Leche y Miel

15. Las Palmas

Milk

 

“¿Por qué no entras y cierras la puerta? Necesito que me eches una mano con esto.”

La voz del señor Kozak permanece en mi cabeza mientras intento calentar la leche para el bebé. El microondas es un poco extraño, tiene funciones anexadas que desconozco, así que decidí servir un chorro de leche en un hervidor sobre la hornalla, a la clásica. Hornalla eléctrica que ni siquiera necesita gas o de un mechero, Dios bendiga la tecnología.

Ver el chorro me hace pensar nuevamente en ese hombre. Definitivamente creo que todo me recuerda a él.

Lo que hice anoche no tiene nombre, fue terrible, no puedo creer cómo permití que mi versión más oscura termine por complacerse de esto. Traté de no ir más allá, nada más hice que la crema se ponga espesa para luego probar el creme brulée en propio paladar.

Hay cosas peores que podría haber hecho y no las hice, sin embargo, me pregunto cómo es que Aura pudo conseguir que un hombre así termine siendo su compañero en la cama cada noche, cómo logró atraparlo para finalmente formar una familia con él. Es del tipo de hombres que ya no quedan, además de poseer una dote brutalmente complaciente y ser super paternalista y protector. Pero todo un pillo, él sabe tan bien como yo que lo que sucedió no estuvo bien. Por suerte, para cuando Aura llegó a la casa con Luz, yo ya estaba en el baño de mi habitación cepillándome los dientes.

Estuve terriblemente mal, no debería haber accedido, pero mi parte sensata insiste en que esto podría traer como beneficio que el señor Kozak mejore su relación conmigo, algo que su esposa anhela con todo su ser.

Qué afortunada es.

Afortunada de poder dormir entre esos brazos.

De poder besar esos labios.

De hacer suya esa cintura tan potente cada noche y cada día, cuando se le antoja.

De domar a esa bestia feroz y decidida, de manos grandes, pectorales fornidas, piernas fibrosas y mirada profunda.

—¡Te estás quemando, Leche!

—¡Ah!—grito en cuanto la voz de Aura me espabila en un llamado que me deja súbitamente alarmada.

—¡Que se te está quemando la leche!—insiste y corre en mi dirección.

Agacho la cabeza y ni siquiera sé en qué momento la leche comenzó a hacer ebullición. Arrastro rápidamente mi mano a la manija, pero la espuma se eleva y me quema.

—¡Ay, no!—me quejo, gimoteando del dolor.

—Tranquila, yo me ocupo—. Aura ya viene con un trapo en que envuelve la leche ya la retira de la cocina.

Luego apaga el fuego y yo meto la mano quemada bajo el agua fría.

De inmediato llega una de las cocineras que trabaja a cargo del cuidado de la casa y se ofrece a ayudar. Procede limpiando todo y pido disculpas.

—Lo…lo siento. Es que no sabía cómo usar el microondas.

—Descuida, lo sé, tiene demasiados botones—se excusa Aura y observa mi mano con mala cara. Está ardida, muy colorada.

—Me lo tendría que haber pedido a mí, señorita—me señala la cocinera.

—No quería ser molestia—añado—, pero lo tendré en cuenta para la próxima, no pensé que herviría tan pronto la leche.

—Hace mucho que quizá no lo haces, lo sé, esa metodología ya nadie la usa—declara Aura y pienso únicamente en que es la única metodología que yo conozco.

No obstante, el problema está en que se me quemó, aun estando yo encima, porque mi cabeza no dejaba de pensar en su marido.

—Ven a mi habitación, tengo una crema que te puede ser de ayuda antes de que se te haga una ampolla en la mano.

—No es problema, en verdad.

—Si tus manos están heridas, no podrás sostener a mi hijo cuando lo requiera. Ven, si te preocupa, lo hago más por mi hijo en todo caso.

Sé que lo hace para protegerme.

Es muy protectora conmigo y siento que no lo merezco.

La culpa me corroe mientras subimos las escaleras hasta su habitación. Me pregunto dónde andará Pietro, porque no le he visto desde que el día comenzó.

Una vez que llegamos al escalón más alto, ella se vuelve a mí para saber si sigo aquí y sí, es donde estoy.

No obstante, una voz me sorprende:

“¡EMPÚJALA!”

Qué diantres.

“AVIÉNTALA POR LA ESCALERA, QUÉDATE CON EL MARIDO Y EL BEBÉ”.

—¡No!

Ella me mira una vez en el pasillo.

Yo sigo aferrada al borde, segura de que acabo de pensar en voz alta, en lo que respecta a mi batalla con las voces que subsisten en mi interior.

—¿Qué pasa?—me pregunta ella—. ¿Me gritaste a mí?

—Yo…quise decir…¡no puedo ser tan boba! ¡Cómo me voy a quemar!

Ella me sonríe con calidez.

—Ya deja de condenarte, ven.

Seguimos el camino mientras esbozo en mi cabeza una Padre Nuestro tal cual nos enseñaron las monjas, para evitar que aparezcan nuevamente los pensamientos malos y esas voces horribles que intentan condenarme.

—Pasa, siéntate—me señala los pies de su cama.

Inspiro profundamente.

Cada rincón de esta habitación huele a Pietro, pero Pietro no está acá.

Y es la misma habitación donde anoche…

—¿Eres alérgica a algún tipo de medicamento?—me pregunta ella, volviéndose a mi con un ungüento una vez que ya estoy sentada a los pies de la cama.

—Que yo sepa, no. ¿Y usted?

—Sí, a la penicilina.

—Oh, vaya. ¿Y qué sucedería? ¿Moriría si le inyectan?

Ella levanta una ceja.

Debo hacer un esfuerzo ultra brutal para morderme la lengua y no seguir hablando, sin embargo, la presencia constante de su marido sigue instalada en cada objeto alrededor.

—Yo…pregunto…para saber ante una emergencia…si sucede, avisar a los médicos. ¡No es que quiera que pase ni que lo esté llamando!

—Ya, tranquila, comprendo que tienes buenas intenciones, cómo crees que pensaría algo así de ti.

—Je, je, sí. Qué locura.

—Pues, no sé qué pasaría, pero por las dudas, los médicos siempre me dijeron de evitarla y tomar otra clase de tratamientos en la medicina. Préstame tu mano.



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En el texto hay: millonario, lujuria, luis avila

Editado: 26.10.2022

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