Milk
¿Qué clase de persona horrible es este hombre?
O probablemente la persona dudosa soy yo y lo que él dice, sumado a la actitud que mantiene es exactamente lo que me merezco.
Algo más lamentable que te parezca irresistible el marido de tu jefa es que se aproveche que te tiene comiendo de la mano para luego escupirte en la cara todas las verdades que hacen a tus hechos del pasado que aún no te perdonas.
¿En verdad soy esto?
No me gusta en absoluto, no es lo que deseo, pero es lo que me he ganado, del mismo modo que ahora tengo que proceder por creerme digna de su confianza como le demostré a Aura que podía poner su voto de fe en mí.
—¡Oh! Cosita linda—digo mientras me incorporo en una reposera junto al bebé quien acaba de perder su chupete. Se lo alcanzo y lo sigo observando mientras duerme. Es tan pequeño y vulnerable. Mi versión del pasado jamás hubiera estado a gusto con la idea de trabajar de niñera, aún en condiciones paradisíacas como es el inmenso caudal de agua y cielo azul que se extiende delante de nosotros mientras nos acercamos a la isla que aguarda por nosotros mientras nos alejamos de Atenas.
Lo miro y estoy feliz de sentir esto dentro de mí, es una noción de protección y de querer cuidar de este bebé que me deja tranquila.
En el pasado, odiaba a los bebés, no podía estar siquiera cerca de uno. Está bien, yo misma era una adolescente boba, metida siempre en problemas. Por suerte no había ningún bebé cerca, nunca iba a ser un buen ejemplo para una criaturita.
De cara al pequeño le aseguro:
—Te voy a proteger y te voy a cuidar con mi vida, ¿sabes?—le prometo y cierro mi dedo meñique en la manito de él derecha.
Sus ojos se dirigen a mí y me asombra que pueda enfocar la mirada. Lo protejo nuevamente con el tul y le dedico una sonrisa, volviéndome al frente.
Asiento, contenta de este logro.
Esa persona de mi pasado era malvada, era un ser horrible y cruel, nunca tendría que haber existido, pero he aprendido que debo perdonarme a mí misma para poder seguir adelante. Estoy en proceso de aprender a perdonarme, porque cada tanto Milk Villana aparece con pensamientos horribles que el sumo sacerdote y las hermanas me han enseñado tanto por las buenas como por las malas a mantener controlado.
—Llevaba tanto tiempo sin sentir esto.
La voz de Aura me sorprende desde atrás.
Incorpora su reposera de cara al sol, se quita su vestido playero y queda en bikini. La observo, alterada.
—¿En serio acaba de parir? Señora, se la ve magnífica—la adulo sin tratar de parecer que le estoy lamiendo las botas.
—Ha sido un proceso duro el recuperar mi cuerpo. De hecho, aún no lo consigo del todo, pero estoy en proceso. ¡Mira estas estrías!
—Es normal que una persona tenga estrías. Las mujeres las tienen, los hombres las tienen, el cuerpo es susceptible de mutaciones y de cambios a lo largo del tiempo.
—Que sea normal no significa que se vea bonito.
Me encojo de hombros.
—Nadie podría juzgar.
—Nadie puede juzgar a nadie, pero créeme, lo hacemos. Juzgamos inclusive a los que juzgan y no deberían juzgar, como ahora.
Sonrío.
—Es cierto. Pero si usted se siente bonita sin estrías, está bien así y es lo que importa.
—Suenas como él.
—¿Como Luz?
—No, él ni siquiera suena, más que en pedorreos y risitas reflejas—dice ella, refiriéndose a su hijo con ternura—. Hablo de Pietro.
¿Me acaba de comparar con su marido?
Pues, he descubierto que no tengo nada en común con ese hombre. ¡Es cruel! Y me siento a la defensiva constantemente en lo que a él se trata, así que me pongo tensa.
Ella continúa.
—Quedó al mando, aunque dejé el yate en piloto automático para venir a tomar sol un momento, descuida.
Ubica algo parecido a espejos retorcidos, que reflejan el sol en todas direcciones a su cuerpo de pollo rostizado.
¡Bronceado! Su cuerpo esbelto, lindo y bronceado.
—Podemos hablar tranquilas. Vi que estuvieron interactuando. Me alegra eso.
Pues a mí no me hizo muy bien que digamos.
—Es un hombre serio—asevero.
—Eso le hace parecer malvado, pero no lo es en absoluto. Créeme.
Tengo pruebas que dicen lo contrario.
—Seguro que sí, señora. Igual usted es mi jefa al igual que él.
—¡Él no es tu jefe! Al menos directamente.
—Lo sé.
—Y gracias. No sabes la ayuda inmensa que me estas dando.
—Pues, estoy mirando el mar de cara a un sol paradisíaco en un yate de lujo.
—Con mi hijo a tu cargo.
—Así es.
—Eso ya es un montón. ¡La libertad! Créeme que el día que eres madre, nunca vuelves a ser la misma persona. Desaparece el egoísmo y no vuelves a dormir igual.
Me pregunto cómo hacía mi madre para irse a la cama cada noche sabiendo que yo estaba en un lugar peligroso o de guarda en guarda hasta que fui a parar al reformatorio donde cambié para siempre.
—No tengo planeado ser madre hasta dentro de unos largos años—aseguro.
—Es lo mejor, una vez que tengas asuntos resueltos alrededor, eso te permitirá enfocarte sin mayores preocupaciones.
—¿Acá es donde se toma sol?
Escucho la voz de Pietro detrás.
Llega arrastrando una reposera y lo observo por encima de un hombro. Su esposa sigue con los ojos cerrados, perdiéndose del espectáculo exquisito que se monta delante de mí.
OH.
POR.
DIOS.
BENDITO.
Llega con un diminuto bañador que permite que se le vean unas piernas enormes, de profesional del deporte. ¿Eso se lo da correr en caballo? Se viene quitando su camiseta playera hasta que la abandona en una mesa alrededor.
—Supe que me engañaste, estaba en automático el mando—le dice Pietro y se ubica en la reposera, al lado de su esposa.
El sol baña la piel dorada de Pietro y me dan ganas de darle un lametazo para probar la sal natural de su piel.