Dana subió al bus primero, pagó su pasaje y atravesó el pasillo sin siquiera mirarlo.
Cuando Santiago terminó de pagar y el autobús empezó su marcha, la vio sentada en la parte de atrás del bus, en los asientos individuales junto al lado izquierdo de la máquina.
Había dejado el bolso junto a su pie, estaba cruzada de piernas y a pesar de que le dirigía una mirada repleta de desconfianza, sonreía.
Santiago caminó y se sentó tras ella, con las piernas ocupando parte del pasillo
Dana descruzó las piernas, se giró sobre el sillón y sus rodillas casi rozaron las de él. Santiago observó este gesto de soslayo y sonrió.
—Hace dos años que no fumo —le dijo de manera intempestiva. Nunca había sido realmente asidua.
Dana arrugó la nariz mientras esperaba a que él diera una respuesta y ese gesto más el par de pecas que se le asomaron por debajo del maquillaje, distrajeron a Santiago.
—¿Cómo...? —le apresuró.
—Sí, tiene que haber sido como hace dos años —recordó de pronto—. En el cumpleaños de Vicente Millán.
América lo había arrastrado allí, pese a que la idea original de la noche, era otra. A Santiago no le había gustado para nada el cambio de planes, así que simplemente había salido del lugar sin dar explicaciones. No tenía ganas de discutir con ella en ese lugar. Más tarde habría tiempo para eso. Siempre había tiempo para eso.
—Me pediste un cigarrillo, yo no tenía otro. Te quedaste con el mío. Creo que habías tomado un poco de más.
Más tarde se enteraría de que América había asumido que él se había ido. Por la cabeza de ella no pasó la idea de que estaba sentado en el patio de Vicente Millán fumando con su "archienemiga". Esa que ni siquiera estaba enterada de las horas de rabias y frustraciones que América gastaba en su persona.
—¿Qué hacías en la fiesta? ¿Conoces a Vicente?
No lo conocía. Ni siquiera habría sido realmente relevante, si América no lo hubiera nombrado nunca. Su importancia radicaba en la relación absorbente que él y Dana Benavente tenían y a la que Mer le dedicaba largas horas de discusión.
—Acompañé a una amiga, que era amiga de él.
Una amiga que le dedicaba demasiado tiempo a alguien por quien se suponía no tenía ningún interés romántico. Él no estaba seguro de eso. Tenía la impresión de que la negativa de Mer de presentar a cualquiera de sus "adecuados" novios a sus padres, se debía a que temía que la condenaran a llevar esa relación hasta el final.
Prueba de las inquietudes de Santiago era que, se había pasado todo el tiempo que habían estado juntos, esa tarde, analizando la salida de cumpleaños que habían hecho a Lewmenade Luke, una semana antes. Dana, Vicente y un chica que etiquetaron como @Angel_Lina19, se habían sacado una serie de fotos en diferentes partes de la ciudad. En al menos dos de ellas, Dana y Vicente aparecían abrazados.
La imagen de ella se le había quedado grabada, a fuerza de haberla visto muchas veces en las fotos que Mer revisaba. Por eso no le fue difícil reconocerla cuando apareció en el patio, en el preciso instante en que él, sentado en la banca de madera, buscaba un cigarrillo. El mal humor que había estado creciendo en la última hora, se disipó de un sólo golpe en su presencia.
Dana era aún más llamativa de lo que se alcanzaba a apreciar en las fotos. Bonita, era la palabra que le había llegado a la mente. Pero a él no le gustaba pensar en términos tan dulces, sobre las mujeres. Si es que se podía pensar en esa niña frente a él, como una mujer.
Ella pegó un pequeño salto y lanzó un gritito al percatarse de su figura en medio de la oscuridad y luego dio paso a un gorjeo de risa ante su propia actitud. Santiago pensó acertadamente que su risa se debía a que había tomado de más. Si es que de verdad le tuvo miedo, eso no lo supo él, porque le tomó menos de 1 segundo recuperarse y sentarse a su lado con las manos apoyadas sobre la banca.
«No te molesto ¿cierto?», preguntó, pero no esperó su respuesta. «No quiero volver adentro.»
En la última frase casi oyó un suspiró, cuando ella dejó caer la mirada sobre los botines y su cabello liso se deslizó por las mejillas, tapándole el rostro. A Santiago le pareció divertido que esa joven con aspecto aniñado fuera el dolor de cabeza de su amiga. Mer con todo su desplante, la personalidad abrasiva y el aspecto imponente, le temía a una niña que no podía quedarse en una fiesta cuando ella entraba.
No le respondió. Al fin y al cabo, no era su asunto. Ni América Carvajal, ni Dana Benavente eran su asunto.
—Una amiga...
Dana dejó entrever un gesto de desconfianza, que sin embargo, no opacó esa mirada de interés medida, que le dirigía.
Sentados así, a tan corta distancia, era inevitable para él recordarla en esa noche. Cuando después del suspiro, levantó el rostro, se cruzó de piernas y el corto vestido que traía subió ligeramente. Por pura costumbre Dana revisó su ropa.
«¡Demonios!», masculló. Lo que buscaba, difícilmente estaría ahí. «Disculpa», le dijo y le hizo una seña para llamar su atención.
Santiago, encendedor en mano, se ocupaba de prender el cigarrillo y fingía no atender ninguno de su movimientos, pero en consideración a que ella se había dirigido a él directamente, tuvo que despegar la vista del fuego y devolverle el gesto.