Al día siguiente, Laila siguió siendo la misma de antes con Gibran y los demás. Pero, cuando terminó la última clase le preguntó si irían por él o se iría solo, para irse juntos.
Tuvo que mentir diciendo que tendría que esperar a su hermana un rato, y que no podría acompañarla.
— Lo siento mucho. Te vas con cuidado, ¡nos vemos mañana! — y se volvió a adentrar en la prepa, sin rumbo alguno.
Caminó entre la multitud que se dirigía a la salida, buscando algún lugar para sentarse y hacer tiempo para que Laila se fuera y no encontrársela en el camino.
Siguió la marcha hasta que se topó de frente con Alejandro. Se quedó inmóvil, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar. Lo miró fijamente, debatiéndose entre darse la vuelta o pasar de él.
— Hola — lo saludó Alejandro antes de que tomara alguna decisión.
Los encuentros casuales que tenían eran así: a veces Alejandro lo saludaba, a veces Gibran le contestaba.
Ese día tenía ganas de responderle, aunque sea el saludo.
— Hola — vio detrás de Alejandro como su nuevo grupo de amigos se acercaba. Octavio y Ángel se estaban partiendo de la risa. Oyuky los veía y se contagiaba automáticamente. También los acompañaba Mairim y su amiga María Fernanda, que encajaba con el estereotipo de belleza, recibiendo la etiqueta de “la más guapa del grupo”: blanca, cuyo cabello castaño claro y lacio le llegaba a la mitad de la espalda. Era tímida, irradiaba una inocencia que generaba ternura. Su tono de voz era gentil y bajo. Cada vez que le pedían que participara debía alzar la voz para hacerse escuchar.
Imaginó que Alejandro estaría encantado de pasar todo el día con ellos, especialmente por su enamorada secreta que, estaba seguro, que también sentía algo por él.
Había unas miradas que compartían que no le generaban especial emoción.
— ¿Ya te vas? — le preguntó su examigo.
— No, estoy esperando a que lleguen por mí — esa había sido la respuesta más larga que le había dado a Alejandro. Esperaba que no le hiciera pensar que podían recuperar la comunicación. Gibran no quería tener nada que ver con él.
Segundos después de que terminó de responder, Octavio llegó y abrazó a Alejandro por atrás.
— Ay, hola, Gibran. ¿Cómo estás? — Lo saludó Octavio, mientras se acercaba para darle un medio abrazo.
Todos le caían bien, excepto Alejandro
— Hola, Octavio. Estoy muy bien, ¿y tú qué tal? — respondió animadamente, mientras intentaba rodearlo con un brazo para devolverle el gesto, pero era más alto y bastante ancho.
— Muy bien, aburrido. ¿Verdad que la clase de Física está horrible? Desde mi humilde opinión, creo que la clase de Miranda es mejor…
— No digas mamadas, Octavio. Mejor dámelas — lo interrumpió Ángel. Él era el segundo más alto después de Alejandro. Tenía el cabello largo y ondulado, le llegaba hasta la mitad de las mejillas. Usaba brackets y tenía una sonrisa muy grande. Era el de los comentarios ocurrentes y el encargado de alburear y coquetear en broma con sus amigos varones.
— Al menos Miranda da clase, Cesareo no entiende ni lo que él mismo explica, ¿sí se dieron cuenta que ni su propio problema pudo resolver? — intervino Oyuky.
En la clase de aquel día, había requerido la ayuda del estudiante más listo en física para resolver un problema que él sacó de internet, o de un libro, no sabía exactamente de dónde. Dio una mala imagen de sí mismo y puso en duda su veracidad como docente.
En realidad, ya lo dudaban desde antes.
— ¿Quieres irte con nosotros? También vamos hacia el metro. Te podemos hacer compañía, si gustas — el ofrecimiento de Octavio casi lo hizo aceptar.
Pero recordó que Alejandro iría también con ellos, por lo que rechazó la invitación.
Se despidió de todos con un rápido movimiento de manos, y siguió avanzando hacia el corazón de la preparatoria. Cuando estuvo bajo el cobijo del edificio de Ciencias, se dio la vuelta y vio como Alejandro se marchaba, contento, sonriendo y riendo, como si le diera lo mismo tenerlo cerca o no.
Gibran sintió una punzada en el vientre. No quería aceptar que dejarle de hablar a Alejandro sí lo había afectado.
Desvió la marcha hacia las jardineras ubicadas frente al edificio de gobierno y se sentó, haciendo tiempo para que Alejandro y sus amigos se fueran y no encontrárselos en el camino.