Noah está sentado con Kai en la mesa ubicada al extremo izquierdo del comedor, donde suele sentarse siempre, pero parece que ninguno de los dos se percata de lo que sucede fuera de su burbuja.
Sin temor a equivocarme, al menos cincuenta chicas tienen las miradas clavadas en esa mesa. Nadie se ha atrevido a acercarse. Solo caminan por ahí, ríen por lo bajo o simplemente se secretean al oído cosas inaudibles. Aun así, percibo el deseo que tienen por hablarle.
A estas alturas del día, la gran mayoría ya sabe que se trata de Noah. En clase de Ética, la que ahora sé que tenemos juntos los lunes, el profesor Rojas pasó lista y cuando él respondió "presente" la gente entró en shock. Nicole me miró tan confundida como lo estaba antes de entrar al aula porque seguía sin asimilar que las personas no lo reconocieran hasta entonces. Pero, en cambio, algo en mi pecho me hizo sentir felicidad. ¿Era orgullo? Tal vez. Me enorgulleció saber que los demás no lo pasaron por alto, que el chico que admiré por tanto tiempo por fin destacaba. Que sus virtudes saldrían a relucir en cualquier momento y mis compañeros iban a vivir para contarlo.
De repente mis ojos captan a Danielle Palm. Pertenece al club de arte también y, al igual que las otras cuarenta y nueve muchachas, ella está observando a Noah. Lo observa con cierta curiosidad, como si quisiera intentar descifrarlo y buscar algo en él que le dé las respuestas que busca. Todo bien hasta entonces. Pero mi corazón comienza a acelerarse cuando la veo ponerse en pie y caminar en dirección a esa mesa solitaria. El acto llama la atención de todo el mundo. Es la primera valiente que decide acercarse.
¿Por qué lo hace?
Se sienta al lado de Noah con afán de romper el hielo, lo intenta de verdad. Poco a poco ambos muchachos se sienten más cómodos y los tres se sumergen en una conversación que, a lo lejos, juzgo interesante. Luego comienzan a reír. El corazón se me calienta al escuchar la risa de Noah, es grave, una suave melodía que endulza el oído.
—¿Qué puede ser tan gracioso? —Nicole inquiere, sacándome de mis pensamientos. Se mete una papa frita a la boca y continúa revolviendo los alimentos en su plato.
—Tiene un gran sentido del humor —respondo porque es verdad. Cuando estamos en el club, Danielle suele hacernos reír a todas con sus ocurrencias y comentarios espontáneos.
—Muy extraño que justo ahora quiera hablar con el chico invisible.
—Tú misma lo dijiste. Ya no es más el chico invisible.
Nicole asiente con la cabeza para demostrar que me comprende. Pero la realidad es que a mí también me resulta raro, por eso trabajo duro para erradicar las ganas que siento de imitar los pasos de esa chica. Jamás he sido cercana a Noah, ¿por qué lo sería ahora?
Mi plato se encuentra vacío. No sé cuánto tiempo permanecí absorta en mis pensamientos desde que comenzó la hora del almuerzo, pero no he ido por mi porción correspondiente. Nicole se ofreció a traerme comida, a lo cual respondí que no se preocupara, que iría yo misma cuando tuviera hambre.
Pero el hambre no aparece. No puedo pensar en lo esencial con Danielle sentada al lado de Noah. Detesto admitirlo, pero no me gusta que ría por causa de otra chica. Aunque lo que más detesto es no poder tener en mis manos la posibilidad de evitarlo.
Niego con la cabeza para alejar esos pensamientos y me levanto del asiento en dirección al interior de la cafetería. Aún hay gente formada esperando, no son demasiadas por fortuna y todavía queda bastante alimento de dónde escoger. A pesar de que sigo sin tener apetito, sé que si me espero más tiempo ya no podré alcanzar mi guarnición. Siempre se termina rápido y no hay segundas rondas. Por eso, si un profesor nos castiga por alguna circunstancia, es mejor quedarse en el aula hasta que termine la jornada escolar o comprarle algo a Tony, el contrabandista de snacks y aperitivos. Su madre tiene un negocio de golosinas y él le ayuda a venderlos en la escuela.
—Se llama Noah Yoon, me enteré esta mañana que es de último año —La chica delante de mí, que deduzco es de nuevo ingreso, le dice a su amiga en tono de confidencialidad—. Está en mi taller de cómputo, todo un genio de la informática.
—Deberías hablarle —La otra le alienta y yo frunzo el entrecejo—. Capaz y descubres que tienen en común más de lo que imaginas.
—Quizá mañana, hoy parece que se encuentra ocupado.
Cuando el chico de la cocina termina de servir mi porción en la charola, regreso a la mesa con Nicole y a lo lejos veo que no está sola. Fiona le hace compañía en mi ausencia, una de nuestras compañeras del taller de lectura. Nicole me obligó a inscribirme con ella porque tenía miedo de no poderse desenvolver sola y yo en realidad no lo tomé como una carga. Leer significaba más para ella que para mí, pero debo admitir que me terminó gustando. Es divertido, o al menos cuando se trata de libros cortos e ilustrados.
Fiona termina de ingerir un último bocado en cuanto me siento y pongo la charola en la mesa. Me sonríe a modo de saludo porque no puede emitir palabras.
—¿En dónde estabas? —Le pregunto—. No te vi esta mañana.
—Llegué tarde a la primera hora —responde después de pasarse el bocado. Hace una pausa para beber agua de su botella. Tiene dos litros de capacidad y es muy ancha—. Y el profesor de álgebra me mandó a barrer el pasillo infinito como castigo.