Le dicen El Demonio

Escena 1: Marzo, cuarto viernes

MAGGIE

Las cosas son o no son. O haces algo o no lo haces, pero no lo intentas. Suena ñoño, lo sé. 

Sé que hay gente a la que le quedará la duda acerca de las circunstancias que rodearon el asunto que llamé "cariñosamente", Expediente Aula 203. Sé que aún hay gente molesta por ello. Me gustaría decir que es algo que deduje o que pensé inmediatamente conocí a Santiago Arnau. Pero la realidad es que me vi involucrada en eso de manera accidental.

Arnau y yo no tenemos un historia muy larga. Lo poco que sé de él, en principio, se relaciona con conversaciones de pasillo y comentarios de su familia.

Me encantaría remontar esto a un punto en específico. Sé que hay gente, que maliciosamente, ha intentado vincularlo con una venganza personal, por el enfrentamiento verbal que tuvimos en mi primer año de la universidad en la carrera que más adelante abandoné; cuando él tomó en el segundo semestre la cátedra de introducción. Ramo que reprobé por asistencia, precisamente por nuestra mala relación y porque en definitiva esa carrera no me gustaba.

Supongo que sería muy interesante para la épica de esta historia, pensar que fue eso, lo que nos transformó en antagonistas. Pero nuestra relación en el minuto que me decidí a dar vuelta a la hoja y retirarme de la carrera, pasó de 1 a 0, en un instante. 

—Me gusta pensar que ambos lo entendimos así. Yo finjo que no lo conozco, él finge que no me conoce. Y ambos estamos cómodos en esa dinámica.

Mati rio al otro lado de la llamada.

—Me imagino que sí, Maggie.

—Sé que sí.

—¿A Dana le dijiste?

—Ni a Dana, ni a Sole y espero que no les digas, porque ambas ya están demasiado asustadas con el ramo, como para tener que lidiar con una rencilla que está en el pasado. He optado por negociar que ambos nos excedimos.

—Claro, con él sí se te pasa el enojo, pero conmigo...

—Tu primo, no es importante para mi —le aclaré—, pero que tú me trataras de ese modo...

—¡Maggie, vamos! Santiago es mi familia.

—Yo era tu mejor amiga...

Matías suspiró

—Aún lo eres... Si quieres, claro. Nadie más ha ocupado ese puesto.

—¿Y si mañana me enfrentara nuevamente a tu primo, de qué lado estarías?

Mati se tomó más tiempo del necesario, para contestar.

—Ok.

—¡Del tuyo, Maggie! —respondió, un segundo antes de que cortara la llamada.

—¿Seguro?

—Sin duda.

Sonreí. 

En ese minuto ninguno de los dos sospechaba que esto, que parecía una pregunta inocente, tenía más de presagio que de conversación banal.

—Ahora... —apresuré.

—¿Si?

—¿Puedo dormir?

Soltó una carcajada.

—Y no me vuelvan a video-llamar a esta hora, porfa.

—Entonces, ¿volvemos a ser amigos?

—Me carga tu primo.

Mati rio.

—Lo sé.

—Sólo espero que no aparezca cuando yo esté.

—Nunca lo ha hecho y no lo hará, porque no eres su persona favorita, precisamente.

Reí por lo bajo

—Excelentes noticias y buenas noches —corté.

Es oportuno aclarar en este punto, que aparte de los problemas que me generaba la ética docente de Santiago Arnau, ninguno de los otros rumores habían llegado hasta mis oídos. Sabía, que tenía fama de tener relaciones volubles, pero nada extraño para alguien joven con buen pasar económico y sin grandes obligaciones. Nada tan diferente a cualquiera de los que rondábamos el pequeño círculo social, que se había creado desde la época de la escuela. 

No es que nosotros fuéramos un modelo de virtudes, como para andar fijándonos o apuntando las costumbres y formas de otros. O que no cargáramos con nuestros propios conflictos con las relaciones personales y afectivas. A mi parecer, eso forma parte de los problemas normales de los jóvenes de hoy o quizás los conflictos que cargamos todos los jóvenes cambian con cada generación. 

No lo sé. 

Y tal parece, que ya me fui por las ramas.

Lo que intento decir, es que, nada de lo que pasó fue tan evidente, porque en cierta forma estaba normalizado. En nuestra dinámica, era normal que yo no quisiera tener una relación con nadie, que Sole lidiara con demasiadas tareas para mantener su relación a flote, mientras intentaba encontrar su camino como individuo o que Dana se la pasara buceando de una relación a otra, mientras escapaba de tomar decisiones adultas.

Así éramos y así nos entendíamos bien, siempre que las otras mantuviéramos un delicado equilibrio entre preocuparnos y no entrometernos.

De la misma forma en que yo no le preguntaba a Dana si era feliz con sus relaciones intermitentes, sus conflictos con los ex o sus relaciones parentales, ella intentaba no preguntar por qué a veces yo necesitaba dormir en su casa o en la de alguna conocida, en vez de ir a la mía.

 




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