MAGGIE
Las salas de estudio, estaban en el segundo piso de la biblioteca. Eran pequeños y cálidos espacios para trabajar en grupo. Usualmente estaban reservados, pero Dana había movido sus influencias para conseguirnos uno ese día. La profesora de metodología nos había asignado horas de trabajo autónomo, así que pasaríamos buena parte de la mañana allí.
Dana estaba en la sala de estudio número 4. Desde ahí me hizo una seña, en cuanto me vio. Tenía su bonito cabello castaño, amarrado en una trenza lateral, lo que la hacía ver particularmente aniñada.
Se había puesto los lentes de lectura, por lo que asumí que había pasado buena parte de la noche anterior frente a la computadora. Dana no era muy partidaria de usar lentes, a menos que la situación lo ameritara. Se excusaba en que eran pesados y no se acostumbraba, Sole y yo compartíamos la idea de que la razón era un poco más superficial que eso. Pero a Dana no le gustaba ser superficial, así que nuestra opinión nos la guardábamos.
—Pensé que llegarías justo para entrar a la clase —me saludó Dana asombrada—. Ya sabes, por la micro y eso.
—¿Por la lluvia? —le pregunté, acomodando mi chaqueta en el respaldo de una silla.
Asintió.
—Mati me trajo —le expliqué y me senté junto a la mesa redonda en el centro de la salita.
Me había pasado a buscar temprano, porque sabía que el autobús no llegaba hasta mi casa cuando llovía.
—Ah, Mati —sonrió insinuante y siguió tecleando en la laptop.
—Sí, Mati.
Sabía hacia dónde quería llevar la conversación, pero no tenía ganas de entrar a ese asunto.
—Entonces —continuó ella, sin atender a mi ánimo—, tú y Mati...
—Yo y Mati nada —le corté.
Dana dejó de escribir y levantó la vista para dirigirme una mirada decidora.
Habíamos estado en el quincho de Joshua, celebrando el cumpleaños de él, el sábado anterior. En algún minuto de la noche, Mati y yo salimos a fumar para no molestar a Dana y acabamos besándonos.
Me gustaría decir que habíamos bebido de más, pero no es cierto.
Dana salió a preguntar algo y nos encontró. Contuvo una risita, se disculpó y volvió adentro.
Yo entré detrás de ella y la alcancé a escuchar decir que no estábamos. Seguido a eso, Joaquín comentó con más insinuación de la que acostumbraba en mi presencia, que seguramente habíamos ido a dar una vuelta en el auto y volveríamos en una hora. Lo usual.
Joshua rio junto al asado. Su novia y Dana le secundaron.
¡Dioses! Quise morir de vergüenza.
— Sólo somos amigos, Dana –le corté la insinuación.
—Si, entiendo —me respondió y volvió a lo suyo—. ¿Son como tiramigos?
—¿T-tiramigos? —balbuceé.
A Dana no se le movió ni un músculo.
— Ya sabes —explicó con seriedad—, amigos que tienen sexo y eso.
Le dirigí una mirada descolocada y ella rio al ver mi reacción. En ese punto de nuestra amistad estoy segura de que Dana adoraba ponerme en esas situaciones.
Soy una niña crecida en colegio religioso, mixto pero religioso. Dana sabía que esa visión conservadora que había heredado del colegio era mi talón de Aquiles, si quería molestarme. En mis épocas de estudiante yo era una oveja negra. Más rupturista que otros estudiantes. Pero afuera, con chicas como Dana que siempre parecían menos punitivas con... esas cosas, yo no era más que una provinciana que prefería hablar con eufemismos.
—Nunca he tenido un tiramigo —me confesó.
Dana estaba particularmente parlanchina ese día.
— ¿En serio?
La verdad no estaba tan interesada en la vida sexual de Dana, pero quería dejar de discutir sobre mi relación con Matías.
—Es que no suelo acercarme a los hombres para ser su amiga, precisamente —sonrió y esperó mi reacción.
—¡Dioses, Dana!
Dana rio divertida y volvió su vista a la laptop, conteniendo una segunda risa.
Yo me acerqué y le tome una de las mejillas con los dedos en pinza
— Quien pensaría que una niña con esa carita de muñequita, que no quiebra un huevo, sería capaz de hablar tan sucio.
Dana se soltó de mi agarre y susurró:
—Si supieras... —Pero no completó la idea.
Y no es que quisiera ahondar en el asunto.