Leche y Miel

4. La Colmena

Milk

 

—¡Yo!

Todas se vuelven y me miran. Intento encogerme, para no parecer una loca.

—Digo…que yo…podría…

Cuando era una niña pequeña, solíamos jugar a “El que cantó primero” el cual se trataba de pedir un turno para algo y quien pegaba el grito primero era quien tenía la ventaja, sin embargo, en esta oportunidad, no siempre ganaba el que se posicionaba en un orden estricto, sino que se destacaba el que gritaba más fuerte.

En este instante, termino sacando esa versión de mí que cantaba primero a todo pulmón para que nadie tratase de anteponerse a mis intenciones de ser la que podría triunfar en el “pedido del turno”.

Pero con una parte buena y es que sí, ¡funciona! 

Todas se vuelven a mí para mi mirarme, incluida la mil veces diosa de mi jefa quien posa su mirada en mí y se dibuja una sonrisa en su rostro.

—¡Vaya entusiasmo!

—Yo también lo tendría de ser quien se gane un viaje de luna de miel para cuidar de esta preciosura, pero tengo que cumplir con un marido al que no le gustaría nada la idea de que le deje solo este tiempo luego de haber cumplido con una horrible condena injusta—declara mi compañera.

No sé si lo había mencionado, pero ella pertenece a otro programa de reinserción social al que cumple como si fuese una suerte de beca esta oportunidad laboral.

—Y yo tengo a mi nietito a cargo—declara la mujer de limpieza, mientras que su mano derecha aduce:

—¿Implica aviones?

—Exacto—contesta Aura.

—No me miren a mí, le tengo pánico a las alturas.

Lo cual conduce a que todas se vuelvan nuevamente en mi dirección, sobre todo mi jefa quien aún con su bebé en brazos y el móvil sujeto en una mano, me advierte con una acaramelada sonrisa en sus labios:

—Ven un momento a mi oficina, esto hace evidente que hay asuntos que tenemos que conversar, cariño.

Ella se encamina al ascensor, mientras que mis compañeras celebran conmigo mi hallazgo, hasta que una me dice por lo bajo mientras Aura ya me espera dentro de cubículo de metal que sube y baja…

—Sácale fotos al marido en la playa y nos las compartes en secreto.

—¡Oye!—le digo, aterrada.

Ella me guiña un ojo.

¡Por supuesto que no haría eso! ¡Ya el solo hecho de pensarlo me hace aterrarme de mi propia vida interior, me juré que yo ya no soy así!

¿Verdad?


 

Pietro

 

Las gotas de sudor caen por mi frente mientras el espejo al frente me muestras las venas marcadas en mi cuello y en mis caderas mientras mis manos se aferran a los fierros de los cuales me sostengo mientras me levanto.

—¡Eso es, tres más, solo tres más y tienes la tarea sacada, muchacho!

—¡¡Aaaaaggg!!—me quejo con la cadena aferrada a mi cintura mientras la levanto y desciendo nuevamente con el peso colgando de mí.

—¡Dos más!

—¡¡¡Aaaaahhhh, eres un…!!!

—¡¡Soy tu entrenador, eso es!!

Las gotas de sudor me empapan las cejas, los músculos se marcan con fuerza en mi cintura y en mi cuello mientras me elevo más hasta completar y sé que llega la última.

Él lo celebra.

—¡Eso es, así se hace!

—¡Te odio, Constantine!

—¡Yo también te quiero a ti, idiota! ¡Ahora muestra esa máquina que hay dentro de ti y sigue haciendo lo tuyo que lo mío es torturarte, para eso me pagas!

—¡¡¡AAAGGGG!!!—apenas lo soporto cuando por fin concluyo la última repetición de la última serie, de mi último circuito de ejercicios por hoy.

El aire escapa de mis pulmones en cuanto termino y desciendo. Busco entre mis cosas una toalla con desesperación para quitarme el sudor del rostro y del cuello, cuyas gotitas cálidas me generan picazón.

El espejo frente a mí me devuelve una imagen de mí mismo solo con pantalones cortos en medio de mi gimnasio, con el torso desnudo y habiéndome sudado un mar salado completo. Tras terminar de secarme, bebo agua con desesperación y me vuelvo a humedecer completo. Constantine me saca el cinturón con el peso para luego dejarlo a un costado. También bebe agua y celebra.

—¡Eso es muchacho!

—Ni yo me puedo creer que te pago para que me tortures.

—Bienvenido a mi mundo.

—Iré a comer algo. Es hora.

—Toca, sí. Pero primero te darás una ducha, recomiendo, porque hueles a estiércol. No quiero que tu esposa se queje luego de mí en cuanto llegue.

—Tranquilo, que gracias a ti es que soy padre. No sabes cómo al enciende el culturismo.

—No quiero detalles sucios, anda. Ve. Y sí, tienes razón, eres un afortunado con la esposa que tienes: encantadora, emprendedora, sexy, madre y con mucho sentido común en lo que hace a una persona humilde y a una mujer atractiva.

—Ya. No sigas. Solo yo puedo decir que mi esposa es sexy, ¿okay?

—Ve, hombre.

Suelto una carcajada y me deshago de mis prendas aquí mismo exhibiendo cada centímetro que los espejos del gimnasio me devuelven para hacer de mi cuerpo la obra maestra que pretendo que sea.

Una vez que llego a la ducha, largo el agua y me meto aquí dentro.

Mientras me enjabono, escucho la voz de mi esposa llamándome desde fuera y luego que entabla algunas palabras con Constantine.

¿Le acaba de pedir que sostenga al niño?

Acto seguido la puerta se abre y escucho su voz:

—¿Llegué en el momento adecuado?—pregunta Aura.

Oh, ya veo cuál fue el motivo de poner de niñero a mi entrenador personal.

Me relamo como quien está a punto de masticarse un manjar.

Seeee, claro que sí.

—Ven, cariño—le ofrezco.

No cabe duda que tengo a la mejor esposa del mundo entero.

Nunca nada me podría hacer cambiar de opinión de que ella es la mejor.

Jamás.

 



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En el texto hay: millonario, lujuria, luis avila

Editado: 26.10.2022

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