Le dicen El Demonio

Capítulo 25: Julio, primer jueves

Mi madre entendió, cuando yo aún era pequeña, que la vida era sumamente frágil y vivió la mayor parte de su juventud con este miedo profundo, enraizado. Para mí sus temores y preocupaciones, estuvieron fuera de todo alcance y entendimiento, hasta el invierno de mi tercer año en la universidad.

Toda mi vida, me cuidaron, nunca tuve que cuidar de alguien. Siempre estuve rodeada de personas que me protegían. Nunca me había gustado la exposición al peligro y este sentimiento se solidificó después de las circunstancias, que me llevaron, dos años atrás, a ese nefasto invierno en el hospital.

Santiago, era todo aquello de lo que yo había estado protegida y las sensaciones que me generaba, eran desconcertantes.

No había tenido noticias de él desde el sábado, pese a que le llamé dos veces más durante la noche. El lunes no habíamos tenido la clase programada; utilizó sus horas no lectivas y envió un mensaje con las instrucciones del trabajo autónomo. Bajo circunstancias normales, su silencio no habría levantado ninguna alarma, pero dada nuestra última conversación, eran claras las razones y me debatía entre sentirme culpable o no gastar mis energías en preocuparme.

Tal vez, dada la conversación con Benja, la mejor decisión era decantar esto en el silencio y evitar el conflicto.

Sin embargo, mirando nuevamente el celular, en busca de algo que no estaba ahí, entendí que a veces las intenciones y las acciones no se ponen de acuerdo y resulta difícil escapar de las viejas costumbres.

—¿Tú qué crees?

Sole esperó la respuesta, con las manos sobre el teclado del computador, lista para escribir. Yo no sabía de qué hablaba.

—En las nubes —rio Maggie—. Te lo dije.

Sole le secundó con una risita cómplice.

—¿Es sobre la pregunta 3? —aventuré.

Ambas contuvieron la risa.

Llevábamos una hora trabajando en la biblioteca, Santiago había citado a los estudiantes, en la sala 118 a las 22:45 para entregar las notas del informe. Antes de eso, él se encontraría allí, para que despejáramos cualquier duda sobre la última materia del ramo, si así lo deseábamos.

Yo prefería alargar la espera de ese encuentro.

La guía de trabajo autónomo prometía ser muy parecida a la prueba del siguiente lunes y si éramos capaces de responderla, no tendríamos problemas en sacar una buena nota.

Aparte de mi teléfono sin respuesta, lo otro que tenía mi atención lejos, era lo inminente de ver a Santiago, de nuevo.

—Estamos en la última, Dana, la 4 —me corrigió Maggie riendo—. Tenemos que decidir la muestra.

—¡Ah! —respondí.

Sole contuvo la risa con una mano sobre la boca.

—Mira, Dana —explicó Maggie, sin perder la hilaridad—, entiendo que tu cabeza pueda estar en otro lado, pero te necesitamos aquí, para terminar esto y asegurar una nota respetable en la última prueba.

Sole asintió.

—La que nos preocupa eres tú, más que ninguna.

Y yo entendía. El informe del jueves pasado, si es que tenía mucha suerte, sólo alcanzaría para una nota de aprobación y eso si mis respuestas eran las correctas. Mi última nota, era decisiva.

Sole interrumpió la línea de mi pensamiento.

—Pero antes de continuar...

Y se detuvo en un silencio expectante, al que no supe dar significado.

—No te hagas la tonta, Dana —apresuró Maggie—. Queremos detalles.

—¿De qué?

—Del chico que te tiene en las nubes —exclamó extasiada Sole.

Mi corazón pegó un salto y mi gesto debe haber sido decidor, porque el rostro de las chicas pasó de un total entusiasmo, a la sorpresa.

—¡Ah! —No supe qué más decir.

Al menos tenía la seguridad de que el mensaje que había enviado con Benja había llegado correctamente, pero la certeza no borraba el malestar que sentía. Quería reír y quitarle importancia, pero en ese punto, no sabía cómo explicar bien, para no alargar el asunto. Al final, me incliné por decir lo que me parecía más cercano a la realidad.

—Yo creo que eso ya terminó, chicas, lo siento.

Y hasta que la frase no salió de mi boca, no lo sentí real. Pero en ese minuto, mirando sus rostros y escuchándome decirlo, entendí que esa era la respuesta más probable.

—¡Dioses, no! —me detuvo Maggie, avergonzada—. Discúlpanos, no sabíamos.

—No, no se preocupen —les sonreí tensa—. No tenían cómo saberlo.

Sole me tomó la mano.

—¿Y estás bien?

—Sí, yo creo que sí. Sólo, no sé...

—Pucha, Dana, pero ¿fue difícil o de mutuo acuerdo?

—Bueno —le respondí—, no es como que esté del todo aclarado, pero a veces no es necesario aclarar algo, para saber que se terminó ¿cierto?

Maggie me dirigió una mirada de incomprensión.

—Supongo —continué— que, con que uno de los dos lados no dé señales, basta y sobra.




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