Leche y Miel

9. La Telita

Milk

 

—¿Ya ves? No era tan grave.

—Prometo que se lo voy a devolver.

—Descuida, cielo. Tengo otro igual en casa y apuesto a que pronto tendré otro.

Me miro el vestido de la señora Aura y me queda de maravilla, pues, porque es una blusa para mujeres en puerperio, además que me queda muy grande porque ella es casi veinte centímetros más alta que mi contextura menuda y mi altura que me califica como enana ante los ojos de cualquier mortal normal.

Si me ponen uniforme de colegiala, paso fácilmente como una púber, así que intento demostrar que mi edad es la correcta, ahora que por fin tengo la mayoría.

—Te queda pintada mi blusa. Solo no me anima la idea de que a ti te sienta como vestido—asevera ella—. Vamos, es hora de que salga nuestro yate—advierte ella mientras salimos de la camioneta donde me acaban de dar privacidad para refugiarme y cambiarme luego del incidente que ocasionó que uno de mis vestidos favoritos quede enganchado a la salida de la camioneta hasta rasgarse una vez el señor Kozak cerró la puerta.

Una vez que ingresamos al edificio del puerto, descubro que está todo listo para subir a esa hermosa embarcación de lujo que nos espera.

El señor Kozak tiene las manos metidas en su pantalón largo de bambula y camisa playera abierta hasta la mitad, sacudiéndose con el viento.

Se vuelve a nosotros, tiene gafas oscuras puestas. El pequeño Luz reposa con un tul encima, en un cochecito para bebé.

En cuanto nos acercamos, él pregunta:

—¿Y? ¿Todo bien?

Aura me señala como si fuese un logro recién conseguido.

—Ya ves tú.

—Te queda bien. Y reconozco esa blusa.

—Ahora es un vestido—murmuro, con penita.

—Y es tuyo—asevera Aura—. ¿Vamos?

—Permítame, señora—advierte uno de los guardias que ayuda a Aura a subir con su bebé al yate. Luego ayudan a montar el carro y la pregunta sale de mis labios casi sin pensarlo:

—¿Quién se supone que va a conducir?

El señor Kozak quien aún no ha subido, me escucha pensar en voz alta y es quien me emite su respuesta:

—Adivina quién más.

—¿Usted sabe conducir yate?

—”Usted”. Me haces sentir viejo—sentencia y luego me tiende una mano—. ¿Te ayudo?

Trago grueso, al saber que puede que su ayuda me venga bien para subir. Me genera una explosión de mariposas en el interior, en la zona baja de mi abdomen. Sería ideal que Bob Esponja venga para cazar animalitos ahora.

El sigue esperando una respuesta.

—G-gracias—le digo.

Y acepto que tome mi mano.

El primer contacto genera chispas que evadimos casi de inmediato mientras me monto el yate, para luego agradecerle:

—Es muy amable, señor. Muchas gracias. Y vaya talento el de…saber montar en yate.

—Yo no lo voy a conducir—advierte él—. La capitana ya está en posición.

Wooooooow. Capto entonces lo que sucede y observo en dirección a la cabina, donde el guardia que antes la ayudó a subir, recibe instrucciones para conducir.

—¿Ella es la capitana?—pregunto.

—Así es.

—¡Maravilloso!

—Si quieres, ve a traer al bebé así la dejamos concentrarse. Lleva algún tiempo sin pilotar un yate, pero lo cierto es que es fanática de deportes acuáticos mi esposa.

—Jamás me lo hubiera imagino—murmuro, pero me retracto de inmediato—: Aunque algo así me esperaba. Aura es una mujer muy valiente.

—Para haberte traído a ti, sí.

—¿Cómo dijo?

—¡¿Estamos listos?!—pregunta Aura desde un pequeño parlante que nos llega al exterior. La observamos ambos a través del vidrio y descubrimos que tiene auriculares con micrófono puestos, levantado su pulgar.

—¡Todo listo, cariño!—advierte el señor Kozak.

—¡Te amo, cielo!

—¡Y yo a ti!

Entonces, arrancamos con el guardia a bordo, quien sale y queda cercando el yate. Luego me vuelvo al señor Kozak quien permanece con sus gafas oscuras puestas, observando al horizonte.

Me planto delante de él, cubriéndole la perspectiva.

La osadía me genera cierta incomodidad, pero no lo puedo evitar.

—Señor, ¿qué quiso decir con que Aura es muy valiente por “haberme traído”?

—Me contó quién eres.

Parpadeo, aterrada.

—¿Y-y quién…se supone…que soy?

—Una delincuente.

Dios, dame un norte con este hombre y lo que tengo que hacer para no enloquecer con lo que acaba de decir.

¿Cómo se atreve?

—¿Por qué dice eso…? No lo soy.

—Claro que sí.

—Ya no… Tuve un pasado difícil, pero intento ser alguien diferente ahora. Dios, la Virgen y todos los Santos me ayudan a mantener una vida…de rectitud y de oración—le advierto.

—No porque te hayas convertido en religiosa me convences, nena. De hecho, los religiosos siempre son los peores.

—Pare, deje de atacarme. Me lastima.

—Escúchame una cosa, Milk. Puede que mi esposa ponga su voto de confianza en ti, pero yo no. No te conozco, no sé qué clase de persona eres ahora, pero si de algo estoy seguro, es que pasaste años cumpliendo una condena por algún motivo. Y no me deja tranquilo que quedes a cargo de mi bebé, pero confío en Aura y creo en su palabra. Pero en ti no. Yo te estaré vigilando, ¿entendido?

Se me traba la respiración.

El ritmo cardíaco.

La voz.

Hasta que me armo de valor, para evadir el tembleque en mis rodillas y le reto:

—Puede vigilarme todo lo que quiera, no tengo nada qué esconder.

—Eso espero—. Acto seguido saca algo del bolsillo y me lo da. Se lo recibo—. Por cierto, lindos calzones. Lamento haberte roto la telita.

Marca una sonrisa blanca amplia antes de darse la vuelta e ir hasta la cabina de mando con su esposa.

 



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En el texto hay: millonario, lujuria, luis avila

Editado: 26.10.2022

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