Milk
Es una camioneta de alta gama, con chofer privado y diferente al coche que me trajo. Este nos conduce al puerto mientras nosotros vamos los tres en la parte de atrás. Vamos cómodos, es espaciosa, pero no sé a quién se le ocurrió que yo quede en el medio. Simplemente Aura subió de un lado con el bebé y el señor Kozak me dio el paso para que suba antes que él, tras cargas las maletas y todo lo necesario. Capto, mirando por el espejo retrovisor mientras nos movemos, que el coche que me trajo hasta acá también viene en la parte de atrás y recuerdo haberles visto cargar cosas del bebé.
¿Dos autos solo para llevar equipaje para unas dos semanas?
—¿Lista para el puerto? Espero no te maree el agua, cielo—me dice Aura en un tono maternal mientras mantiene al pequeño Luz sobre su regazo y le da de mamar. El pequeño está prendido a su pecho mientras sus ojitos me observan como si estuviese espiando qué hace esta extraña aquí, con su familia.
—La verdad que hace años no lo visito—admito con un poco de pena por reconocerlo. No quiero crear falsas ilusiones de riqueza o de un nivel de vida que no tengo y que jamás tuve—. Hubo algunos años de encierro en mi historia de vida.
—¡Oh! No sabes cuánto lo siento, no quería mencionar eso.
—Descuide—le contesto, con una sonrisa en los labios tratando de cubrir la incomodidad que me corroe—. No pasa nada, ya…es costumbre. Es extraño no tener que estar explicando que no estuve presa, pero sí algo parecido, que no me juzgue por ello y que hoy soy una persona completamente diferente.
—Comprendo, cariño. Quiero que sepas que cuentas con nuestro absoluto apoyo y no te conozco mucho, pero puedo ver tu ángel y la buena vibra que hay en ti—me asegura ella con un tono aún maternal.
—Es decir, que nunca te montaste uno.
Me vuelvo rápidamente, al escuchar lo que el señor Kozak me acaba de decir. ¿Montarme uno? ¿A qué se refiere, señor?
—¿P-perdón?—es todo lo que me sale decir, tratando de mantener amordazada a la versión más instintiva que vive en mí.
—Yate monto, alguna vez.
—Señor, qué clase de sugerencia es esa.
—No es ninguna sugerencia, es una pregunta.
—¿Puede…repetirla? Creo haber escuchado mal.
—Que si montaste en yate alguna vez.
Inspiro, tratando de repensar mis acciones y mis pensamientos. Si no fuera que me mira fijo y me penetrara con esos ojos tan sagaces que tiene, yo no tendría que desviar mis pensamientos en extrañas direcciones.
—No señor—admito
—Entonces con nosotros será la primera vez que te montes uno.
Okay, eso sí estoy segura de haberlo escuchado bien.
—Supongo—admito.
La movilidad dobla pronunciadamente hacia la derecha y provoca que los pesos de nuestros cuerpos se inclinen. La inercia provoca que el señor Kozak se venga contra mí y la presión ligera de su cuerpo me deja extasiada, como si mi cuerpo se pudiera ramificar y envolverse a su alrededor.
Pero ni me salen ramas ni me trepo encima de él.
Solo permito que vuelva a su lugar, mientras hago lo mismo. Pero algo más sucede. El dorso de su mano se queda rozando mi pantorrilla, descubierta por la tela arremolinada de mi vestido. Su piel está en contacto con la mía y siento que en cualquier momento me podría derretir si el contacto sigue de ese modo.
“No la quites. No la quites, por favor”.
¡Shiuuuu, fueraaa! ¡Fuera, voces de la idiotez, que sugieren cosas malignas! ¡No las quiero dentro de mí! ¡No tendrían que estar aquí, yo no soy una mala persona, Aura es buena, yo soy buena, tú eres la malvada!
“Mete tu mano más adentro, hazlo.”
—¡Es…maravilloso! ¡Conoceré un yate!—pronuncio, juntando mis piernas de sopetón y apartándome de los dedos de él, alejando a mi conciencia más villana.
Parece violenta mi actitud y él lo nota.
Corre su mano y se cruza de brazos.
—Sospecho que el crucero te encantará—asegura Aura.
—¿No era un…yate?
—Sí, el yate nos conduce a la isla, pero el crucero nos llevará a dar un paseo de días para luego regresar a Atenas. ¿No es maravilloso?
—¡Vaya!—digo, sorprendida y contenta en partes iguales. Simplemente permito que ella me cuenta de cómo es un viaje en yate (más privado) al igual que el del crucero (que será para gente exclusiva) y me hago a la idea de algo maravilloso.
Pero el señor Kozak no vuelve a dirigirme la palabra.
Una vez que llegamos, el chofer se mueve prontamente para abrirle a Aura, mientras que el marido abre la puerta para sí mismo y aguarda a que yo bajo.
Cuando lo hago, cierra.
Pero mi vestido ha quedado enganchado.
—¡Aaaah!—grito al caer en la cuenta de que el vestido se me abre y el aire entra donde no tiene que pasar y el tipo se me queda mirando como si fuese un ave de rapiña—. ¡Caraaay, no puede ser!
De pronto resurge la versión maligna de mis pensamientos para traerme a la realidad y demostrarme que se goza que yo esté sufriendo contra mis instintos. Ella disfruta de que el hombre se me quede mirando, parece excitarse ante la situación, pero la versión más racional de mí sabe que es una auténtica locura y que no es buena señal el hecho de que me suceda algo así justo en mi primer día de trabajo como niñera, nada menos, que de mi jefa recién casada.
Me vuelvo a la puerta de la camioneta y me temo lo peor.
¡Se ha quedado con un pedazo de mi vestido!