Aún le causaba dolor recordar las conversaciones que había tenido con él.
Le parecía un acto estúpido y masoquista recurrir a su galería y ver una y otra vez las capturas de pantalla de aquellas charlas nocturnas cuando empezaban a recuperar esa comunicación y amistad que tanto los había unido en su momento.
Recordó las mieles de felicidad que lo embriagaron durante esos días. Después de haberse alejado durante dos años de él la vida le había hecho una mala jugada y los había vuelto a juntar. En cuanto esa información fue de su conocimiento él no podía sentirse incómodo, molesto y aterrado por la idea de verse obligado a convivir con él de nuevo.
Pero ¿a qué le temía? ¿De qué lo volviera a utilizar o de darse cuenta de que seguía sintiendo algo por él? ¿De que solo se hubiera engañado para ganar esa tranquilidad que tanta falta le hacía para enfrentar los encuentros accidentales durante los pasillos de la preparatoria? Sus cuestionamientos no estaban tan alejados de la realidad.
Lo único que le quedaba era ignorarlo, fingir que no existía como lo había hecho dos años atrás. Si lo había conseguido una vez, ¿por qué no dos?
Pero era imposible, pues cada vez que lo contemplaba sentía un cosquilleo en las entrañas, tenía que reprimir esa sonrisa estúpida que de vez en cuando se le escapaba. Para él era una persona hermosa, con una personalidad única, interesante y encantadora.
¿Qué era lo mejor? ¿Valía la pena intentar luchar por él? ¿Era una pérdida de tiempo?
¿Él sentía lo mismo?
Mientras todos esos pensamientos invadían su mente sintió cómo le faltaba la respiración. Y a pesar de estar sumido en una completa oscuridad notó una diferencia en su visión: las lágrimas, tan familiares, comenzaban a acumularse en sus ojos.
Se preguntaba cuánto tiempo tardarían en sanar sus heridas. Frente a su madre tenía que fingir que estaba bien, que esa sonrisa que veía y las carcajadas que escuchaba eran reales. Que eran el reflejo de su verdadero sentir.
Pero por dentro aún seguía destrozado.
Y ya estaba harto de sentirse así