Milk
—Qué bien me jalas la leche y al final te la bebes.
—¡¿Qué?!
—Que si jalo bien, tu nombre es Leche, y algo me debes.
Parpadeo aterrada al levantar la mirada y encontrarme con uno de los empleados de rango alto de este edificio.
No llevo mucho tiempo trabajando para la marca, aún intento acomodarme y conocer a las personas que vienen a este lugar.
Estoy terminando de imprimir unos papeles para armar las carpetas que me toca archivar, un trabajo no muy complejo, pero que espero que el tiempo me permita ganar la experiencia y la sabiduría necesaria para crecer en mi labor.
—No…—le contesto al tipo de unos treinta que viste camiseta negra de tubo ceñido y un pantalón tan apretado que su único esfuerzo es que le marque la paquetería—. Mi nombre no es así.
—Oh, disculpa. Tienes razón, lo siento—dice él, tratando de parecer su tono un chascarrillo inocente—. Es que me lo dijo Jess, y sabes que ella es inglesa, creí que intentó traducirlo, fue torpeza mía.
Observo la carpeta que acabo de sacar antes y recuerdo el aviso de Jess de que el secretario de gerencia vendría a buscarla.
Se la paso.
—Ten—le digo—. Descuida, no pasa nada. La gente se suele equivocar—le dedico una tierna sonrisa de mi parte y él extiende su mano en mi dirección.
—Mi nombre es Aleksey y trabajo para esta empresa desde los diecinueve. Hoy, prácticamente, soy un socio de gerencia, hago viajes y, de hecho, mi última salida de Atenas fue precisamente porque tenía mucho qué hacer para fortalecer más a esta firma.
“¿Y quién te preguntó?” aparece la pregunta en mi cabeza, pero trato de espantarla con toda velocidad, no puedo pecar de pensamiento, ¿qué clase de persona quiero ser y por qué estoy accediendo a destruir así tanto esfuerzo de mi parte?
Sacudo mis pensamientos de mi sesera y dejo los papeles para extender también mi mano en su dirección y dedicarle una sonrisa que intenta pedirle disculpas por lo que pasó por mi mente impetuosa.
—Un placer conocerte, Aleksey y qué feliz me pone saber cuánto has podido crecer desde tu ingreso a esta empresa.
—Descuida, ya aprenderás y podrás ser tan grande como yo—dice él, con un tono ególatra que ocasiona un cortocircuito en mi cabeza. Una vez que suelta su mano de mí, revisa los papeles mientras me da consejos—. Supe que estás trabajando con un programa para el cual te aceptó la mismísima Aura.
—Ella es una gran mujer.
—Si consideras que el puesto te queda grande, siempre viene bien el servicio de limpieza. Hasta que puedas aprender, lo bueno es que conserves tu trabajo.
“¿Qué me estás queriendo decir, hijo de la gran…?”
¡No!
¡No pienses eso, mujer! ¡Contrólate!
—Valoro mucho su consejo, señor—al hablarle siento que me sudan las manos y me cae la gota gorda por la espalda—, pero es un honor poder servirle a mi jefa, ella me dio una maravillosa oportunidad al recibirme.
—¿”Señor”?
—Usted.
—Ay, por favor, ya te dije que me llamo Aleksey. Me haces sentir viejo y soy más chico que tú. ¿Qué edad tienes? ¿Treinta y cinco?
—Je, je—sonrío con torpeza—. Es usted un hombre muy gracioso, pero acabo de cumplir dieciocho.
—Oh, claro. La chica que salió de programa de adicciones y de la prisión para menores de edad—debe arrojar su despectivo comentario que no me gusta sea mencionado en voz alta, intento hacer el esfuerzo por dejar de lado mi pasado.
—De hecho, solo intento ser una mejor persona. Pero sí, estoy en el programa de reformación de conductas. Y no existe una “prisión para menores”, yo soy mayor de edad.
—Claro, comprendo, chica. Esfuérzate y todo se logrará. Mírame a mí, si quieres tener un modelo a seguir en esta empresa.
—Gra…
—Y en la vida. Me considero un ejemplo de superación.
¿Superación en qué?
—Gracias—digo, tratando de que se vaya pronto—. Tengo… Tengo muchas cosas que hacer e imagino que usted también.
—Sí. Así es. Siempre tengo una agenda repleta. Hasta pronto, Milka.
—Milk—murmuro despacito, pero ya me ha dado la espalda y se está marchando en dirección a las escaleras que lo llevan a los pisos superiores donde debe estar su despacho.
Inspiro profundamente.
Mi compañera que trabaja en otro escritorio a unos metros paralelos al mío, me mira de reojos y me dice:
—Creo que ya conociste a la reina Aleksey.
—¿Reina? Es un hombre…muy seguro de sí mismo…
—Diosa, única, egocéntrica.
No me gusta que hable así de otras personas.
No me gusta que hablen mal.
No me gusta que mi mente hable mal de otros.
No quiero tener que juzgarla a ella también.
Me tiemblan las manos y caigo en la cuenta del lío de papeles que he montado ahora mismo en este diminuto espacio que tengo para trabajar.
Con razón dijo las cosas que dijo de mí, no fue por maldad como mi costado más oscuro intentó sugerir, sino porque quería hacerme sentir segura de mí misma, entender cuál es mi lugar y aconsejarme, nada más.
—¿Me cubres un minuto?—le pido con la garganta seca y la voz un poco entrecortada, ahogada—. Debo ir al baño.
Me sorbo la nariz.
Asiente:
—Ve, aquí nadie viene, somos las chicas de las fotocopias, después de todo—asegura ella. Me tirita todo el cuerpo y huyo hasta el baño más próximo.