Doce cartas.
Al abrir mi mochila para sacar los libros de texto que no voy a utilizar mañana, y ponerlos dentro de mi casillero, encuentro doce cartas metidas en mi cuaderno de Cálculo Diferencial. Es el más ancho en proporción, el más sencillo de identificar y donde parece que puede camuflarse cualquier cosa de papel en primera dimensión. Quienquiera que haya puesto las cartas ahí dentro, logró esconderlas muy bien porque es hasta que lo abro que me doy cuenta de que las tengo.
Estoy muy confundido.
Examino uno de los sobres como si se tratara de un químico peligroso, delante de la luz del sol que entra por la ventana del pasillo del colegio, y veo la firma de una chica que no reconozco. Frunzo el entrecejo. Levanto todas las cartas que restan y me doy cuenta que siguen el mismo patrón. Dado a sus diseños, parece que acompañan un regalo por el día de San Valentín.
Pero no es San Valentín.
Es la tercera vez en esta semana que recibo exactamente doce cartas en un solo día. Ni siquiera las leo porque me abruma el hecho de pensar las intenciones detrás de todo esto, así que prefiero ignorarlo.
Abro mi casillero y meto todo lo que no necesito. Es la última hora del día y tengo clase de deportes, en realidad planeo irme a casa sin desviarme a ningún lugar cuando termine, razón por la que he decidido dejar ahora mismo mi mochila solo con lo útil. El timbre resuena en mis oídos y los cubro inmediatamente porque el sonido me taladra el tímpano. No entiendo por qué dejaron el altavoz más ruidoso de toda la escuela justo en esta zona, pero veo que no soy el único al que me disgusta. Además de mí, hay otras cinco personas ocupadas en sus propios casilleros y todas ellas se quejan al instante. De todas formas no importa, no es como que podamos lograr un gran cambio por echar habladas al aire.
Me cuelgo la mochila al hombro izquierdo y camino, a través del pasillo, en dirección a las escaleras. Para mi fortuna soy el primero en llegar a las canchas del patio al aire libre, así que ubico mis cosas en las gradas con la plena certeza de que nadie va a robarlas. En la escuela existen consecuencias muy severas hacia los estudiantes que cometen esa clase de infracciones. Los rumores corren rápido y desde que Thomas Knees, uno de los alumnos de mi generación, fue llevado a la alcaldía estatal a pasar tres noches en el reclusorio para menores por hurtar el celular de Miss Avalon, nuestra profesora de Historia Universal, no se ha vuelto a saber que alguien cometiera un acto similar. Al final del día, un robo a la autoridad siempre será más serio, pero eso infunde el temor suficiente para que nadie siga sus pasos.
Estoy estirando mis músculos cuando Kai aparece a mi lado con un conjunto deportivo puesto. Como no le gusta utilizar esa clase de vestimenta, trae la ropa que llevaría todos los días, pero cambia su atuendo a la hora de deportes.
Los demás no tardan mucho en llegar después de nosotros. Es la única clase que tomamos juntos los alumnos del mismo año, y somos bastantes. Alrededor de cincuenta. Aunque creo conocerlos a todos, veo rostros nuevos que se sientan en las gradas en espera de que aparezca el entrenador. Están solos, apartados en su propio espacio, mirando el celular o simplemente concentrados en sus pensamientos.
Me siento sobre el suelo y comienzo a hacer otro ejercicio de estiramiento, concretamente mantengo mis piernas estiradas e intento alcanzar la punta de mis pies con los dedos. El profesor siempre nos pone a calentar antes de comenzar cualquier actividad en la clase, por lo que no espero la indicación. Simplemente lo hago para mantenerme ocupado en lo que se presenta.
A lo lejos, veo a Nicole, Isabella y Fiona acercándose al área con mucha tranquilidad. Fiona e Isabella están platicando algo bastante animadas mientras Nicole escucha. Creo que Nicole y yo somos muy parecidos, así que entiendo su silencio mientras sus otras amigas conversan. Entiendo que quiera pasar desapercibida todo el tiempo y que prefiera ser quien guarda las confidencias. Nunca hemos hablado, de hecho, pero sé que podríamos ser buenos amigos. Y, tal vez, solo tal vez, de esa manera lograría acercarme a Isabella con más naturalidad.
Sacudo mi cabeza para eliminar esa consideración. No es una buena idea utilizar a Nicole para alcanzar mi objetivo, en las películas suelen intentar movimientos similares y todo resulta terriblemente mal.
Al cabo de unos segundos, noto que se sientan en una barda cerca de las canchas. Aquí está destinado para jugar fútbol, así que hay dos porterías en cada extremo y ellas se encuentran frente a la del lado izquierdo, cerca de donde yo estoy haciendo mis estiramientos. Intento no prestarles tanta atención porque temo ser evidente, pero aún así volteo de vez en cuando para mirar a Isabella. Siento que la valentía que sentía en el verano para acercarme a hablar con ella se fugó a algún lugar, no sé a dónde exactamente, pero me está dificultado la existencia.
Ayer, mientras estaba formado esperando a que el profesor de biología calificara mi actividad, Isabella se colocó detrás de mí y ambos estábamos en perfecto silencio. Sentía un dolor muy fuerte en el pecho que cargaba todas las intenciones de iniciar una conversación, pero mi garganta se había cerrado. No podía emitir ni un solo ruido, a pesar de que carraspeé un par de veces para hacer que el nudo se me esfumara. Al final perdí toda posibilidad cuando Fiona dejó su asiento para unirse a la fila porque entonces comenzaron a platicar. Me quedé parado como un estúpido intentando no ser inoportuno, aunque claramente quería llamar su atención.