hambre, frío, estaba mojada, molesta conmigo y tenía un miedo terrible.

El autobús corría a toda la velocidad, que le permitía la ley y afortunadamente no lo había detenido nada en el último tramo. Pero hubo varias ocasiones en que creímos que tendrían que ir en nuestra ayuda. Particularmente, cuando en la pendiente, resbaló zigzagueante y nos encontramos con varios autos girados sobre el hielo.

Era un desastre. Y según lo que contaba Maggie, al otro lado de la llamada, también lo era.

Arnau había enviado un mensaje temprano, poniendo la hora de entrega del trabajo, en la primera media hora de clases. Tenía un asunto que atender con el sindicato, así que sólo en ese intertanto los recibiría. Ese límite horario, se había acabado hace 10 minutos y Maggie y Sole hacían los esfuerzos para evitarlo. Pero no esperaría los 10 minutos que me faltaban para llegar.

Había otras opciones, claro. Podía enviarle un mensaje. Podía pedirle que me esperara los 10 minutos que faltaban para llegar. Pero ¿era eso correcto? La Dana ética decía que no y esa Dana prevalecía, incluso en los momentos más críticos.

Por otro lado, ¿qué diría él si se lo pedía? ¿aceptaría? Las probabilidades de que simplemente se riera y saliera con un habitual comentario mordaz, en su faceta docente, eran más altas.

No puedo echarme este ramo.

No es que mis notas estuvieran tan mal, pero definitivamente no soportarían un 1. Tendría que conseguir un certificado médico para sustituirla. Pero aún quedaba la última prueba y tenía miedo de que me fuera mal y no tuviera la oportunidad de sustituirla.

Después de la P.I.C., además, sería sometida a la comisión evaluadora de la beca, que cubría la mitad de mi arancel. No podía darme el lujo de perderla en el último semestre de la carrera y eso era muy probable si reprobaba Análisis Cualitativo de la Estadística.

En otras circunstancias ¿qué habría hecho? Esa era la pregunta crucial frente a esa situación. Si no hubiera estado tan involucrada, ¿qué habría hecho?

Rogar.

Eso haría. Eso era lo que habría hecho con cualquier otro profesor o incluso con Santiago, si las circunstancias no fueran tan extrañas.

Llorar y rogar. Esa era la respuesta.

¿Pero estaba dispuesta a ello, cuando la persona al frente era Santiago Arnau? ¿Quería que él me viera en ese estado?

El problema que atisbaba en este minuto, más allá de todo lo otro que se estaba desplomando, era precisamente eso; No quería que Santiago viera esa faceta, porque a pesar de todos los esfuerzos mentales, que llevaba semanas haciendo, lo que Santiago pensara de mí, si me importaba.

Y ya estaba.

Lo había dicho.

No quería que me viera rogando, para mantener la beca que me permitía estudiar. Porque al final del día, tenía orgullo y ese orgullo era el que me permitía plantarme frente a él y decirle exactamente lo que pensaba, sabiendo que no le debía nada.

Diez minutos para las ocho, logré llegar a la universidad. Apenas bajé de la micro llamé a Maggie, pero no contestó. Ni ella, ni Sole contestaron.

En la sala 118, sólo encontré un grupo de compañeros de la clase. Ni Santiago, ni Maggie, ni Sole, se veían por algún lugar.

Una de las chicas me dirigió un rostro de horror y no supe, si era porque sabía lo que significaba enfrentarlo, en estas circunstancias o porque a esa altura tenía un aspecto desastroso. Había caminado 30 minutos bajo la nieve en busca de un autobús, así que estilaba agua, mi rostro posiblemente estaba rojo por el frío y porque había llorado de frustración hace menos de 15 minutos y estaba asustada.

—Acaba de salir, como hace 5 minutos. Maggie y Sole se fueron con él —explicó.

—¿Sabes hacia dónde fue?

—A la sala de administrativos. ¡Apura! —ordenó—. Dijo que no recibiría más trabajo en cuanto entrara a la sala.

Le agradecí apenas y partí corriendo. La sala de docentes y administrativos estaba en el otro lado del campus. A esa altura ya estaría allí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.