Si había algo que detestaba, además de las frutas y las verduras, eran los días posteriores al término del ciclo escolar. La salud de Gibran se veía atentada una vez que entraba en un estado de tranquilidad y relajación. A veces podía ser un ligero dolor en el abdomen que no le duraba mas que un par de días, o alguna gastritis que se lograba menguar con un omeprazol por las mañanas por un mes para evitar que reapareciera.
Pero aquella vez fue una gripa y tos lo que le dio la bienvenida a sus vacaciones. Tuvo que posponer los planes que estaba organizando con su grupo de amigas. No podía salir bajo ese estado de salud y exponerlas a un contagio, por lo que tuvo que quedarse en casa, aunque tampoco le fue muy complicado. No era mucho de salir, así que no extrañaba la calle ni el aire contaminado de la ciudad. Se sentía bastante cómodo en cama, leyendo, viendo videos, mensajeándose con Tulipana y Abril o con sus amigas del bachillerato.
Incluso, de vez en cuando, con Alejandro.
Lamentaba mucho ser tan débil y no poder sostener sus acciones para evitarlo, pero le era imposible. Si había algo que podría representar la relación que tenía con Alejandro era una montaña rusa: llena de altibajos. Cuando sentía que al fin estaba en la punta de la estabilidad algo tenía que ocurrir para caer en picada y perder todo el avance.
El avance se perdió en su cumpleaños. Sabía que era ridículo resentirse porque no lo felicitó, pero era un día especial, y aunque él no había pasado el cumpleaños de Alejandro a su lado por la distancia que había puesto entre ellos, tiempo después intentó remediarlo con un regalo sencillo que esperaba le hubiera gustado. Hasta ese momento desconocía si los chocolates le habían gustado, no le agradeció ni mencionó nada tiempo después, así que era una duda que muy probablemente se quedaría sin respuesta.
Alejandro dejó pasar los días y estaba más centrado en su relación que en cualquier otra cosa. Tampoco sabía si eso había afectado en algo en sus calificaciones, pero si es que estaba estresado por el cierre de año no lo demostró.
Seguía sin saber cómo tomar la noticia de su soltería, pero de lo que si se percató es que le sentó de maravilla para volver a abrirse poco a poco a él.
Alejandro días atrás le había mandado un mensaje preguntando cómo le había ido con las láminas de Dibujo. No le habían quedado mal, pero tampoco tan bien como para gustarle lo suficiente al profesor Miranda como para ponerle 10 en alguna. Su calificación más alta fue un 9 en una lámina que era digna de ser exhibida en un museo de arte y tuvo que contener las ganas de golpearlo para hacerlo recapacitar sobre su calificación.
— A la única que le fue bien en las láminas fue a Oyuky. Ya sabes, ella ya tenía experiencia en Dibujo —. Oyuky fue la única que sacó 10 como calificación final. Fue acreedora del respeto de todo el grupo. Un 10 en Dibujo con Miranda se podría considerar el mayor logro de la vida.
— Aún no conocíamos las técnicas que debíamos usar para las láminas y ella ya tenía trabajos hechos. O tenía mucho tiempo o alguien le ayudaba a hacerlas.
— Ellas las hacía todas. Incluso nos llegó a hacer algunas láminas a todos nosotros — refiriéndose a su grupo de amigos —. Y las que entregamos que ella hizo fueron las de 10. Las que cada uno hizo por su cuenta fueron un fracaso, dijo que estaban horribles.
— El único que estaba horrible era él. La opinión de Miranda era muy subjetiva. No importa que tan limpias quedaran las láminas, o que tan buenos trazos se hicieran con los plumones, para él siempre era insuficiente, a menos que los trabajos pertenecieran a una chica.
La fama de Miranda iba un aumento debido a su favoritismo por sus alumnas. Era algo que se solía comentar mucho entre los pasillos, y todos habían sido testigos de ello. Era amable y carismático con las chicas, pero déspota y grosero con los hombres.
— Que miedo que haya profesores así en el bachillerato de la UNAM. Se supone que es una de las mejores universidades del país, ¿no? Lo que debería de sobrar es la calidad de los profesores, no la flojera y ese tipo de comportamientos tan… raros.
Gibran llevaba una semana enfermo y en esos siete días Alejandro no se había aparecido, hasta el octavo día, en donde lo saludó y preguntó cómo estaba.
— Un poco enfermo, pero ya me estoy recuperando —. El contagio se había extendido hacia su madre, que ya había comenzado con síntomas, al igual que su padre. Sus hermanas seguían sanas, pero no sabían por cuánto tiempo más durarían así.
— De seguro fuiste tú quien comenzó — la deducción de Alejandro estaba muy bien acertada.
— Estoy hablando con un adivino por lo que veo. De seguro vives en la misma casa que yo y no me he dado cuenta de eso.
— ¿Por dónde vives? — ¿Y a este qué le importa el lugar en dónde viva? Pero no importaba, de igual manera le dio nombres de calles y puntos de referencia cercanos para tratar de ubicarlo.
— Puedo visitarte.
Cuando leyó el mensaje sintió como si su corazón y todo el mundo se hubiera detenido. No era una pregunta, era una afirmación. Probablemente estaba soñando, estaba delirando, estaba en su lecho de muerto y todo era producto de una hermosa fantasía.
— ¿En serio vendrías?
— ¿En serio podría? Podría verte en la estación del metro, no tengo celular y no sé cómo llegar hasta tu casa.